SOBRE LA “NUEVA” TEORÍA
DE LA INCLUSIÓN
Carlos Olazo Sillau
Cada cierto tiempo aparecen términos nuevos que rápidamente se convierten en una suerte de cábala con la que se pretende descifrar la problemática del momento y la alternativa a su vez. De estos términos recordamos, por ejemplo, “modernidad”, que en los tiempos de Fujimori era casi un grito de batalla de los neoliberales de entonces.
Ahora, el término exclusión social forma parte obligatoria del léxico de académicos, y políticos. No existe, prácticamente, ningún problema social importante en el país que no requiera de su auxilio para interpretarlo y de su opuesto, la inclusión, como necesaria y definitiva respuesta.
Sería intrascendente que cualquier concepto o teoría se vuelva una moda en las tertulias de cafetín. Pero es preocupante cuando se los asume como argumentos teóricos para fundamentar supuestas alternativas políticas, y peor todavía, cuando se les convierte sin más en programa de gobierno.
Esto es lo que viene sucediendo con la teoría de la exclusión/inclusión social, que luego de ser asumida, por la mayoría de agrupaciones, dirigentes y teóricos de nuestra izquierda, pasó a convertirse en uno de los ejes de la propuesta de Ollanta Humala en su discurso del 28 de julio.
Tampoco tendría nada de malo que la izquierda la asumiera, si es que esta teoría no fuera contrapuesta a la dogmática (en el buen sentido del término) propia, salvo que hubiera mediado un proceso de reformulación o de asimilación que las armonice y evite lo que hoy aparece como un despelote teórico.
El caso de Ollanta Humala es explicable puesto que realizó estudios de post grado en Francia, lugar de nacimiento de nuestra teoría en cuestión, donde expresiones como “exclusión social” o “los excluidos” apuntan a un concepto republicano que gira en torno a la idea de cohesión social y a los problemas de la urbanización y la modernización como fuente de un eventual debilitamiento de los lazos que mantienen funcionando el tejido social, de una sociedad industrial. Es lícito, entonces, pensar que esta teoría sea parte del bagaje de su formación política.
Este concepto tiene ya larga data. Fue acuñado en los años 60 y 70, formando parte de la búsqueda de respuestas a los problemas sociales que abonaban el peligroso avance del ideario socialista en un mundo convulsionado por revoluciones y por revueltas en la propia casa como el histórico “mayo 68”. Pero no sería hasta la segunda mitad de los 80 cuando realmente cobra importancia en la escena política francesa, con la creación del denominado Ingreso Mínimo de Inserción. Es a partir de aquí que el tema de la exclusión/inclusión pasar a ocupar un rango privilegiado en el pensamiento de la actual Unión Europea, llegando a reemplazar totalmente, por un tiempo al menos, al concepto de pobreza. Llegó incluso a ser asumido oficialmente por una resolución del Consejo Europeo llamada Combatir la exclusión social. De allí este concepto devino en una suerte de vedete y fue adoptado rápidamente por la Naciones Unidas y el Banco Mundial. Llegó incluso a formarse la Unidad para la exclusión social bajo el gobierno de Tony Blair quien también creó un ministerio para la exclusión social.
Al menos por sus orígenes es incuestionable que esta teoría nada tiene de revolucionaria, sino todo lo contrario. ¿Pero lo será también como idea, como teoría propiamente dicha?
Al respecto hay que señalar que como concepto ha tenido una larga evolución en el que luego de muchos años, y ya menguada la amenaza socialista, pasó de ser de contrapuesto al concepto de pobreza, a una suerte de complemento. De esta manera la Unión Europea ya en el 2003 lo definió así: “Exclusión social es un proceso que relega a algunas personas al margen de la sociedad y les impide participar plenamente debido a su pobreza, a la falta de competencias básicas y oportunidades de aprendizaje permanente, o por motivos de discriminación. Esto las aleja de las oportunidades de empleo, percepción de ingresos y educación, así como de las redes y actividades de las comunidades. Tienen poco acceso a los organismos de poder y decisión y, por ello, se sienten indefensos e incapaces de asumir el control de las decisiones que les afectan en su vida cotidiana.”
Con esta definición el concepto superó en mucho su inicial ambigüedad y eclecticismo, para convertirse en una suerte de nueva forma de presentación de los derechos humanos. En el Perú y en América Latina en general, ésta es la acepción que se viene manejando en los últimos años, pero poniendo énfasis en aspectos más sensibles a la realidad como por ejemplo el problema étnico, la desigualdad social, entre otros. De todas formas, de esta teoría se derivan “soluciones” de tipo asistencialista o de un justicialismo puramente administrativo, jurídico o declamativo. Por esta razón, en Europa ninguna de las medidas adoptadas, tanto en Francia o en Inglaterra (Ministerios de por medio), rindió frutos importantes, al punto de haberse desdibujado como propuesta atractiva en los planes partidarios y de gobierno.
Como teoría, entonces, la exclusión/inclusión, no es sino una forma de enmascarar la real naturaleza de la problemática social. La relación vertical, vale decir, de dominantes-dominados, poderosos-débiles, explotadores-explotados, imperio-nación, es sustituida por una relación horizontal incluidos-excluidos, que supuestamente el Estado puede corregir mediante determinadas políticas sociales y una mejor legislación.
Que una concepción como esta la promueva el Banco Mundial y la enarbole el gobierno de Ollanta Humala, en buena hora, que cualquier mejora para los pobres y los oprimidos, cualquier reforma, es buena. Pero resulta criticable que la izquierda la asuma acríticamente y que sin más abandone o soslaye sus propuestas de ir al fondo del problema para alcanzar la verdadera transformación del país. No sólo por un prurito teorético, sino porque de esta manera se fortalecen las tendencias opuesta a un cambio real, que es lo que buscaron sus más conocidos defensores: Pierre Massé, René Lenoir, Raymond Arond, todos ellos connotados militantes del anti- socialismo.
Trujillo, agosto de 2011
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