miércoles, 2 de mayo de 2018

MAESTRO Y GUÍA



La celebración del 1 de mayo, la gran efemérides de la clase obrera y de los trabajadores del mundo, ha tenido este año una connotación especial. Se están cumpliendo 200 años del nacimiento de Carlos Marx (1818-1883), el maestro y guía del proletariado, y 170 años de haberse publicado por primera vez el Manifiesto del Partido Comunista, obra de Marx y Federico Engels (1820-1895), que a pesar del tiempo trascurrido sigue siendo un tratado clave para aproximarnos al estudio y comprensión del capitalismo mundial en todas sus dimensiones; y a las tareas que le corresponden al movimiento obrero y a los trabajadores del mundo en el día a día de su enfrentamiento con el capital, en el largo camino de su emancipación.

Las jornadas de mayo de 1866 en Chicago, por las 8 horas de trabajo, ratificaron el carácter internacional de la pelea del proletariado. El capitalismo se había extendido a los principales confines del orbe, y la burguesía, cabalgando sobre la gran industria y el mercado mundial, había alcanzado, como se consignó en el Manifiesto, "la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno"; dando vida a su vez a la clase obrera, la convocada por la historia, desde la visión de Marx y Engel, a ser finalmente su sepulturera.

¡Proletarios de todos los países uníos!, la consigna que selló el Manifiesto Comunista, resume esa visión. El yugo del capital, se consignó en negro sobre blanco, es el mismo en Inglaterra, Alemania, Francia o en Norteamérica. Por ello, el contenido de la lucha del proletariado es internacional, aunque por la forma - la clase obrera alzándose contra las burguesías de sus respectivos países- sea nacional.

En la huella del Manifiesto, en 1864, se formó la Asociación Internacional de los Trabajadores, - la I Internacional- convocada para templar la unidad de los obreros, especialmente de Europa Occidental, la misma que en su Manifiesto inaugural y en sus Estatutos delineó, bajo la batuta de Marx, la ruta política, revolucionaria, de la clase obrera. La emancipación del trabajo- se lee en los Estatutos- "no es un problema nacional o local, sino un problema social que comprende a todos los países en los que existe la sociedad moderna".

II

Con esos derroteros, el combate por la conquista de la jornada de 8 horas se convirtió para la I Internacional en uno de sus más caros objetivos políticos; que en los años 90 de ese mismo siglo,  vertebró  por primera vez, la gran confluencia de los obreros europeos y americanos movilizados, como lo escribió Engels, "en un solo ejército, bajo una sola bandera, y para un solo objetivo inmediato: la fijación legal de la jornada normal de ocho horas".

Pero no se trataba solamente de la unidad. El Manifiesto del Partido Comunista,  le puso bases terrenales, fundamento científico, económico y social al trajinar de la clase obrera. Hasta ese momento, incluso los destacamentos más avanzados del proletariado y la pequeña burguesía no dejaban de fantasear en sus apreciaciones sobre la realidad en la que se desenvolvían. El capitalismo aparecía así no como un producto históricamente determinado, que había surgido desde las entrañas del feudalismo, sino como un régimen eterno, natural.

Ese orden, que estaba revolucionando el mundo,no escapaba, decían los maestros, a la confrontación de clases, a la lucha entre explotados y explotadores, que caracterizaba a las sociedades que habían dejado atrás la comunidad primitiva. La revolución económica y social a la que se asistía en esos tiempos había alumbrado la gran pelea histórica entre la burguesía y el proletariado; la primera, nadando en un mar de opulencia, riqueza y ostentación; la segunda, ahogándose en la miseria y desigualdades de todo tipo que el vértigo del capital generaba. Lo decían los propios informes oficiales.

Marx no había sido el descubridor de la gran contradicción entre burguesía y proletariado. Los propios investigadores burgueses, con anterioridad al maestro, ya lo habían estipulado. El Manifiesto Comunista, que se sustentó en los estudios y reflexiones de Marx y Engels, trazó las coordenadas de esa colisión, sus alcances y proyecciones, sus niveles y escenarios y, desde la perspectiva de la clase obrera, sus desenlaces, ajustados a las circunstancias históricas existentes en cada realidad económica y social.

III

Nada de emplastos ni remiendos al capitalismo, decía Marx. En el Manifiesto Comunista de 1848, como en el Manifiesto de la I Internacional, Marx deja en claro que la clase obrera tiene su propio camino, su propio norte, su propio porvenir, que no era otro que el de construir un nuevo orden económico y social. La ruta del comunismo estaba trazada,como también lo que Marx denominó "el gran deber" del proletariado: la conquista del poder político. Por eso es que  en setiembre de 1871, en un discurso pronunciado en una sesión de la I Internacional,  no dejó piedra sobre piedra de aquellos dirigentes que predicaban la abstención política.

La revolución es el acto supremo de la política, dijo. Quien la quiere -añadió- debe querer la acción política que la prepara, que educa a los obreros para la revolución. No se trataba, por ende, de hacer cualquier tipo de política, tan del gusto de la burguesía, sino la de enfrascarse en el impulso de la política propia, en la política obrera. "El partido obrero no debe constituirse como un apéndice de distintos partidos burgueses, sino como un partido independiente, que tiene su objetivo propio" sentenció.

IV 

A 200 años del nacimiento de Marx y a 170 años de la publicación del Manifiesto Comunista, la clase obrera y los trabajadores del mundo siguen afrontando las calamidades consustanciales al capitalismo, mientras la mayoría de esfuerzos orientados a sustituir este orden, supuestamente en el marco de las ideas de los maestros, han colapsado. Como es de suponer, las burguesías de todo el mundo baten palmas y redoblan su ofensiva ideológica orientada a desmoralizar o a embotar la conciencia de los trabajadores.

No todo, sin embargo, está perdido. Desde las propias crisis  del capitalismo mundial con sus catastróficos efectos a todo nivel, se alzan voces  críticas y reflexivas. El viejo Marx,  sepultado en 1883, ha vuelto a cobrar vida. Sus trabajos, en particular El Capital,  ha sido convertido prácticamente en libro de cabecera de académicos, investigadores, estudiantes, empresarios, trabajadores, que vuelven a ellos en busca de referencias, de ideas, de reflexiones, que les permitan entender los problemas económicos y sociales del presente.

Eric Hobsbawm, en uno de sus últimos trabajos consideró que existen "una serie de características esenciales del análisis de Marx que siguen siendo válidas y relevantes". La primera de ellas, dijo, "es el análisis de la irresistible dinámica global del desarrollo económico capitalista y su capacidad de destruir todo lo anterior, incluyendo también aquellos aspectos de la herencia del pasado humano de los que se benefició el capitalismo, como por ejemplo, las estructuras familiares". Y la segunda, agregó el historiador:  "es el análisis del mecanismo de crecimiento capitalista mediante la generación de contradicciones internas...produciendo concentración económica en una economía cada vez más globalizada". (Cómo cambiar el mundo, ed. Crítica, Barcelona, 2012, p. 23). 

Últimamente, en Lima, Miguel Giusti, un filósofo de la PUCP, declaró que "muchas de las tesis de Marx que cuestionaron la sociedad capitalista siguen siendo válidas. Las crisis del capitalismo, la alienación del trabajo, las formas de la injusticia, la necesidad de un cambio estructural, la de construir una sociedad más solidaria", entre otras. "Lo que no ha sido válido -añadió el profesor- es la forma en que las sociedades han querido construir nuevas formas de gobierno inspiradas en Marx. Eso es lo que ha fracasado". (El Comercio, 8 de abril de 2018).

El desafío está planteado...











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