lunes, 16 de octubre de 2017

PELOTA DE TRAPO



UNO 

Veo fútbol desde niño, cuando tuve ocasión de admirar a los argentinos que campeonaron en el sudamericano de Lima, en 1957. ¡Qué equipazo! Escuché al legendario Pipo Rossi gramputear a todo el mundo, hasta el árbitro llevaba pa' la finca. Como también conocí a ese trío maravilloso de magos de la pelota: Maschio, Angelillo, Sívori. Todos bajo la batuta del viejo Stábile. 
El Perú no se quedaba atrás. Huaqui, Terry, Mosquera, Seminario, Rivera... eran unos diablos con el balón. El mismísimo Brasil, padeció después con el equipo peruano para clasificarse al mundial de Suecia del 58. La famosa "hoja seca" de Didí, en el Maracaná -ver foto- nos dejó con la miel en los labios, mientras los brasileños, con Garrincha y Pelé como máximos artilleros, alcanzaban la gloria.

¿Que tenían de común esos malabaristas? Unos y otros habían salido de los potreros de las grandes ciudades. El fútbol, de raíces inglesas y privilegiadas, se había recreado en estas tierras, aclimatándose a la pobreza de los barrios populares. La famosa pelota de trapo fue el símbolo de esos tiempos. 

Porque el fútbol siempre fue y será el deporte de los pobres. Jugarse una pichanga interminable en  los corralones, terrales, callejones... no costaba nada, salvo el tiempo, la requintada o los coscorrones paternos. Por eso es que los barrios orilleros como el de La Boca en Argentina, o el Rímac y La Victoria en Lima, han sido siempre canteras de futbolistas, como lo fueron  los descampados de las haciendas costeñas.
  
En esos espacios se soltaban las habilidades innatas. Afloraban las fintas, túneles, sombreros, chalacas, y los fierrazos que terminaban mandando la pelota hasta el fondo de las imaginarias redes. Eran barrios de bravos, de faites y malevos. Los pechos fríos no tenían cabida en esas confrontaciones. La boquilla funcionaba a las mil maravillas y si no, entraban a tallar los puños y algo más porque no faltaban los Carita y Tirifilo. El temperamento y la autoestima se afirmaban en esas batallas.

Equipos mayores como el Boca Junior o el Alianza Lima  nacieron y se fortalecieron en esos semilleros. Los italianos, que llegaron a Buenos Aíres en busca de futuro y que le dieron vida a los conventillos multicolores de La Boca, y los afroperuanos que emergieron de los algodonales  o de la servidumbre citadina, poblando callejones y corralones limeños donde hervía la vida, fueron los héroes de los tiempos aurorales del fútbol.


DOS
Con la expansión de las escuelas y colegios, el fútbol ganó otros espacios. La educación física, obligatoria en todos los planteles educativos, fue  el gran catalizador de las potencialidades deportivas de niños y jóvenes. En mi querido Monserrate de la vieja Lima, la escuelita fiscal donde cursé mis estudios primarios contaba con un profesor de educación física, y cuando llegué al glorioso Guadalupe ya fue el despelote. A sus grandes patios y sus arcos de fierro para el fulbito,  se sumaba un gimnasio completo y un estadio que estaba en las afueras del casco urbano, hoy Los Olivos.

No se practicaba únicamente el fútbol. El básquet, la natación, el atletismo, la gimnasia...eran otras actividades nada desdeñables.  Cada una de ellas con su profesor especializado. En el fútbol, destacaba José Chiarella, que llegó a ser entrenador del Sport Boys del Callao y que hizo de Guadalupe campeón intereescolar. Mifflin, Muñante, Burella, Salem, Llerena,  Béjar...entre otros, sacaron la cara por la celeste.
Otros colegios, tuvieron sus propios referentes. Miguelito Loayza, el genio que brilló en la selección de 1959, en Buenos Aíres, estudió en el Ricardo Palma de Surquillo,  en tanto que el Mariano Melgar, de Breña, cobijó a los famosos "carasucias" del Defensor Lima, que hizo historia en el torneo profesional; mientras el nene Cubillas brilló en el Ricardo Bentín del Rímac, aunque sus orígenes fubolísticos hay que buscarlos en las canchas polvorientas de Puente Piedra.

No todos los grandes futbolistas de entonces, sin embargo, llegaron a pisar la escuela. El gran Perico León, uno de los bizarros de La bombonera y de México 70, por ejemplo, aprendió las primeras letras gracias a Cubillas en los entretiempos de los encuentros futbolísticos.


TRES

Desde esos años aurorales hasta el presente, mucha agua ha corrido bajo los puentes del río Rímac. La pelota de trapo ya no existe. El fútbol, merced a la expansión tecnológica, ha terminado por entronizarse en el imaginario popular. Hoy, hasta en los últimos rincones del país se vibra al compás de los Guerrero y los Cueva con la blanquirroja;  aunque no pocos, dada la mediocridad del fútbol local, prefieran hinchar cotidianamente por el Barcelona o el Real Madrid.

Los estadios o las lozas deportivas se han multiplicado, como las academias de fútbol y los clubes profesionales. La expansión del capitalismo no ha dejado piedra sobre piedra de los viejos clubes de barrio. El vil metal se impone hasta en los torneos donde se supone debe primar el amateurismo. Lo que no ha cambiado, sin embargo, son las condiciones de vida de los Guerrero, Orejas, Cuevitas y Carrillos, que abundan en los extramuros de la gran ciudad. 

La pobreza y la desnutrición, el desempleo y la desesperación cotidiana por el día a día, siguen complotando contra el desarrollo de las fortalezas deportivas de los niños y jóvenes. Salvo honrosas excepciones,  los gladiadores que en las próximas semanas nos pueden llevar al mundial, tuvieron la suerte de cruzarse con algunos mecenas. Las escuelas y colegios, otrora semilleros de todos los deportes ya no pueden cumplir con esa noble tarea. Los ajustes presupuestales los han reducido a la sobrevivencia

Por eso, cuando entre broma y en serio se dice, en referencia a los partidos  de fútbol con Nueva Zelanda, que será un encuentro entre los que toman realmente leche y los que consumen sustitutos de la misma, están diciendo una gran verdad. Basta ver  las diferencia entre los biotipos de ambas selecciones para darse cuenta de las desigualdades que reflejan el estado del desarrollo económico y social entre ambos países. 

Creo no equivocarme, finalmente, si afirmo que si bien la pelota de trapo en sí ya no es más que una reliquia en cualquier museo del fútbol,  las realidades sociales que le dieron vida no han desaparecido como para pensar en la sostenibilidad de ese deporte como de otros, atletismo o vóley por ejemplo.  Que no nos deslumbren los balones de fútbol de última generación,  las camisetas y chimpunes multicolores, las canchas de grass sintético, los golazos de Paolo o del Orejas, o las tapadas de Gallese. 

Lo que se requiere es un desarrollo multidimensional del fútbol y otros deportes. La realidad, empero, nos dice que bajo el imperio del orden vigente, así vayamos al mundial, los éxitos serán simples fogonazos, flores de un solo día. De lo contrario, a tantos años de su realización,  no estaríamos todavía elogiando los goles de Cubillas en México 70 o las arremetidas del tanque La Rosa y la magia de Cueto en España 82...








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