jueves, 12 de septiembre de 2019

LA GRUTA


 

Ahhh, si esas calles, plazas o rincones de la vieja Lima hablaran...Este caserón por ejemplo, ahora con mil candados encima, tuvo un primer piso muy movido en los años del reinado de las rockolas. El inmueble en su conjunto seguramente que habrá sido objeto de más de un estudio de los historiadores del arte; pero no todos saben que en la parte baja funcionó durante muchos años una célebre cantina: La Gruta, un clásico lloradero del centro histórico limeño. Su ubicación fue estrátegica: calle La Palma - segunda cuadra del jirón Rufino Torrico- a unos pasos de la avenida Tacna y a un par de cuadras de la plaza de Armas, es decir, un verdadero lugar de tránsito, que podía convertirse - todo dependía del ánimo de los transeúntes- en un remanso musical y amical. ¿Un pancito con relleno y su camotito frito? ¿Chicharrones quizás? ¿Un tamal de chancho?...eran los atractivos culinarios, que necesariamente tenían que ser asentados con sus chelas al polo.
 
El viejo Bryce escribió alguna vez que era preferible ser un borracho conocido que un alcohólico anónimo. La Gruta llegó a tener sus borrachos conocidos, porque ahí hicieron sus placenteras hojas de vida Total, el local funcionaba prácticamente las 24 horas del día, y como la rockola era el imán de los bebedores, pues siempre estaba lista para trasladarnos al paraiso musical que quiséramos. Panchito Riset era uno de sus fuertes, pero cuando Pedro Infante, Javier Solís Roberto Ledesma, o Armando Manzanero estaban en el tope de la sintonía, no había una canción de estos amos del bolero que faltase. Y lo mismo decimos de los guaracheros o boleristas de la inmortal Sonora Matancera. ¿Y Lucho Barrios, Pedrito Otiniano o Jhonny Farfán, nuestros célebres cebolleros peruanos? Sus discos también figuraban en la poderosa rockola de luces multicolores.

Y cuando la salsa se apoderó de los gustos musicales latinos, La Gruta no se quedó atrás. Es decir, si uno quería airear sus cuitas sentimentales ante los amigos, o quizás alegrar simplemente el espíritu, o afirmar amistades, o de repente como cualquier lobo solitario tener un tete a tete con unas botellas de cerveza, La Gruta era el córner ideal. Comida, ambiente, música, trago, aserrín, y hasta los rocambolescos mozos, capaces de despacharse un trago con la clientela, eran parte del paisaje bohemio que un día, si aviso previo, desapareció...

El reloj no marcaba todavía las 8 de la mañana del último sábado, cuando pasé delante del caserón aludido.No resistí la tentación de pararme unos buenos minutos delante de lo que fue La Gruta, atrapada en esos momentos en un silencio sepulcral, mientras los recuerdos, las añoranzas, se precipitaban en cascada...

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