sábado, 14 de julio de 2018

MÁS ALLÁ DEL ASCO Y LA INDIGNACIÓN


El país está conmocionado. El asco y la indignación, generados por las corruptelas y enjuagues mil de los magistrados del sistema judicial peruano, revelados por audios cuya legalidad ya no está en discusión,  va creciendo y ganando la calle conforme se van conociendo nuevos entretelones de los escandalosos sucesos, u otros acontecimientos tan o más mugrosos que los anteriores. Desembalse de mugre, que además, van dejando a las encumbradas figuras y figurones de ese sistema, como lo que realmente son: unas vulgares polichinelas del poder establecido y de las mafias de uno u otro tipo que en las últimas décadas han tomado por asalto el Estado peruano.

Para este fin de semana se anuncian nuevos audios. De seguro que aparecerán nuevos actores en los porquerizos, pero más allá del escándalo no debemos perder de vista lo esencial: el sistema judicial peruano, levantado en los marcos de la constitución de 1993 como una de las columnas vertebrales del poder  económico y político de la burguesía dominante, está colapsando, jaqueado por sus propios operadores y los desbandes de sus principales beneficiarios que controlan los resortes claves de la economía peruana.

No ha sido accidental la desesperación del aprofujimontesinismo congresal y los mafiosos enquistados en los aparatos de poder, por frenar a como de lugar la difusión de los audios, desacreditarlos, o por blindar a los hampones de cuello y corbata. Están espantados ante la posibilidad de que salgan a luz los amarres entre empresarios y magistrados, que explicarían inusitadas licencias para los involucrados en asaltos tipo Lava Jato.

En otras palabras: ese sistema fue construido para atender centralmente los usos y abusos del neoliberalismo en todas las esferas, económicas y sociales. El capital puede darse por bien servido, están superblindados, incluso ideológicamente, porque se ha extendido a troche y moche por el país, pero envileciendo al mismo tiempo la conciencia de las gentes. La codicia y la corrupción, inherentes a ese orden, constituyen hoy las sacrosantas banderas de sectores importantes del país que llegan a justificarlas. Ese sambenito perverso de "roba pero hace obra", para justificar las raterías de las autoridades, se explican en ese contexto.

Por eso es que la explotación y el robo, hermanados, se dan descaradamente, los valores se han invertido. Como reza ese viejo tango llamado Cambalache, de Enrique Santos Discépolo:

"ha nadie importa si naciste honrao...
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley..."

Desde esta perspectiva, es importante sin duda lo que pretende hacer el presidente Vizcarra, diferenciándose del congreso aprofujimontesinista: impulsar la reforma del sistema judicial peruano; como importante sería que en aras de ese proyecto haga cuestión de estado su discusión y aprobación, para bloquear al aprofujimontesinismo. No obstante, debe quedar en claro que esa posible reestructuración, en los marcos de la constitución vigente, con los mismos operadores reciclados y manteniendo incólumen los resortes del poder establecido, reeditaría más temprano que tarde el drama de la justicia en el Perú cuyo espíritu está presente en ese viejo aserto republicano: para mis amigos todo, para mis enemigos, la ley...

En ese marco, la consigna de ¡que se vayan todos! no es descabellada, ni anarquizante. En el contexto de la crisis política que se vive, se impone la necesidad de contar con una nueva Constitución y nuevas autoridades gubernamentales; proceso en el que las multitudes ciudadanas, sensibilizadas por la imperiosidad del cambio, organizadas y lideradas de manera independiente, sean desde abajo las gestoras de nuevas situaciones, promisorias para los pueblos, en cuyo desarrollo pueden ir afianzando sus fuerzas para el establecimiento de un orden sustancialmente opuesto al orden vigente.

Esos pueblos deben ir haciendo suya la idea-fuerza de pelear por el poder. Hasta el momento, por la debilidad de las vanguardias políticas, esos pueblos, si bien pusieron la sangre y los presos en la coyunturas más dramásticas de la historia política republicana, finalmente terminaron de furgones de cola de los partidos burgueses y sus figurones. Decir, como ocurre larvariamente ahora, que es la hora del pueblo, es apostar por el protagonismo real, efectivo y contundente de las masas populares dispuestas a pelear por el poder, por el pan, por la belleza, por la alegría, por una primavera sostenible.

Las movilizaciones contra la corrupción que se vienen produciendo en Lima, en Chimbote o en Iquitos, como las jornadas que se alistan para el próximo 19 de julio, deben tener ese filo. Hay que revertir el espontaneísmo y la anarquía, contraponiéndole la unidad, la organización, el programa, el liderazgo real de las masas populares que apuestan por más.

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