sábado, 24 de mayo de 2014

ESO NO VENDE

Cuando se produjo la tragedia del Estadio Nacional de Lima, el 24 de mayo de 1964, la totalidad de los jóvenes aficionados que hoy concurren a los recintos futbolísticos en el país, no habían nacido. A la luz de lo ocurrido en el 64 es lícita la pregunta: ¿Estamos libres de otra desgracia de esa naturaleza? o si ustedes quieren: ¿hemos aprendido las lecciones que nos dejó la tragedia?

Aunque resulte duro decirlo, estimo que como en otras esferas no hemos aprendido nada, estando por tanto expuestos a la repetición de dramas como el que hace 50 años enlutó a más de 300 familias de hinchas del equipo peruano. Me explico.

Es sintomático que salvo una que otra publicación, no ha habido una intención sostenida de recordar la tragedia para educar a la afición deportiva y a las autoridades de hoy de los riesgos que conlleva la asistencia multitudinaria a un recinto deportivo, particularmente futbolístico. Riesgos potenciales que se hacen mucho más marcados en contextos donde existe impotencia para contener los desbordes violentos de las llamadas barras bravas, cuya estelas luctuosas no son pocas, en Lima y provincias.

Contexto de violencia que no puede explicarse al margen del desmadre social y psicológico que afronta el país, que  origina que las reaccciones de fuerza, individuales o colectivas, estén a flor de piel, prestas a desencadenarse ante cualquier situación que se considere injusta o adversa. Lo vemos en los micros, en la calle,  el barrio, en el pueblo, urbano o rural cuando de ajustar cuentas se trata, especialmente con con la delincuencia organizada.

Sin pretender considerar que las situaciones sean exactamente iguales pero en  la tarde del 24 de mayo de 1964 la reacción de la masa ante la anulación del gol de Kilo Lobatón y los golpes  de la policía a "Bomba", que se metió al campo de juego a ajustar al árbitro Pazos, la reacción decíamos tuvo un substrato social mayor. El país estaba movido. La protesta popular contra el estado de cosas reinantes en el orden económico y social era una constante. El golpe de los militares en 1962 para cerrarle el paso al Apra y lo decepcionante de la gestión del presidente Belaúnde desde 1963 - estaba prometiendo el oro y el moro desde 1956- indicaba que algo  estaba ocurriendo en el Perú. Javier Heraud ya se había inmolado en Madre de Dios mientras que crecía la leyenda de Hugo Blanco, el héroe campesino de La Convención, en el Cusco.

Lima, mientras tanto, tugurizada hasta el tuétano, comenzaba a desbordarse hacia los extramuros. No importaba que no hubiera agua, ni luz, ni servicios básicos. Lo importante era sobrevivir en los cerros, roquedales, arenales, aunque lloviesen bombas, palos y balas...

El reclamo y la protesta airada ante lo que se consideraba un abuso del réferi, al anular el gol y de la policía, al golpear a "Bomba" caían por su propio peso. Como también la reacción de la policía: arrojar bombas lagrimógenas contra la gente, eso es lo que siempre hacía ante cualquier protesta. El mayor De Azambuja y el capitan Monje, jefes policiales, cumplieron con su protocolo de seguridad. No se atrevieron  a pensar sobre las consecuencias de sus órdenes. Cuando los aficionados, ya ganada la calle, reaccionaron también violentamente, las autoridades siguieron cumpliendo con su protocolo: suspendieron las garantías en todo el país y le echaron la culpa a los "agitadores comunistas"...

En la actualidad hay un ingrediente más. En el 64 el fútbol estaba dejando los pañales del amateurismo, no se había convertido en un negocio vulgar, como lo es hoy, donde el capital, sin alma y sin bandera, ha metido su hocico en todos los confines de esa actividad. ¿Lo dudan?  Por algo será que al ex presidente de club Alianza Lima lo han mandado  5 años a la cárcel. ¿Siguen dudando? Revisen las declaraciones de Romario el astro brasileño que desde hace tiempo viene denunciando las raterías de tales y cuales empresas en el Mundial que comenzará dentro de algunos días en el Brasil.

Con don dinero marcando la pauta en un deporte tan popular como el es fútbol no debe llamarnos la atención que hoy se desayune, se almuerce y se coma fútbol; o lo que era antes eran simples competencias deportivas se hayan convertido en verdadera guerras,  en las que las fanaticadas -llevando una pelota en la cabeza por obra y gracia de los medios mercenarizados- dan rienda suelta a todas sus frustraciones y complejos, en cuyo marco expresiones como "El que no quiere Boca no quiere a su madre" - lo escuché en Buenos Aíres hace bastante años- resulta siendo una expresión de imberbes.

Con estas consideraciones es explicable que a pocos les interese sacar lecciones de lo ocurrido el 24 de mayo de 1964. Eso no vende. Basta una misa para recordar a los caídos.

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