A Wilfredo Huisa, mi wing del glorioso Guadalupe
En un museo chino de una ciudad cuyo nombre ya no recuerdo, el guía, o mejor dicho, los guías se esmeraban en explicarle
a los visitantes las atrocidades cometidas por uno de los shenshi
malvados - léase déspotas locales- que abundaron en la vieja China. Cada
retrato, o gráfico de ese tiranuelo merecía del guía una explicación
enardecida, apasionada, especialmente ante los turistas nativos, cuyos
rostros iban cambiando de color conforme pasaban de la estupefacción a
la ira, de las preguntas a los comentarios encendidos sobre el abusón,
mientras los puños se alzaban con energía. Al salir del recinto, en el
caminito que nos llevaba a la puerta, nos dimos con algo insólito para
un museo: sobre una especie de pileta, levantada casi al ras del suelo,
sobresalía una figura cubierta de escupitajos. Sorprendidos, preguntamos
al guía de que se trataba. Emocionadamente nos dijo que de esa manera,
los visitantes chinos castigaban al miserable shenshi malvado que tanto
dolor había causado a su pueblo. No necesitó decirlo, había una
invitación implícita a hacer lo mismo. No lo pensamos dos veces,
solidarios con el pueblo chino le metimos al busto un gargajo de
aquellos que nos gastábamos en el viejo Guadalupe...
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