jueves, 25 de enero de 2018

¡YO SOY GIUFFRA!


Se afirma, con razón, que los borrachos y los niños suelen decir la verdad. 

Y cuando la ñori de la foto, bien pasadita de tragos, apeló a su apellido  -con un fraseo que le salió del forro- para sacarle la vuelta a sus responsabilidades en un accidente de tránsito, no hizo sino confirmar lo dicho. 

Un Giuffra pesa, como pesan otro puñado de apellidos en el Perú , siempre asociados al poder económico y político, al color de la piel, a tu lugar de residencia, a los clubes exclusivos que frecuentas, al carro que usas...

Hace algún tiempo, un Mamani con plata, del cogollo de los nuevos ricos, fue a vivir a una urba exclusiva de La Molina. Los ricos de pura sangre, con apellidotes de exportación, dueños del espacio, le pusieron tranqueras y hasta le soltaron los perros...

Y blancos buscan a los blancos, para armar sus propios cotos excluyentes, sea cual sea el espacio donde han echado raíces.

¿Han visitado ustedes algún ministerio de los controlados por la tecnocracia neoliberal que ha tomado el estado por asalto? Salvo excepciones puntuales, "puros Giuffras".

Una fiscal veterana solía confesar a sus alumnos de San Marcos. "Cuando ingresé al ministerio público yo era la única andina, serrana. Todos eran blancos, rubios, con apellidos rimbombantes".

Si ustedes visitan Asia o Ancón, conocidos y concurridos balnearios de Lima, hallarán las mismas diferencias: una cosa es apellidarse Giuffra y otra Mamani o Salsavilca. En el tiranosáurico raciocinio de esos oligarcas, en las aguas del mar donde se baña un Giuffra no pueden bañarse los veraneantes que llegan desde "la otra cara de la luna"...

El Perú, pues, en esencia, no ha cambiado si lo comparamos con los años de la llamada República Aristocrática. Las formas de la exclusión social y cultural se habrán modificado, los apellidotes en boga en la actual República empresarial, habrán variado, pero la dolorosa desigualdad pervive, a pesar de los avances democratizadores que desde abajo se han conquistado.

Pero hasta ahí nomás se llegará. Es que no puede existir una democratización real, cabal, en el plano social y cultural si los nudos gordianos de la economía neoliberal, hoy vigentes, no son cortados. A lo sumo, como ha ocurrido en los últimos lustros, aparecerán nuevos nudos pára articular viejas ataduras

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