Es encomiable la forma como algunos amigos le entran a la cocina. No digo sus nombres para que no los vacilen, pero hay uno que hasta panetones hace, y hay otro que hace maravillas con el pato. Lo mío nunca fue eso, no paso de hacer algún cebiche previas motivaciones espirituosas y mucho ruido musical. Y hasta ahí llego. En lo que si me defiendo es en ir al mercado, con lista o sin ella, pero claro, hubo un tiempo en que el papelito era infaltable.
Los tiempos han cambiado. Los jóvenes de hoy se hacen muchas paltas para ir al mercado, pero en mis tiempos, tener calle también significaba entrarle a las compras cotidianas para la parada de olla correspondiente. En mi caso, el viejo mercado La Aurora, fue el escenario de mis pininos, de mi aprendizaje, con errores y coscorrones, pero ahí aprendí a diferenciar la papa del camote, la carne de res de la del cerdo, el queso de vaca del queso de cabra, el plátano de seda del plátano de la isla, los diferentes condimentos y los tipos de verduras para la siempre infaltable sopa...
Era un vacilón. El supermercado de hoy, donde todo está listecito, nada tiene que ver con el mercado común y corriente de mis triempos, y que ahora todavía es posible de encontrar. En el super de estos días no hay la figura del casero o la casera, que te daba lo que tu pedías, te cobraba lo justo, te daba tu yapa, y encima, si de verduras se trataba te regalaba la yerbabuena, el perejil y el culantro. Era de ley.
Esos caseros tenían sus nombres, nunca se sabía si eran los exactos pero así los conocían. "Comprarás donde Filomena", me decían, si se trataba de la papa. "Y el queso donde don Juan", era otra de las recomendaciones. Si no había un nombre había siempre un apelativo: "La lunareja es la que está vendiendo buenos plátanos", recalcaban. Y no faltaban las huaracinas, las buenamozas, los cajamarquinos, o las huancaínos, como referencias impajaritables.
Era toda una escuela, en la que uno se iba despabilando, ganando experiencias vitales. ¿Alguna vez me hicieron el avión? Claro, es parte del aprendizaje. Con no volver más donde ese vendedor se resolvía el problema. La confianza era clave en esa relación con las caseras o caseros. Ahora mismo, en el mercado de Huamantanga tengo un casero del pescado al que frecuento hace 10 o 15 años. Nunca me ha fallado, a ojos cerrados le pago lo que él me oferta. Lo mismo con mi casera de los choclos. Me dice tanto, y es lo que le pago, confío en ella, tampoco me ha jugado una mala pasada.
Y mientras escojo el producto, sea el que sea, nunca falta un pequeño converse. La tierra, los hijos, la situación, la baja o suba de precios...Conversación cálida, fraterna, donde no falta una broma respetuosa. En suma, una relación humana en medio de un espacio donde no falta la música, la arenga publicitaria de algún chamán, la entrada y salida de los estibadores, y la presencia, a veces alborotada de los compradores, hombres y mujeres.
Desde esta mira, para mi gusto, la lista de lo que se va a a comprar es importante, es una especie de insoslayable hoja de ruta; pero estimo que lo más importante es definir donde compro. En el super, donde las relaciones son también superimpersonales, o en el simple mercado de abastos donde, además de seguir aprendiendo, como en mi chiquititud, a diferenciar "la papa del camote", puedo percibir el calor de los seres humanos, con todas sus complejidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario