lunes, 12 de octubre de 2020

DEL TINTERO

 
En mi último envío, Che Francisco, algo se me quedó en el tintero: la crítica del Papa a los políticos. Les jaló las orejas por ponerse de rodillas ante los poderosos, o por aprovecharse demagógicamente de las desgracias de los más necesitados, sacando lonjas de ello, tal y como -usted y yo lo sabemos- ocurre en el país.
 
¿Nuestros politicastros han dicho algo al respecto? Nada de nada. ¿La razón? Che Francisco ha dado en el bull. Me permito sin embargo una corrección: aquí, sobre todo en los partidos de la derecha y en algunos de la izquierda, no hay políticos, lo que hay son mercenarios, mafiosos, vendedores de sebo de culebra, tránsfugas, aventureros. 
 
Algo más: hablar de partidos políticos también es un exceso verbal. Lo que existe son vientres de alquiler, pártidos-empresa, partidos-lavanderías, conglomerados mafiosos. Un partido supone la existencia de un ideario, de un proyecto de país, de un programa de corto y largo plazo, de estatutos organizativos y manuales de ética, que van procesándose y enriqueciéndose en el trajinar cotidiano. 
 
Sucede sin embargo, que de los 24 partidos que formalmente entrarán a la contienda electoral del próximo 2021, un grueso de ellos vuelven a la vida cuando hay elecciones, el resto del tiempo invernan. En provincias el tema es más serio. Luego de una contienda electoral, desaparecen, y reaparecen con otros nombres en procesos posteriores. Como los partidos nacionales ya no tienen llegada en provincias, no dudan en negociar con los mercaderes locales los cupos en las listas de candidatos.
 
Un verdadero partido, incluyendo a los partidos burgueses, se va fraguando en la confrontación social, y en este proceso van decantándose los líderes, los cuadros internos y de masas. No hay coyuntura política o suceso de trascendencia ante los cuales un partido real no haga llegar su opinión favorable o desfavorable. Puede incluso no estar reconocido legalmente, pero su voz, y sus políticas van llegando a las masas, a las cuales representan, y a las que pueden llevar a la lucha, si acaso ese fuese necesario. En este trajinar, los partidos se educan y educan y organizan a la vez a las sectores sociales a los cuales han impactado con su prédica.
 
En sus mejores momentos, partidos como el Apra y Acción Popular, para señalar dos referencias en el campo de la derecha, fueron eso. Lo que hoy queda de esas otroras organizaciones ideales son desechos. Cada una de ellas han sido corroídas por los intereses de capilla, los caudillismos y la corrupción. Acción Popular, por sus buenos resultados electorales parecía más consolidado, pero sus perfomances en el congreso y sus aprestos electorales revelan sus fracturas y el oportunismo de sus líderes, que han estado incluso comprometidos en un plan golpista para mandar a su casa al presidente Vizcarra.
 
La crisis de la partidocracia en el Perú no se explica por si sola; ella no hace sino expresar la crisis de la democracia peruana, que bien se sabe nació tullida en el siglo XIX, pero que hoy languidece en medio de la crisis del capitalismo neoliberal zamaqueado como está por la pandemia del coronavirus. Los 30 años de hegemonía del neoliberalismo en el Perú no han significado una consolidación de una verdadera democracia, todo lo contrario.
 
Es que al neoliberalismo no le interesa la democracia. Le da lo mismo que exista o no. El fujimontesinismo, como expresión nativa del neoliberalismo actuó así durante todo el tiempo que estuvo en el poder. Accedió democráticamente al poder en 1990, dio el golpe en 1992, y cuando bajo presión internacional restableció el orden constitucional - con una constitución trucha elaborada para beneficio omnímodo del gran capital- avanzó a configurar un orden democrático que a la fecha ha sido el paraguas de todos los crímenes económicos y políticos que han puesto al país al borde de convertirse en una verdadera república bananera.
 
La ciudadanía peruana, que en el papel debe ser el soporte de esa democracia no es tomada en cuenta sino cuando hay elecciones, es decir cada 5 años. Que sus elegidos sean consecuentes o no con lo prometido, no interesa. Como cuando se dan fenómenos extraordinarios como un referéndum: sus prometedores resultados - como está ocurriendo con las reformas políticas y judiciales - son sencillamente burlados o desfigurados por una banda de mercenarios, mafiosos y zoquetes que pueblan el vertedero congresal.
 
La democracia en el Perú no expresa realmente el poder del pueblo. El poder lo manejan quienes tienen las claves de la economía, del Estado, de la ideología. La democracia peruana, tal y como está configurada sirve a sus intereses y nada más. Haber esperado, en la actual pandemia, una actuación decorosa del Estado para con las necesidades apremiantes de los pueblos, fue una ilusión. El Estado peruano no está configurado para ello. Parafraseando una vieja expresión: donde manda el capital, no manda el marinero.
 
"...En lugar de un sistema de partidos que organice, priorice y canalice nuestras demandas, tenemos a un gremio empresarial que presiona al Gobierno cada vez que se da la menor señal de que podría desviarse de la ortodoxia económica", escribieron Carlos Ganoza y Andrea Stiglich hace algunos años". (El Perú está calato). La pandemia, brutalmente, ha sacado al sol esa realidad, que es parte de la cotidianidad de nuestros días.
 
Esa democracia bamba está en crisis, su legitimidad esta mellada. Las elecciones del próximo 2021, convocadas bajo las mismas reglas de juego vigentes, no resolverá sustancialmente nada, aunque podría constituirse en un buen escenario de confrontación de ideas y propuestas sobre el tema, todo depende de quienes estén en cancha; e incluso un proceso hacia una nueva constitución, con todo lo importante que pudiera ser, no aseguran un cambio sustancial de ese orden de cosas.
 
En camino hacia el bicentenario de la independencia peruana es vital que el pueblo tome conciencia de los desafíos que tiene por delante: hay que crear un nuevo orden económico y social, y con ello, una nueva democracia, cuyos primeros brotes pueden estar configurándose en las propias perfomances de nuestros pueblos: en los asentamientos humanos costeños, en las comunidades campesinas serranas, en los pueblos indígenas amazónicos...

 

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