Para las oligarquías y sus operadores políticos que desde siempre han gobernado este país, la democracia ha sido un simple taparrabo para sus fechorías, un pretexto para sus embustes, una coartada para zanjar sus pleitos al estilo de los "malditos de Bayovar".
En 1912, ante lo que fue el campo de la batalla de Ayacucho, José de la Riva Aguero marcaba a fuego el accionar de los caudillos militares de la posindependencia que "absortos en sus enredos personalistas, ávidos de oro y de mando...no pudieron reconocer ni sus estragados corazones presentir los fines supremos de la nacionalidad". Pero tampoco dejó piedra sobre piedra de lo que llamó "clase directora" que incapaz de "apreciar la majestad de la idea de Patria" se avergonzaban de su condición de peruanos en Europa, mientras daban rienda suelta a sus apetitos fenicios, al considerar el país como una vulgar "factoría productiva".
Y la democracia ahí, establecida desde 1822.
En noviembre del año 2000, luego de la fuga de Fujimori, tras diez años de saqueo abierto, el doctor Valentín Paniagua, ungido como presidente del congreso, llamaba a emprender colectivamente "la responsabilidad de redemocratizar el país, de reconciliar a nuestro pueblo con sus instituciones". Previamente, en su discurso abogó por la recuperación ética del país, habida cuenta de que conservaba "intactas sus reservas morales".
Paniagua, era consciente de las diferencias políticas que existían en esas circunstancias críticas, pero consideró que sin abdicar "de sus atribuciones constitucionales, legislando con acierto, fiscalizando con severidad y oportunidad" el congreso podía recuperar "el valor del diálogo como símbolo y mecanismo sustantivo de nuestras decisiones".
Las reflexiones de Riva Agüero, y las palabras de Paniagua, fueron arrastradas por los vientos, tuvieron quizá unos minutos de vigencia, pero a la larga fueron expresión de buenas intenciones y nada más. Las oligarquías de hoy siguen siendo tan fenicias y corruptas como las de los siglos XIX y XX.
Lo escribió Alfonso Quiroz: "Sin embargo, la corrupción de la década de 1990 formaba parte de una larga historia estructural de corrupción incontenida, que permitió que fueran posibles las exageraciones de las décadas de 1920, 1970 y 1990".
Y la democracia ahí, establecida desde 1822.
No es casual entonces que bajo el paraguas de la democracia, que como todos saben nació tullida - no me vengan con el cuento de que sí, pero es lo mejor que hay - los sicarios que hoy dirigen el congreso, quieren cortarle el cuello al presidente Vizcarra, acusándolo de corrupto, de estar moralmente incapacitado - por las denuncias- de dirigir el país. Lo paradójico de este espectáculo es que quienes más gritan ¡ladrón! no son sino grupetes de prontuariados, de dentro y fuera del cuchitril congresal, que están dispuestos a tomar todo el poder por asalto, para ponerlo al servicio de variopintos intereses particulares en juego.
Que esos sicarios logren o no sus objetivos dependerá de los cálculos políticos de las fuerzas que unos días dicen si y otros días dicen no. Lo cierto es que las reflexiones de Riva Agüero o el llamado de Paniagua, sea cual sea el desenlace de esa crisis, seguirán siendo pasto de las polillas y del olvido. Como la democracia mil veces perforada seguirá siendo la pata de cabra de los "malditos de Bayovar" que hoy fungen de políticos.
Por eso es que pienso que no solamemente hay que tener en mente el cambio de Constitución; también hay que pensar en darle vuelta a esta democracia para sustituirla por otra superior, que no se constriña al ritual de ir cada cierto tiempo a las urnas para elegir a nuestros verdugos.
Puente Piedra, noviembre de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario