En la crisis política que vive el país, hay todavía sectores que
dudan del peso de la calle, de la democracia a la plebeya que las
multitudes vienen ejerciendo. Subestiman la trascendencia de las
movilizaciones populares, aunque en no pocos casos esa aparente
subestimación oculte un temor, un pánico a la capacidad política del
pueblo alzado a la pelea.
Hay que decirlo con todas sus letras:
nada de lo que las autoridades están haciendo contra la corrupción,
hubiera sido posible sin la reacción popular que arrinconó a los
corruptos y a sus aliados en el Estado. El propio presidente Vizcarra lo
ha admitido en más de una oportunidad: su viraje hacia un accionar más
decidido se apoya en la calle. Con una bancada venida a menos y con el
aprofujimontesinismo controlando resortes importantes del poder estatal,
el único respaldo con que cuenta el mandatario y sus iniciativas
anticorrupción y de reformas políticas, es el que le otorga el pueblo en
marcha.
En ese sentido, la renuencia descarada del
aprofujimontesinismo para darle curso legal al referéndum, o los
intentos por desvirtuarla - léase con atención las declaraciones de la
congresista Letona sobre el punto- solo podrá resolverse en las calles.
La vía de las exhortaciones a la buena fe, o el de los simples trámites
de las comisiones, subcomisiones...a la que se está apelando desde el
ejecutivo, nos revela las altas dosis de ingenuidad, ambigüedad o de
aconchabamiento con la mayoría congresal, que existen en el ejecutivo.
La cabeza visible, por lo menos de esa ambigüedad, está en el primer
ministro, como lo señalamos en nuestro último envío: El tumbalafiesta.
II
No se trata, sin embargo, de que el pueblo termine de furgón de cola de
la burguesía y su gobierno directamente interesados en esa consulta. El
desafío para el pueblo y sus vanguardias radica en hacer de ese
referéndum un espacio de politización, un escenario democrático de
organización y lucha ideológica, conceptual, programática, de
acumulación de fuerzas. La democracia burguesa, el orden económico y
social del que forma parte está mostrando crudamente sus falencias, su
agotamiento. Es hora de pensar en su transformación, en su cambio, en su
sustitución.
Si en tiempos de relativa estabilidad el
amoldamiento ideológico y político al sistema imperante es criticable,
en situaciones de crisis como las que vivimos, es un crimen político
pensar o actuar en función del apuntalamiento del sistema en decadencia.
Recordando a Samir Amin, quien acaba de fallecer, podríamos recoger sus
palabras: "Estamos en un momento histórico en el que la izquierda
radical debe ser audaz. Me refiero a la izquierda que está convencida de
que el sistema capitalista debe ser superado en su esencia."
En
términos directos: el referéndum no resolverá los problemas
fundamentales del país, así sean 4, 5 o 10 las preguntas que se sometan a
consulta. Esos problemas los resolverá únicamente el pueblo en el
poder, dispuesto a hacer realidad sus sueños emancipadores. La consulta,
no obstante, desde la óptica de los desposeídos puede convertirse en un
jalón en su avance histórico, democrático, patriótico, liberador.
III
Desde esta atalaya, la consigna ¡Qué se vayan todos! deja ser ser un
llamado anárquico, tumultuoso, para convertirse en un poderoso
instrumento de educación política, de centralización y unificación de
las fuerzas interesadas en cambiar el país desde sus raíces. En los años
30, después de la caída de Leguía, Víctor Andrés Belaúnde escribió que
"la clase llamada dirigente muy pocas veces ha dirigido la marcha del
Estado...ha preferir colaborar usufructuando, a dirigir; ha huido de las
grandes ambiciones con sus responsabilidades y peligros, de los grandes
renunciamientos con sus sacrificios". Algo más, diríamos nosotros, esa
clase dirigente, además, prefirió el robo, la usura, el saqueo, como
instrumentos de capitalización.
Lo que ocurre actualmente en el
país, donde la corrupción y el narcotráfico han levantado carpas, aquí y
allá, con la complicidad de esas clases dirigentes y sus operadores
políticos, no es nuevo. Desde el siglo XIX, con la emergencia del
capitalismo semicolonial, han existido bandas de cuello y corbata que
han asolado nuestra economía. Pero Belaúnde, en los años 30, era
optimista en restaurar lo que llamó el capital moral. Para utilizar sus
propias palabras: Leguía había dejado un mar de fango, pero existían las
fuerzas sociales para restablecer ese capital.
"La lucha va a
ser dificilísima, porque la inmoralidad tiene raíces profundas",
escribió el patricio, Lo mismo podemos afirmar hoy. La primera
condición, sin embargo, para un desarrollo óptimo de ese proceso de
reconstrucción es no confiar en quienes representan el pasado, la mugre,
la corrupción, el fango. La consigna ¡que se vayan todos! tiene hoy, en
la presente situación, ese contenido.
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