miércoles, 15 de mayo de 2019

AMAGAR POR LA IZQUIERDA...


Susana Villarán, la ex alcaldesa de Lima, otrora engreida de ciertos sectores de la izquierda peruana, está hoy en la cárcel. La pregunta que todo el mundo se hace es ¿que pasó con la mujer que aspiraba  a ser presidenta del Perú? 

Mismo Garrincha, recordado mundialista de los seleccionados brasileños de fútbol, la Villarán, como tantos otros figurones que han poblado o pueblan los espacios zurdos de la política criolla, amagó por la izquierda, pero finalmente salió por la derecha.

Como otrora se decía, los dardos almibarados de la burguesía impactaron de lleno en ella y la metamorfosearon. El poder, el sistema vigente, las tentaciones de los usos y costumbres de la democracia burguesa, la podredumbre moral imperante, la sedujeron y finalmente la atraparon. Como lo dijo el desaparecido Alberto Flores Galindo en referencia a los izquierdistas seducidos por el sistema: pesaron más los convites, los buenos modales, la moda...Agregaría, el culto al billete.

De la joven que un buen día salió de su casa rumbo a los barrios pobres de la capital, dispuesta a servir al pueblo de todo corazón, no quedó finalmente nada.

Es que no es suficiente la buena voluntad para ponerse tan alegremente al servicio del país y de los sectores sociales más vulnerables. Claro, dirán algunos, se necesita una propuesta de largo alcance, un proyecto de país diferente, una utopía a alcanzar, como lo es el socialismo. Es cierto todo ello, pero tan o más importante  es el encuadramiento ético de esa alternativa, los principios, los valores, que subyacen en la misma y que deben ser parte consustancial del comportamiento político cotidiano de quienes, dirigentes o no, son los portaestandartes de esa gran transformación, los prototipos de ese Perú nuevo dentro de un mundo nuevo del que nos hablaba  Mariátegui.

Sobre el particular, es ilustrativo un artículo de Mario Vargas Llosa en el que reveló  una experiencia poco conocida. En los tiempos en que se relacionaba con la izquierda continental, en especial con la guerrillera, el hoy Nobel llegó a alojar por varias semanas a la madre del Che Guevara en su departamentito parisino, pobre, modesto, que en ese años alquilaba en la Ciudad Luz. La revolución ya había triunfado en Cuba y el Che era el número 2 de ese proceso de transformación.

A Vargas Llosa le llamó poderosamente la atención que con todo el el poder en sus manos, el Che, sin embargo, apelaba a la solidaridad de los amigos, no al recurso fácil, logrero, de echar mano a los recursos de la Cuba heroíca para una estancia muelle, sin estrecheces, de su progenitora. Cuando escribió esa nota, el laureado escritor ya estaba en las antípodas ideológicas y políticas de su juventud parisina, pero no deja de relievar el idealismo del comandante Guevara.

Esa misma honestidad con el sentido de su lucha la encontramos en José Carlos Mariátegui. En los últimos años de su vida, cuando todo Lima sabía de las estrecheces económicas que atravesaba él y su familia, el dictador Leguía le ofreció la dirección de un diario. Aparentemente quería resolver los apremios del Amauta, realmente le estaba disparando los dardos almibarados de los que hablábamos líneas arriba. Mariátegui rechazó la oferta ideológicamente venenosa. María Wiese, una de sus contertulias en el rincón rojo del jirón Washington escribió:  

"...pudo haber disfrutado de las comodidades del escritor burgués, retribuido con largueza...Pero él prefirió su pobreza, porque su fe lo urgía hacia la Revolución Social. Su fe fue la de los grandes místicos, de los grandes constructores que mueren por un ideal" (María Wiese, José Carlos Mariátegui, Biblioteca Amauta, Lima, 1981, p. 56).

Esa es, muy apretadamente expuesta, la linea ética a seguir. Verdad, honestidad, solidaridad, consecuencia con los ideales, lealtad, justicia...son algunos de los valores de los que la izquierda, especialmente la mariateguista, jamás debe divorciarse, sean cuales sean los escenarios, los espacios, las instancias. La lucha es sin duda fuerte y el camino muy rocoso. Pero ese es el desafío, hay que asumirlo, sí o sí. Experiencias como las de Susana Villarán, no deben repetirse.



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