viernes, 27 de octubre de 2017

PAÍS DE VIOLADORES


Las verdades en el Perú sacan ronchas, desdibujan hipocresías, subvierten conciencias y voluntades.

Por eso es que la afirmación de  que el Perú es un país de  violadores, que se ha extendido en las redes sociales como una gran mancha de aceíte, ha armado un gran revuelo.

A dos de sus aspiciadoras, las congresistas Glave y Huillca, las quieren hacer pasar por el callejón oscuro de la comisión de ética del congreso. La mototaxi naranja las quiere flagelar en público por ese atrevimiento.

Mechita, la premier, haciéndole un guiño a esa bankada, ha pedido que el hashtag  #Perú, país de violadores sea cerrado. No lo soporta.

Lo real es que ni la Glave, ni la Huillca, han dicho nada que no pueda ser corroborado por los hechos.

Es como afirmar que el Perú es un país de corruptos, de ladrones de cuello y corbata, de gobernantes y políticos truchos,de periodistas mermeleros...

La violación  de una operadora del último censo de población, en plena luz del día y prácticamente ante los reflectores de los medios que seguían paso a paso el evento censal, ha desnudado esa realidad, en todas sus dimensiones.

Ha quedado ratificado que en cualquier punto de la ciudad puede existir un violador emboscado. Como ha quedado en claro que hay autoridades que de tales solo tienen el nombre.

No solo pesetearon a los jóvenes empadronadores, o los hicieron mendigar por el pago prometido. También los metieron a la boca del lobo. Pretendiendo después, made in Perú, comprar el silencio de los inocentes.

¿Por qué se arañan entonces Mechita y los fujimontesinistas?

La respuesta es muy simple. Con el neoliberalismo, al cual se asdcriben en cuerpo y alma, no se ha avanzado un milímetro en resolver la opresión de la mujer, la violencia que contra ella se ejerce en todos los planos sociales, comenzando con el económico. Muy por el contrario, el problema se ha profundizado y extendido.

La expansión del capitalismo en el país, su modernización a troche y moche,  ha conllevado una rearcaización de las relaciones sociales. No solamente hay una esclavitud de varones, que un incendio destapó. La esclavitud femenina  es también pan de cada día. Está presente en el hogar, en el trabajo, en el tráfico sexual de mujeres,  en su cosificación como muñecas de placer, de capricho varonil, de deleite visual.

Con el neoliberalismo, impuesto a sangre y fuego en los años 90, la mujer peruana fue lanzada literalmente al arroyo. La desocupación, el hambre y la miseria, arrojaron a la mujer a la búsqueda de un sustento. Les impusieron salarios de hambre y jornadas de trabajo extenuantes y expoliadoras que podía incluso cumplirlas en su casa. Lo tomaba o lo dejaba.

En la otra puerta esperan el proxeneta, el traficante de drogas, listos siempre, con el aval del Estado caficho, para entregar la mercadería al mejor postor: en Asia o en los profundidades de Madre de Dios, en El trocadero del Callao o en La cumbre de Trujillo...

La violencia contra la mujer no puede ser encarada entonces como un simple tema de género, con todo lo importante que pueda ser. Tampoco es un asunto educativo, cultural, policiaco o judicial, sin desmerecer su trascendencia en la solución del problema.

De nada o de muy poco ha servido el hecho de que hoy exista un mayor número de mujeres en los puestos de mando del país - de lo que se jactan los operadores del neoliberalismo- si ellas píensan como los hombres, al seguir siendo esclavas ideológicas  del machismo. 

Peor todavía si los sectores más conservadores y reaccionarios de las diferentes iglesias, posicionados en los partidos gobernantes, han metido sus pezuñas en la interpretación y supuestamente en búsqueda de salidas a tamaño problema. 

Mechita ha anunciado la formación de una comisión de alto nivel para erradicar la violencia contra la mujer. Puro floro. Con anterioridad ya han existido otras movidas burocráticas supuestamente focalizadas para enfrentar esa pandemia. Nada ha ocurrido ni ocurrirá, salvo pinceladas marketeras, porque como hemos visto las raíces de la tragedia social están en el propio ordenamiento, del cual esas comisiones son parte constitutiva.

El camino está en las bases, en los hombres y mujeres de todos los sectores sociales, en sus organizaciones democráticas y autónomas que estén dispuestas a pelear por los derechos de la mujer, como expresión del combate por los derechos humanos en sociedades injustas y opresivas como la peruana. 

En esta pelea, deberá quedar en claro la verdadera naturaleza del sistema en el que vivimos, como también la obligación política y ética de trabajar por una sociedad sustancialmente diferente.






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