Los hombres y mujeres que de buena fe se esmeran en dorar la imagen
del Perú de nuestros días, deben estar al borde un ataque de nervios. No
se trata del cebiche, del equipo de fútbol o de alguna de nuestras
riquezas arqueológicas de bandera. El problema es mayor. Sucede que
todos los presidentes peruanos - salvo Valentín Paniagua- que han pasado
por el palacio de Pizarro en casi tres décadas, todos, repetimos, están
presos. Y la que algún momento fue seria aspirante a ser inquilina del
mismo palacio: Keiko Fujimori, está en la misma situación.
¿Por
qué incluimos a García? Por una sencilla razón. El también estuvo preso
de sus temores, de sus remordimientos, de sus responsabilidades, de sus
demonios...Como lo han dicho los entendidos: el suicidio fue su gran vía
de escape. De no haberlo hecho estaría hoy en el ex fundo Barbadillo,
convertido en la prisión dorada de los ex mandatarios.
Esa imagen
deplorable que hoy presenta el país amerita una reflexión, con mayor
razón si las tres últimas décadas vividas suelen ser expuestas con
bombos y platillos por haberse alcanzado una modernización económica y
social nunca antes vista. Para quienes piensan de esa manera, el
neoliberalismo, impuesto a balazos por el ex presidente Fujimori y
continuado por sus sucesores, es algo así como el non plus ultra de las
alternativas económicas y políticas hoy existentes.
Y si fuera
así, ¿como nos explicamos que los líderes que se encargaron del montaje y
mantención de ese modelo capitalista hayan terminado en la cárcel
acusados de robos y asesinatos a mansalva, como es el caso de Fujimori, y
de serios cargos de escandalosa corrupción en los otros?
La
respuesta no pasa únicamente por el señalamiento de las flaquezas
individuales, éticas y morales de los ex presidentes, que las hay. Hay
que hurgar seriamente en el modelo, en sus presupuestos teóricos,
políticos y éticos. En ese sentido, el capitalismo como tal, los
estudiosos lo han señalado, no es pues agua de malvas para los
trabajadores y pobladores de cualquier realidad donde se establezca;
como tampoco es sinónimo de vacas flacas para las clases empeñadas en
promoverlo. Ni mucho menos es un orden que pueda servir como modelo de
conducta ética y moral, muy por el contrario.
Sucedió también en
el Perú de los siglos XIX o en XX. La explotación del guano, del
salitre, del caucho, de la minería, petróleo,o pesca para citar algunos
capítulos de esa historia sucia, así lo indican. La corrupción ha sido
parte consustancial de esos periodos, está escrito, como también figura
en letras de molde el desarrollo trucho, bambeado, engañoso, que esas
actividades generaron.
El neoliberalismo, en esencia, se organiza
sobre esas mismas coordenadas, llevadas a sus extremos, trasladándonos
incluso al siglo XIX donde los derechos de los trabajadores no existían.
La Constitución de 1993, trabajada por el mismísimo Montesinos con la
ilusión de quedarse eternamente en en el poder, así lo revela. es un
embudo: lo ancho para el capital, lo angosto para el resto del Perú. Los
resultados los tenemos a la vista. Los pueblos siguen peleando por la
vida, la salud, la educación, el trabajo, el salario, el medio ambiente.
La burguesía en el poder sigue peleando por acrecentar su riqueza.
¿Corrupción? ¿Cuál corrupción? Los últimos documentos de la Confiep,
concentrados en sacar adelante sus proyectos económicos, no le dedican
una línea al tema.
Además, esos empresarios, que también está
comprometidos en el saqueo, confían en sus operadores políticos, para
eso les financiaron las campañas a los presidentes y congresistas. El
blindaje congresal a la corrupción - los mismos fiscales lo señalan- no
es sino un serio indicador de cuan podrido está el Estado, incluyendo
sus aparatos de justicia. Y la Constitución del 93 ahí, sirviéndoles de
coraza legal.
En ese contexto, las ladronerías presidenciales no
pueden ser reducidas a conductas individuales, a circunstancias
episódicas . El orden establecido, carcomido por la corrupción de
extremo a extremo, con los valores éticos transformados en papel mojado,
se constituye así en la gran matriz de esos violentamientos a la
decencia. Hay que pensar muy seriamente en cambiarlo todo. Si la
burguesía y sus operadores políticos e ideológicos han convertido el
poder en una gigantesca pata de cabra para sus robos y latrocinios de
todo tipo, el pueblo, debe transformar ese poder en la gran palanca para
cambiar realmente todo.
Camino al bicentenario de la independencia de 1821, esa debe ser nuestra gran preocupación de fondo.
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