¡PORCA MISERIA!
Lo que está ocurriendo con el congresista y segundo vicepresidente de la República, Omar Chehade, demuestra cuan pantanoso es el camino de la lucha contra la corrupción. Porque si bien es cierto que será la justicia la que en última instancia determinará si Chehade es culpable o no de lo que se conoce como tráfico de influencias, políticamente, sin embargo, es ahora un cero a la izquierda. De nada le vale su pasado profesional de lucha contra la corrupción, al contrario, en su caso se vuelve un agravante porque se supone que por su experiencia está al tanto de los intríngulis de esa lacra que lacera nuestra sociedad. Nadie que esté en su sano juicio puede respaldar por ello su inusual reunión con altos mandos policiales en una restaurante capitalino, estando de por medio un proceso de depuración de la Policía Nacional; como tampoco resulta sostenible lo que a todas luces parece una coartada del legislador: fue una cena de agradecimiento a los generales por la seguridad que le brindaron en los momentos electorales...
La mujer del César no solamente tiene que ser honesta, también tiene que parecerlo, es una coordenada ética. En esa línea, Beatriz Merino, la ex Defensora del Pueblo ha sido contundente: los asuntos de Estado no pueden tratarse en restaurantes o en la suite privada de un hotel, tienen que examinarse en las oficinas del funcionario público, transparentemente, donde se registran los ingresos y las salidas de los involucrados en las citas.
Lo más grave del tema no pasa sin embargo por el hecho en sí que ahora está en cuestión. Radica en que quienes políticamente juzgan a Chehade; con honrosas excepciones, tienen tremendos rabos de paja, ¡Quien investiga al investigador! diría don Alvaro Mendoza, un viejo maestro sanmarquino. Carlos Bruce, el ex dirigente de Perú Posible que fue uno de los primeros en crucificar a Chehade está hoy con las barbas en remojo aunque la prensa de derecha interesadamente no le preste atención al descomunal lío en el que estaría metido: blanqueo de dinero, que le habría generado pingües beneficios. (Léase el último número del semanario de César Hildebrandt).
¿Y quienes son los más interesados en guillotinar a Chehade en el Congreso? Pues los fujimontesinistas, los que miran a otro lado cuando se habla de la esterilización forzada de miles de madres de familia durante el fujimorato, o de otros crímenes y asaltos al Estado cometidos por la banda que dirigió el caco mayor que hoy purga prisión por sus fechorías, pero a quien sus seguidores en el Congreso y el propio Cipriani quisieran tenerlo en su regazo.
Volviendo al caso Chehade, la pelota está en el Ministerio Público, como corresponde en un Estado de derecho; pero bien sabemos que en el Peru todo puede suceder. La única garantía de que la investigación llegue hasta el final, caiga quien caiga, incluyendo a los empresarios a quienes supuestamente Chehade habría servido, está en el pueblo, en su capacidad de mantenerse vigilante y generar, con plena autonomía, todas las acciones indispensables para que la verdad se abra paso en la lucha sin cuartel contra la corrupción.
De otro lado, es una prueba de fuego para la administración Ollanta, que en su prédica electoral contra ese cáncer calzó con la aspiración de los pueblos que instintivamente sienten que ese flagelo le está cerrando el paso a su desarrollo. En ese sentido, al Presidente Ollanta no debería temblarle la mano para asumir la decisión que tenga que asumir si acaso la justicia le baje el dedo a quien ostenta ahora la segunda vicepresidencia de la República. Mientras tanto bien haría en ordenar a su bancada que el congresista Chehade de un paso al costado en la megacomisión que está investigando justamente posibles corruptelas en el régimen del ex presidente García. Las razones son obvias: en estos momentos no tiene la autoridad que se requiere en ese tipo de encargos, es un blanco perfecto para quienes buscan que esa comisión no consiga sus propósitos
Ese paso al costado no debilitaría a la administración Humala, como algunos suponen. Por el contrario, lo fortalecería, por predicar con el ejemplo, así sean afectados los hombres de su entorno.
La mujer del César no solamente tiene que ser honesta, también tiene que parecerlo, es una coordenada ética. En esa línea, Beatriz Merino, la ex Defensora del Pueblo ha sido contundente: los asuntos de Estado no pueden tratarse en restaurantes o en la suite privada de un hotel, tienen que examinarse en las oficinas del funcionario público, transparentemente, donde se registran los ingresos y las salidas de los involucrados en las citas.
Lo más grave del tema no pasa sin embargo por el hecho en sí que ahora está en cuestión. Radica en que quienes políticamente juzgan a Chehade; con honrosas excepciones, tienen tremendos rabos de paja, ¡Quien investiga al investigador! diría don Alvaro Mendoza, un viejo maestro sanmarquino. Carlos Bruce, el ex dirigente de Perú Posible que fue uno de los primeros en crucificar a Chehade está hoy con las barbas en remojo aunque la prensa de derecha interesadamente no le preste atención al descomunal lío en el que estaría metido: blanqueo de dinero, que le habría generado pingües beneficios. (Léase el último número del semanario de César Hildebrandt).
¿Y quienes son los más interesados en guillotinar a Chehade en el Congreso? Pues los fujimontesinistas, los que miran a otro lado cuando se habla de la esterilización forzada de miles de madres de familia durante el fujimorato, o de otros crímenes y asaltos al Estado cometidos por la banda que dirigió el caco mayor que hoy purga prisión por sus fechorías, pero a quien sus seguidores en el Congreso y el propio Cipriani quisieran tenerlo en su regazo.
Volviendo al caso Chehade, la pelota está en el Ministerio Público, como corresponde en un Estado de derecho; pero bien sabemos que en el Peru todo puede suceder. La única garantía de que la investigación llegue hasta el final, caiga quien caiga, incluyendo a los empresarios a quienes supuestamente Chehade habría servido, está en el pueblo, en su capacidad de mantenerse vigilante y generar, con plena autonomía, todas las acciones indispensables para que la verdad se abra paso en la lucha sin cuartel contra la corrupción.
De otro lado, es una prueba de fuego para la administración Ollanta, que en su prédica electoral contra ese cáncer calzó con la aspiración de los pueblos que instintivamente sienten que ese flagelo le está cerrando el paso a su desarrollo. En ese sentido, al Presidente Ollanta no debería temblarle la mano para asumir la decisión que tenga que asumir si acaso la justicia le baje el dedo a quien ostenta ahora la segunda vicepresidencia de la República. Mientras tanto bien haría en ordenar a su bancada que el congresista Chehade de un paso al costado en la megacomisión que está investigando justamente posibles corruptelas en el régimen del ex presidente García. Las razones son obvias: en estos momentos no tiene la autoridad que se requiere en ese tipo de encargos, es un blanco perfecto para quienes buscan que esa comisión no consiga sus propósitos
Ese paso al costado no debilitaría a la administración Humala, como algunos suponen. Por el contrario, lo fortalecería, por predicar con el ejemplo, así sean afectados los hombres de su entorno.
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