Los
dados de los tahures fujiapristas que controlan el establo congresal,
están tirados. Quien guarde ilusiones sobre la posibilidad de alguna
rectificación en sus siniestras perfomances, o peca de ingenuidad o
sencillamente, al margen de su voluntad, se ha convertido en los hechos
en un topo de las fuerzas que en nombre de la criminalidad organizada
que asola el país, han tomado el establo por asalto.
El enésimo
blindaje al fiscal Chávarry, cuestionado y repudiado hasta por sus
propios pares, está demostrando que el fujiaprismo, en su agonía, está
dispuesto a matar. La cuestión de confianza que se le exige al
presidente Vizcarra, para disolver constitucionalmente ese congreso y
convocar a nuevas elecciones parlamentarias, sería el tiro de gracia
contra esas fuerzas reaccionarias.
Pero hasta el momento, las
ambigüedades del mandatario propias de su extracción social, sus
coincidencias ideológicas y políticas con el fujiaprismo, pero sobre
todo sus compromisos con el gran capital, -a quien le interesa un rábano
el color del gato porque lo importante es que atrape ratones- están
impidiendo que el jefe de Estado asuma esa responsabilidad.
En
estas circunstancias es el pueblo movilizado, alzado a la pelea contra
la corrupción, el que tiene la palabra.Sus potencialidades en la lucha
contra esa pandemia ha quedado demostrada en los últimos tiempos. Cuando
parecía que no había luz al fondo del túnel, las masas la encendieron y
le inyectaron fuerza hasta al propio Vizcarra; respaldando
combativamente el desempeño de los fiscales y jueces comprometidos en la
investigación y sanción de los corruptos y de las organizaciones
criminales a las que dieron vida.
La concentración y movilización
popular de anoche en Lima, los pronunciamientos de organizaciones
políticas, culturales, feministas, de defensa de los derechos humanos, y
hasta de los propios fiscales en pro de la cuestión de confianza y del
cierre del congreso, evidencian que las reservas morales del país
vuelven a la carga en defensa de la decencia, de la ética, de la
política como quehacer al servicio del pueblo.
No obstante, a mi
entender, debe quedar en claro que ese reclamo, que vuelve a calentar
la calle, no debe ser entendido como un apoyo al presidente Vizcarra,
cuyos arreglos con el gran capital y las transnacionales impactan
negativamente en las mayorías nacionales: en el empleo, en el salario,
en la salud, educación,en la calidad de vida de los millones de
peruanos, e incluso hasta en la atención a los pueblos castigados por
los desastres naturales.
En otros términos, el pueblo movilizado
tiene que saber defender sus fueros, su camino propio, sus banderas
programáticas, sus aspiraciones de ser poder para construir un Perú
diferente. La crisis política a la que asistimos está manifestando la
caducidad del orden establecido, su podredumbre. Con la mirada puesta en
el bicentenario de la independencia del Perú, en los sueños de quienes
la hicieron posible, tenemos derecho a asumir el desafío de pretender
alcanzar el cielo con nuestras propias manos.
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