viernes, 4 de diciembre de 2020

EL MIEDO

Lo dije ayer en una intervención radial: al presidente Sagasti la ultraderecha le estaba pidiendo la cabeza del ministro del Interior para otorgarle el voto de confianza al gabinete Bermúdez. Dicho y hecho. La testa del sacrificado Vargas rueda hoy por los pasillos del cuchitril congresal donde la señora Bermúdez, a esta hora, ha iniciado su nada halagadora tarea de lograr ese aval.
 
El problema para Sagasti es que está negociando con bandoleros. Los malditos de Bayovar pueden manejar todavía algunos códigos que lleven a confiar en su palabra. Los golpístas no tienen bandera. Y si acaso le dan la confianza al gabinete, irán por más. La razón es una sola: quieren traerse abajo al presidente Sagasti. Lo están diciendo públicamente. Le han declarado la guerra.
 
La ultraderecha quiere recuperar el poder. Con Merino en el Ejecutivo la tenían redonda, el gabinete mastodóntico que formó lo decía todo. No contaron con la reacción del pueblo y se vieron obligados a recular. Pero no están muertos, se han reagrupado, y trabajan en varios frentes. La decisión del TC sobre la vacancia de Vizcarra les ha dado el marco legal: formalmente no son golpistas, aunque realmente lo sean.
 
Ese respaldo le ha servido al golpísmo para lanzarse contra la anunciada reforma policial. Ya juegan pelota con la cabeza de Vargas, ahora falta lo sustancial: traerse abajo la anunciada reforma policial y reponer en su sitio a la veintena de generales defenestrados por mafiosos o por violadores de los derechos humanos, salvo uno que otro. En lugar de Vargas, ha entrado un General retirado. Bien sabemos que otorongo no come otorongo.
 
Que el gobierno de Sagasti era débil, lo sabía todo el mundo. El hecho de no ser una administración elegida lo ponía en claro. Pero que a ese debilidad formal le sumase un raquitismo en la gestión, producto de sus temores y vacilaciones era algo que se veía venir, pero no tan pronto. En este sentido su expresión dominical de que a él no le temblaba la mano, no pasó de ser una valentonada de intelectual,
Sagasti es un hijo del orden establecido. Sus coordenadas ideológicas no dan para más. Pero es un buen sujeto, bien intencionado, decente, y con innegables palmarés académicos y profesionales. Pero en política, sobre todo en el Perú, y en las actuales circunstancias se necesita mucho más que eso. Se requiere visión, manejo y audacia. La experiencia suma, la destreza también., y por supuesto que el olfato político. La confianza desmedida, la ingenuidad, las vacilaciones, los temores, restan.
 
Todos saben que cuando las fieras olfatean el miedo, atacan. A Sagasti ya le olieron el miedo, está pedido, o lo que es lo mismo ya está en cuenta regresiva, salvo que se entregue en cuerpo y alma a la ultraderecha, que también es una opción. Belaúnde, en su momento, lo hizo. Por eso, hay que diferenciar al Belaúnde del 56 y 63, con el Belaúnde del 68, cuando los militares reformistas lo echaron del poder, por reaccionario y entreguista.

 

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