Que las derechas en el Perú lideradas por la ultraderecha, hayan decidido vacar, vía el parlamento, al presidente Castillo es algo que no debería llamarnos la atención. Todos esos sectores, conservadores o reaccionarios interesados en ese golpe, moviéndose en el campo de la economía, de la política, o de los medios de comunicación, siempre han apostado por las salidas antidemocráticas, golpistas, violentistas, para imponer sus condiciones, sus apetitos, sus maneras de ver las cosas.
En buen romance, esos conglomerados no son amigos del diálogo, del intercambio de pareceres, del consenso, de la concertación de voluntades, de los sentimientos de unidad nacional para llevar adelante un proyecto común de desarrollo para nuestros pueblos. Desde esa perspectiva, la democracia siempre será una expresión hueca, útil para atraer gentes y embaucarlas, pero para nada más, porque en los hechos no creen en ella, en tanto son amantes de la imposiciٗón, el autoritarismo, la dictadura. En estos ámbitos se mueven como peces en el agua.
La Constitución de 1993 es el mejor ejemplo de lo que afirmamos. Fue un verdadero caballazo, impuesto luego del golpe fujimontesinista de 1992, que convirtió en polvo la democracia, y dejó a todas las instituciones estatales en manos de los operadores de la dictadura, con bayoneta o sin ella, listos para implementar las panaceas neoliberales que por su naturaleza antipopular y deshumanizadoras solo podían ser aplicadas a la fuerza, como el general Pinochet lo había hecho en Chile.
Es cierto que Fujimori llegó al poder en 1990 a través de un proceso electoral que nadie cuestionó. Pero en ningún momento enarboló una propuesta neoliberal, como si lo hizo Vargas Llosa. Es más, en la búsqueda del voto popular se opuso a dicha alternativa, y enmascaró su talante autoritario y dictatorial en tres palabras con las que encandiló y engañó al electorado> honradez, tecnología y trabajo y nada más, porque nunca presentó un programa coherente.
En Norteamérica, a donde viajó inmediatamente después de ganar las elecciones, los funcionarios del FMI y del Banco Mundial le hicieron la plantilla de gobierno, comenzando con el paquetazo de agosto de 1990 que de un mazazo dejó en la pobreza a millones de personas.
En ese marco, en 1992 pateó el tablero de la democracia para servir mejor a los intereses de los grandes capitales y de las transnacionales, que después de promover la candidatura del escritor Vargas Llosa, y derrotado éste en las urnas, se pasaron con armas y bagajes a las filas del fujimontesinismo. Pragmatismo le llamaron.
Gracias a esa dictadura esos grandes empresarios se convirtieron en los principales beneficiarios del reordenamiento neoliberal de la economía, de la sociedad y de los valores éticos que propiciaron para justificar ideológicamente, sus latrocinios. Porque el neoliberalismo no es solamente un modelo económico, como se piensa, realmente es un raciocinio totalizador, una concepción de mundo repleta de supuestas verdades absolutas, religiosamente irrefutables para sus pregoneros.
Es importante anotar que con Vargas Llosa, la gran burguesía nativa, sus ideólogos y operadores políticos, eran los campeones en la defensa de la democracia. Nadie como ellos para hablarnos de libertad, de democracia, de derechos sociales y humanos, de Estado de derecho, de mayorías y minorías.
Con Fujimori, esa misma burguesía alentó el golpismo, la antidemocracia, y le sacó el mejor partido a la dictadura que saqueó el erario nacional, ladronearon a su reverendo gusto e hizo trizas los derechos de los trabajadores de la ciudad y el campo, bañaron en sangre el país y elaboraron una Constitución mafiosa que en su proyecto de largo plazo debe constituirse en el armazón jurídico y político que sustente su dominio económico y político por los siglos de los siglos.
Esa es la razón por la que las derechas se niegan tozudamente a aceptar la posibilidad del cambio de dicha Constitución, a pesar que la vida misma, expresada en las múltiples crisis que afectan el mundo, han puesto contra la pared al neoliberalismo, el cuerpo ideológico y político en el que se sustenta la llamada Carta Magna.
Ahora bien. Hemos dicho que la vocación golpista de esas derechas no es nueva. La dictadura fujimontesinista lo prueba. Pero si dudamos, miremos más hacia atrás, nos vamos a dar con ese mismo comportamiento de la burguesía nativa. Justamente ayer, 27 de octubre, se cumplieron 73 años del golpe del general Manuel A. Odría. Un cuartelazo en Arequipa, en 1948, seguido de un alineamiento de las fuerzas militares del resto del país sellaron el destino del presidente José Luis Bustamante y Rivero, un patricio arequipeño elegido en 1945.
Evidentemente que el general Odría y los militares que lo secundaron no actuaron por sí y ante sí. Al igual que los golpistas de hoy, los uniformados fueron operadores de fuerzas mayores, en este caso de la gran burguesía agro exportadora, que fue la que alentó el golpe, y que lo aprovechó extraordinariamente al igual que el capital extranjero y los gamonales tradicionales del agro peruano, sus aliados en la irracionalidad antidemocrática.
Por lo que vemos, sea a través de los clásicos cuartelazos militares, de los autogolpes a lo Fujimori, o de los golpes blandos, congresales como el que se aplicó contra el presidente Vizcarra, y el que se está trabajando contra el presidente Castillo, la gran burguesía nativa y sus operadores políticos e ideológicos, revelan que nada tiene de democráticos. Su imperio, aunque lo nieguen es el de la antidemocracia.
Por esas razones no debe llamarnos la atención el pronunciamiento de ayer de la señora Fujimori en la que anuncia que su partido, no le dará el voto de confianza al gabinete de la premier Mirtha Vásquez. Desde el 2016 en que perdió las elecciones presidenciales ante PPK, el fujimorismo se ha movido en las aguas de la obstrucción y el golpismo. Lograron que PPK renuncie luego de jaquearlo a lo bestia, mandaron a su casa a Vizcarra previo empapelamiento fiscal, apoyaron al golpista Merino, para luego hacerle la vida a cuadritos al presidente Sagasti, a quien también quisieron vacar.
No podía ser de otro modo. El fujimorismo es una hechura de la falsedad, de la corrupción y el golpismo. Lo llevan en la sangre. Lo nuevo de hoy es que junto a otras fuerzas derechistas ultramontanas, que actúan dentro y fuera del congreso, el fujimorismo ha comenzado a pisar fuerte en los espacios del fascismo.
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