lunes, 22 de octubre de 2018

EL COLAPSO DE FUERZA POPULAR


Estamos asistiendo a la descomposición acelerada de Fuerza Popular. La prolija investigación del equipo de fiscales que lidera Domingo Pérez y la actitud firme del juez Concepción Carhuancho, que puede epilogar, en la presente fase, en una nueva detención de "la señora K" y su cúpula, han puesto al descubierto las entrañas de un conglomerado que formalmente es un partido político, pero que realmente es una suma de malevos dispuestos a levantarse los santos y las limosnas, y que aspiraban a hacerse del poder total para no quedarse cortos en la emulación de sus referentes históricos: Fujimori y Montesinos.

Un partido político tiene un ideario, una doctrina, una propuesta programática y ética, un norte estratégico, una armazón estatutaria y una práctica democrática que responde a esos postulados. Los líderes, por más encumbrados que sean, y las masas que se adhieren a esa organización, no siguen apellidos, tampoco a caudillos. Lo que importa es el proyecto político en el que las masas politizadas, con plena conciencia de su rumbo, se convierten en las protagonistas, dejando de ser simples burros de carga de caudillos, aventureros y logreros.

Nada de eso tiene en su haber Fuerza Popular, como tampoco lo tuvieron las otras carcasas partidarias que el fujimontesinismo fue creando desde que en los años 90 hizo su aparición. Su pragmatismo, que derivó en el robo, el saqueo de las arcas estatales, el crimen, la extorsión, el tráfico de drogas, fue camuflado en el más vulgar clientelismo, que acompañó el caudillaje ramplón y antipolítico. Fujimori y Montesinos emputecieron el quehacer político para satisfacer sus apetitos crematísticos. "La señora K" y su cúpula no han hecho sino reproducir con creces el comportamiento perverso de sus llamados "líderes históricos".

La debacle de Fuerza Popular, implica también el colapso de una opción de la derecha más extrema del país, conservadora y reaccionaria hasta el tuétano. Fueron esos sectores empresariales, tecnocráticos, intelectuales y periodísticos, los que le insuflaron vida a esas alternativas partidarias. Sus banderas neoliberales, profundamente antipopulares, clavadas en la Constitución de 1993, convertidas en sentido común, son las que explican el saqueo de nuestros recursos naturales, el empobrecimiento de nuestros pueblos, la desigualdad creciente, la contaminación de nuestros ríos y del medio ambiente, y el pillaje a gran escala por parte de traficantes de todo tipo.

En un contexto de esta naturaleza, de modernización trucha, donde los principios y valores son sacrificados en el altar del pragmatismo extremo, la corrupción siempre presente en cada fase de expasión del capitalismo, tenía que desbordarse y cubrir todos los espacios sociales. Ya lo dijo el cardenal Barreto: hasta en la iglesia hay corrupción. Los comentarios huelgan.

Finalmente, debe quedar en claro que el derrumbe de Fuerza Popular no es sinónimo de desaparición automática de las ideas e imágenes que el fujimontesinismo ha venido propalando en los últimos tiempos, ni tampoco la extinción inmediata de sus huestes, incluyendo a sus ganapanes congresales, hoy en desbandada. Hay una gran batalla ideológica de por medio, de corto y largo aliento, dentro y fuera de las instancias de poder. 

Se impone por ello una línea de masas; las últimas elecciones municipales y regionales demostraron un divorcio patético entre el fujimontesinismo y los pueblos, que hay que hacerlo sostenible y consciente. La probable detención de "la señora K" y de la cúpula del conglomerado naranja no debe dar por cancelado ese trabajo de deslinde. En el pasado Fujimori, Montesinos y sus compinches fueron a dar con sus huesos a la cárcel. Como sus ideas no fueron adecuadamente contrastadas, ellas volvieron a florecer, enriquecidas por una práctica criminal. Que no se repita esa historia, hay otras organizaciones de igual catadura que  a nivel nacional se preparan para cubrir el vacío fujimontesinista.

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