No, usted no se equivoca, el hombre de la foto es Robert de Niro, el
célebre actor de cine, en su interpretación de esa sensacional película
que se llama Toro Salvaje y que algunos deben haber visto más de una
vez.
Como se sabe, Robert de Niro está en el Perú, visitando el
Cusco, especialmente Machu Picchu; y como lo acabo de escribir, sin
hacerse bolas, ni dárselas de bacán. Un señor.
Sospecho, sin embargo, que el laureado artista no ha venido solamente por conocer el ombligo del mundo. Ha llegado, además, pienso, porque aquí está como en su habitat: el mundo del cine.
Lo digo porque este país es de película, donde la ficción, como sucede
en el celuloide, supera largamente a la realidad, a las coordenadas
sobre las que se supone debe desenvolverse toda civilización que se
precie de tal.
El juez Concepción Carhuancho podría dar fe de lo
que digo. Es el héroe perfecto de la eterna lucha entre los buenos y
los malos. No le ha temblado la mano para meter en la cárcel a los más
empingorotados personajes de la política criolla. Y cuando todo parecía
indicar que a pesar de los oleajes anormales, iba a seguir llevando el
barco a buen puerto, ¡zaz! una resolución de sus superiores lo ha
arrojado por la borda a un mar cubierto de tiburones.
¡Bingo! han
gritado desde la cárcel, el eco se ha escuchado en el congreso de
prontuariados y mononeuronales, en el ministerio público, en el poder
judicial, en todas aquellas instancias carcomidas por la corrupción. Le
están entregando en bandeja de oro y plata la cabeza de su enemigo
principal. Eso era lo que querían.
Pero la película no ha
terminado, es un largo metraje, falta la palabra de ese actor que muchas
veces no figura en los créditos: las multitudes, el pueblo alzado,
consciente de sus responsabilidades.
Seguramente que Robert de Niro no verá el final. Pero seguramente se enterará y comentará haber conocido ese país de película.
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