No
doremos la píldora. La estrategia gubernamental contra la pandemia está
haciendo agua. Los 28 mil infectados y los 782 muertos oficialmente registrados
hasta esta hora, que se multiplicarán en los próximos días, nos indican que la
peste ha rebasado al destartalado sistema de salud pública. Los heroicos
esfuerzos de los médicos y de todo el personal de salud, mal pagados y mal
equipados, para contener la plaga no han sido suficientes. Ellos mismos, como
los policías que operan en las calles (20 policías muertos y 2 mil infectados) en
el marco de esa estrategia de contención, están siendo víctimas de la pandemia,
y en no pocos casos lanzados a la primera línea de fuego, prácticamente como carne
de cañón.
Algunos médicos, desde sus propios frentes de lucha en los hospitales, ya hablan de una situación de desastre. Y lo dicen a viva voz, al pie del cañón, rodeados de sus compañeros y compañeras, angustiados hasta las lágrimas por la falta de atención a sus demandas de protección y de atención a los enfermos que rebasan camas y pabellones hospitalarios. La alerta roja decretada por el ministerio de salud, aunque oficialmente no lo admitan, revela el punto crítico en el que nos hallamos. Hospitales emblemáticos como el Dos de Mayo, Loayza o el mismo Almenara, como otros de distritos limeños como San Juan de Lurigancho y Ate; o nosocomios como los de Chiclayo e Iquitos, ya colapsaron: no hay equipos, pruebas, camas, ni unidades UCI para afrontar lo que muchas veces es el último tramo de la enfermedad.
No hay
espacio ni para los muertos, ni mucho menos paz para ellos: los pueblos no
quieren tener cerca las fosas comunes que apresuradamente se construyen, para
resistir se dice, “lo peor de la pandemia”, cuando lo peor está en pleno
desarrollo. Lo que es más grave la cifra oficial de muertos que día a día se
nos entrega no reflejaría a cabalidad las bajas: IDL-Reporteros acaba de poner
en cuestión esas cifras, los caídos serían mucho más.
Los desesperados esfuerzos por repotenciar a la hora nona esos nosocomios, aliviarán la agonía, pero no la resolverán. Décadas de abandono, de fractura institucional y de mala gestión, no se salvarán de la noche a la mañana. Por ejemplo, puede haber las buscadísimas camas UCI, pero no hay médicos ni enfermeras intensivistas, los especialistas en el manejo de esos servicios. El vacío se cubre con médicos y trabajadores de otros servicios, de otras especialidades, que se ven obligados a dejar a sus pacientes, sus salas, para llenar el déficit. Coloquialmente hablando: se están desvistiendo santos para vestir otros.
¿Cómo
explicarnos una situación tan grave? La clave está en lo dicho por la doctora
Pilar Mazzeti en Arequipa: ¡Todo falta maldición! luego de recorrer los
hospitales de la Ciudad Blanca. Era la aceptación tácita de la situación
paupérrima del sistema de salud pública en el Perú, obra sin duda del manejo
irracional, privatizador y antiestatista, hegémonico en el país desde los 90
del siglo pasado, que se expresa fehacientemente en las migajas presupuestales
entregadas al sector. “Se invierte solo el 5% del PBI, cuando el promedio
latinoamericano es el 7.8%” ha escrito recientemente el profesor sanmarquino
César Sanabria Montañez, especialista en Economía de la Salud.
No pongo
en duda la buena voluntad del presidente Vizcarra y su equipo gubernamental en
el trazado de la estrategia anticoronavirus, que sorprendió favorablemente a
los entendidos de dentro y fuera del país. El error, en el campo de la sanidad,
ha radicado creo en sobreestimar las reales potencialidades del sistema de
salud pública. O realmente no lo conocía, o sus subalternos le vendieron humo.
Lo real, como en su momento lo dijo el decano del Colegio Médico, es que ese
sistema es obsoleto, aunque el actual ministro prefiere hablar de
"fracturas estructurales" y el presidente de “deficiencias”. Lo
cierto es que el coronavirus ha hecho leña ese sistema, que además de limitado
está fragmentado, no solamente por existir un ámbito privado y otro público,
sino que al interior de éste existen verdadero espacios feudales, con caudillos
y claques particulares, sin conexiones entre sí: por un lado el Minsa, por el
otro Essalud, y más allá los espacios sanitarios de las Fuerzas Armadas;
recién, por la pandemia, se han visto obligados a trabajar coordinadamente.
Ese
sistema de salud no da para más, el dengue lo desnudó, el coronavirus le dio el
tiro de gracia. Es lo que tenemos, desgraciadamente. Por eso es que el virus,
como lo dijo también la doctora Mazetti, va por delante. Se imponen ajustes al
mismo, como parte de la estrategia diseñada, la misma que debe ser
concienzudamente revisada, recogiendo los aportes y sugerencias de la sociedad
civil. De no ser así, como metafóricamente lo ha señalado el doctor Juan Escudero
desde el Norte del país, seguiremos
jugando con un arquero lesionado, en manos y piernas, esperando quizá definir
este partido en la tanda de penales…
Atendamos
con todas nuestras fuerzas la emergencia del coronavirus, exijamos desde abajo
que se cumplan todos los protocolos establecidos, en especial los que tienen
que ver con el equipamiento y protección de nuestra infantería de mandiles blancos
y verdes; pero asimismo, desde la cancha misma vayamos sembrando la idea de que
ese sistema de salud tiene que ser profundamente reformado. No solamente es un
problema de recursos, tampoco de equipamiento o construcción de hospitales, o de una profundización de la coordinación. El problema va más allá. Hay un tema de
conceptualización y valoración de por medio, que se expresa en el instrumental
legal que abrió paso al sistema de salud vigente, incluyendo a la misma
constitución del 93.
En ese
sentido, pienso que es importante recordar las palabras del desaparecido médico
cubano Víctor Arioza Abreu, especialista, como el profesor Sanabria, en
Economía de la Salud. En una entrevista dijo con mucha energía: “LA SALUD ES UN
DERECHO DE TODOS Y PARA TODOS POR IGUAL”. (Revista de la Facultad de Ciencias
Económicas de la UNMSM, Año 3, N10, 1998, p. 121). Esa creo que es la
idea-fuerza que nos debe animar en la pelea por una reforma integral del
sistema de salud en el Perú. Se ubica en una vertiente diferente a la de
quienes han hecho de la salud un negocio redondo.
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