lunes, 13 de agosto de 2018

EL PESO DE LA CALLE


En la crisis política que vive el país, hay todavía sectores que dudan del peso de la calle, de la democracia a la plebeya que las multitudes vienen ejerciendo. Subestiman la trascendencia de las movilizaciones populares, aunque en no pocos casos esa aparente subestimación oculte un temor, un pánico a la capacidad política del pueblo alzado a la pelea.

Hay que decirlo con todas sus letras: nada de lo que las autoridades están haciendo contra la corrupción, hubiera sido posible sin la reacción popular que arrinconó a los corruptos y a sus aliados en el Estado. El propio presidente Vizcarra lo ha admitido en más de una oportunidad: su viraje hacia un accionar más decidido se apoya en la calle. Con una bancada venida a menos y con el aprofujimontesinismo controlando resortes importantes del poder estatal, el único respaldo con que cuenta el mandatario y sus iniciativas anticorrupción y de reformas políticas, es el que le otorga el pueblo en marcha.

En ese sentido, la renuencia descarada del aprofujimontesinismo para darle curso legal al referéndum, o los intentos por desvirtuarla - léase con atención las declaraciones de la congresista Letona sobre el punto- solo podrá resolverse en las calles. La vía de las exhortaciones a la buena fe, o el de los simples trámites de las comisiones, subcomisiones...a la que se está apelando desde el ejecutivo, nos revela las altas dosis de ingenuidad, ambigüedad o de aconchabamiento con la mayoría congresal, que existen en el ejecutivo. La cabeza visible, por lo menos de esa ambigüedad, está en el primer ministro, como lo señalamos en nuestro último envío: El tumbalafiesta.

II

No se trata, sin embargo, de que el pueblo termine de furgón de cola de la burguesía y su gobierno directamente interesados en esa consulta. El desafío para el pueblo y sus vanguardias radica en hacer de ese referéndum un espacio de politización, un escenario democrático de organización y lucha ideológica, conceptual, programática, de acumulación de fuerzas. La democracia burguesa, el orden económico y social del que forma parte está mostrando crudamente sus falencias, su agotamiento. Es hora de pensar en su transformación, en su cambio, en su sustitución.

Si en tiempos de relativa estabilidad el amoldamiento ideológico y político al sistema imperante es criticable, en situaciones de crisis como las que vivimos, es un crimen político pensar o actuar en función del apuntalamiento del sistema en decadencia. Recordando a Samir Amin, quien acaba de fallecer, podríamos recoger sus palabras: "Estamos en un momento histórico en el que la izquierda radical debe ser audaz. Me refiero a la izquierda que está convencida de que el sistema capitalista debe ser superado en su esencia."

En términos directos: el referéndum no resolverá los problemas fundamentales del país, así sean 4, 5 o 10 las preguntas que se sometan a consulta. Esos problemas los resolverá únicamente el pueblo en el poder, dispuesto a hacer realidad sus sueños emancipadores. La consulta, no obstante, desde la óptica de los desposeídos puede convertirse en un jalón en su avance histórico, democrático, patriótico, liberador.

III

Desde esta atalaya, la consigna ¡Qué se vayan todos! deja ser ser un llamado anárquico, tumultuoso, para convertirse en un poderoso instrumento de educación política, de centralización y unificación de las fuerzas interesadas en cambiar el país desde sus raíces. En los años 30, después de la caída de Leguía, Víctor Andrés Belaúnde escribió que "la clase llamada dirigente muy pocas veces ha dirigido la marcha del Estado...ha preferir colaborar usufructuando, a dirigir; ha huido de las grandes ambiciones con sus responsabilidades y peligros, de los grandes renunciamientos con sus sacrificios". Algo más, diríamos nosotros, esa clase dirigente, además, prefirió el robo, la usura, el saqueo, como instrumentos de capitalización.

Lo que ocurre actualmente en el país, donde la corrupción y el narcotráfico han levantado carpas, aquí y allá, con la complicidad de esas clases dirigentes y sus operadores políticos, no es nuevo. Desde el siglo XIX, con la emergencia del capitalismo semicolonial, han existido bandas de cuello y corbata que han asolado nuestra economía. Pero Belaúnde, en los años 30, era optimista en restaurar lo que llamó el capital moral. Para utilizar sus propias palabras: Leguía había dejado un mar de fango, pero existían las fuerzas sociales para restablecer ese capital. 

"La lucha va a ser dificilísima, porque la inmoralidad tiene raíces profundas", escribió el patricio, Lo mismo podemos afirmar hoy. La primera condición, sin embargo, para un desarrollo óptimo de ese proceso de reconstrucción es no confiar en quienes representan el pasado, la mugre, la corrupción, el fango. La consigna ¡que se vayan todos! tiene hoy, en la presente situación, ese contenido.

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