Esta foto corresponde a los años de gloria de ambos dictadores. En los años 70 del siglo XX, los generales Morales Bermúdez y Rafael Videla, a la cabeza de sus respectivas dictaduras militares, sembraban el terror en el Perú y Argentina. Décadas después Videla terminaría casi literalmente pudriéndose en una prisión argentina, acusada de mil crímenes; mientras que Bermúdez, con más de 95 años encima está terminando su existencia con una condena a cadena perpetua, sancionada por jueces italianos, que han encontrado en él, como en una veintena de militares latinoamericanos, responsabilidades en la persecución, desaparición, tortura, y asesinato de ciudadanos italianos en los tiempos en que esos sátrapas manejaban a su antojo sus respectivos países.
Los armarios de Bermúdez y Videla estaban repletos de cadáveres. A ellos, como a los jefezuelos militares de otros países, el Plan Cóndor los hermanó. Fue un pacto de sangre tramado en las entrañas del régimen sanguinario del general Pinochet, en Chile, pero que contó con los auspicios de la CIA. El objetivo era deshacerse, a como de lugar, de los opositores a los regímenes militares. Dirigentes y militantes de la izquierda revolucionaria, sus familiares, sus hijos, fueron el primer blanco del plan, pero adversarios de otro color también fueron arrastrados a la vorágine de terror. Miles de miles de hombres y mujeres, pagaron con sus vidas su activismo político, o desaparecieron, o fueron torturados, o llenaron las cárceles.
Los sospechosos de pertenecer a alguna organización subversiva iban y venían por los países latinoamericanos en busca de cobijo. El brazo largo de los operadores del plan Cóndor podían cazarlos en cualquiera de esos territorios, había carta blanca para esa cacería. En el Perú cayeron varios montoneros argentinos a los que llegaron a perseguir por las calles limeñas. De ellos nunca más se supo.E igual suerte podrían haber corrido los políticos peruanos que en el último año de la dictadura moralesbermudista fueron arrojados a Argentina. Javier Diez Canseco, el actual congresista Apaza Ordóñez, Genaro Ledesma, Ricardo Napurí, Hugo Blanco...figuraban entre ellos. La reacción de la opinión pública nacional e internacional los arrancó de las manos de los verdugos argentinos
Pero el armario del general Bermúdez también está repleto de otros cadáveres: los miles de dirigentes o activistas sindicales que fueron despedidos de sus centros de labores, antes y después del Paro de julio de 1977 y de los levantamientos populares que se produjeron como expresión de la lucha antidictatorial y democratizadora de esos tiempos. En otras palabras: los muertos, torturados, encarcelados, golpeados, perseguidos...durante la llamada segunda fase de la dictadura militar de esos años. Recordemos que el general Bermúdez carga en su mochila el nada halagador privilegio de haber defenestrado del poder a quien fue su jefe inmediato: el general Velasco Alvarado, a quien sirvió y aplaudió en su calidad - así lo llamaban- de jefe de la "revolución peruana". En agosto del 75, en Tacna, Morales Bermúdez se levantó contra Velasco, logrando la adhesión de los principales jerarcas militares, incluyendo a quienes, desde la "izquierda militar" habían sostenido el régimen velasquista.
El mandato de Velasco periclitaba en medio de la crisis económica, su enfermedad que en algún momento lo había puesto al borde de la muerte, de las contradicciones al interior del mismo régimen entre las diferentes facciones militares, y de la protesta popular en crecimiento. El golpe de Morales fue el tiro de gracia para Velasco y las reformas que impulsó. Morales había estado de acuerdo con ellas, pero ya en el poder comenzó a desmantelarlas. El felón, así comenzaron a llamarlo, comenzó a desandar lo andado. Era el golpe que la derecha había estado esperando para volver a recuperar su viejo posicionamiento ideológico y político.
Videla, lo hemos dicho, expiró en la cárcel; probablemente Morales Bermúdez no correrá igual suerte. La historia, sin embargo, no ha terminado de juzgarlo. Los cadáveres de su armario seguirán hablando.
Los sospechosos de pertenecer a alguna organización subversiva iban y venían por los países latinoamericanos en busca de cobijo. El brazo largo de los operadores del plan Cóndor podían cazarlos en cualquiera de esos territorios, había carta blanca para esa cacería. En el Perú cayeron varios montoneros argentinos a los que llegaron a perseguir por las calles limeñas. De ellos nunca más se supo.E igual suerte podrían haber corrido los políticos peruanos que en el último año de la dictadura moralesbermudista fueron arrojados a Argentina. Javier Diez Canseco, el actual congresista Apaza Ordóñez, Genaro Ledesma, Ricardo Napurí, Hugo Blanco...figuraban entre ellos. La reacción de la opinión pública nacional e internacional los arrancó de las manos de los verdugos argentinos
Pero el armario del general Bermúdez también está repleto de otros cadáveres: los miles de dirigentes o activistas sindicales que fueron despedidos de sus centros de labores, antes y después del Paro de julio de 1977 y de los levantamientos populares que se produjeron como expresión de la lucha antidictatorial y democratizadora de esos tiempos. En otras palabras: los muertos, torturados, encarcelados, golpeados, perseguidos...durante la llamada segunda fase de la dictadura militar de esos años. Recordemos que el general Bermúdez carga en su mochila el nada halagador privilegio de haber defenestrado del poder a quien fue su jefe inmediato: el general Velasco Alvarado, a quien sirvió y aplaudió en su calidad - así lo llamaban- de jefe de la "revolución peruana". En agosto del 75, en Tacna, Morales Bermúdez se levantó contra Velasco, logrando la adhesión de los principales jerarcas militares, incluyendo a quienes, desde la "izquierda militar" habían sostenido el régimen velasquista.
El mandato de Velasco periclitaba en medio de la crisis económica, su enfermedad que en algún momento lo había puesto al borde de la muerte, de las contradicciones al interior del mismo régimen entre las diferentes facciones militares, y de la protesta popular en crecimiento. El golpe de Morales fue el tiro de gracia para Velasco y las reformas que impulsó. Morales había estado de acuerdo con ellas, pero ya en el poder comenzó a desmantelarlas. El felón, así comenzaron a llamarlo, comenzó a desandar lo andado. Era el golpe que la derecha había estado esperando para volver a recuperar su viejo posicionamiento ideológico y político.
Videla, lo hemos dicho, expiró en la cárcel; probablemente Morales Bermúdez no correrá igual suerte. La historia, sin embargo, no ha terminado de juzgarlo. Los cadáveres de su armario seguirán hablando.
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