A lo largo de tres décadas, los vendedores de ilusiones que capturaron el poder nos dijeron que estábamos sembrando elefantes. La pandemia se trajo abajo ese cuentazo, sacó a la luz las excrecencias del orden económico y social establecido, y nos mostró una cruda realidad: estámos cosechando pulgas. La metáfora también puede ser útil para explicarnos la tragedia de la discoteca de Los Olivos, en Lima, donde 13 jóvenes perdieron la vida en una juerga formalmente prohibida para los tiempos de pandemia que vivimos.
No hay que extraviarnos en la interpretación de ese luctuoso suceso, ni pretendamos mirar la realidad con un solo ojo, como algunos lo hacen, muy hipócritamente por cierto. Las conductas de esa juventud desbandada - en otros puntos del país se han encontrados a centenas de adolescentes y jóvenes en francachelas similares a la de Los Olivos- obedecen a una realidad concreta: la moldeada en estas últimas décadas, con sus disparidades, precariedades, pobrezas, frustraciones, angustias, que inevitablemente van a dar vida a los llamados hogares disfuncionales, matrices de los rebeldes sin causa que hoy nos llaman la atención, pero de cuya existencia hace mucho que daban cuenta los organismos especializados.
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En otras palabras, la distribución desigual de la torta generada por el capitalismo en el Perú, ha generado la existencia de anchas franjas de pobreza y pobreza extrema, que la pandemia la está llevando a niveles infernales. En esas condiciones, los hogares peruanos atrapados en esas precariedades de vida, están sujetos a todo tipo de vulnerabilidades, materiales, éticas, psicológicas.
En esos contextos hogareños, donde el empleo seguro es un sueño, y el desempleo, subempleo, y los salarios de hambre, una realidad contundente, la disfuncionalidad está en el orden del día. Los especialistas lo dicen: la familia es el primer nivel de socialización de la persona; aquí, desde niños, los hombres y mujeres van madurando su personalidad, su conducta. Sus fortalezas o debilidades para enfrentar las contingencias de la vida, son el producto de esas colectividades, funcionen o no funcionen adecuadamente.
Sin duda que lo ideal es la estabilidad de ese hogar, para que desde la interacción adecuada entre sus diferentes miembros - como lo muestran candorosamente los libros escolares- y el cumplimiento de los roles de los padres, los niños puedan desarrollarse adecuadamente. Bernardo Klisberg, un consultor internacional, especialista en estos temas, ha hablado más de una vez de lo que él califica "magia" de las cenas familiares. En estos encuentros íntimos, señala Klisberg,, los hijos "aprenden cosas que nadie les puede transmitir".
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Eso es lo ideal, en el país de las maravillas. En el Perú, donde según Grade, la informalidad laboral alcanza el 70% de la PEA, la realidad nos indica otra cosa. En esos espacios es donde emergen, por ejemplo, aquellas anchas franjas de NINIS - ni estudian, ni trabajan- como víctimas de una exclusión abierta y descarada. No tienen derecho a un trabajo digno, tampoco a una educación adecuada, menos a una vida normal, porque sencillamente están excluidos de esos espacios. Son sectores sociales vulnerables, indefensos, inseguros, frustrados, que pueden ser presas fáciles de cualquier canto de sirena, venga de donde venga, de lo legal o ilegal.
Añado un dato. En los 80 como en los 90, América Latina, bajo el imperio del neoliberalismo, América Latina vivió una diáspora que hizo trizas a miles de miles de familias. Los hogares se quebraron: los padres o madres, o ambos marcharon a buscar trabajo a diferentes puntos del orbe, dejando a los hijos a cargo de los abuelos, tíos o compadres, en casas donde seguramente nunca existió la "magia" de las cenas familiares. Según el mismo Klisberg, aquí se encuentran las razones de fondo de fenómenos sociales como el del pandillaje juvenil que asola esta parte del mundo. Nosotros le agregaríamos las barras bravas, y todas las expresiones de delincuencia juvenil.
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Finalmente, ante esta realidad, no es difícil explicarse el porqué - como lo acaba de señalar Datum- el 45% de los peruanos considera que en el Perú no se practica ningún valor. Los principios y valores se aprenden, se asimilan, en la primera escuela de vida que es la familia. Si aquí no hay ética, y si se trata del Perú, tampoco la vamos a encontrar más allá de los linderos del hogar. Con presidentes presos, acusados de corrupción y otros delitos; congresistas mafiosos, gobernadores, alcaldes y funcionarios ladrones; con jueces, fiscales, policías, soldados... metidos en el merengue delincuencial, es difícll que los niños y jóvenes de hoy encuentren referentes para cubrir los vacíos éticos arrastrados desde sus casas-
La situación es grave, social y éticamente hablando. Deslindemos responsabilidades, incluyendo la de los transgresores de las normas, pero no olvidemos que ellos, como nosotros,somos finalmente hechuras de nuestras respectivas realidades.
Tampoco soslayemos lo que metafóricamente señalé al inicio: los ideólogos del neoliberalismo nos juraron que estábamos sembrando elefantes. Los hechos nos indican que no es así: estamos cosechando pulgas.
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