martes, 5 de junio de 2018

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE


Cantaba el recordado Cheo Feliciano: en los entierros de mi gente pobre /cuando se llora es porque se siente de verdad...

Eso fue el entierro de la joven cajamarquina  Eyvi Ágreda, una de las últimas víctimas de la pandemia feminicida que azota el país. Nada de impostación, nada de poses, ni de hipocresías. El dolor quebraba el corazón, rasgaba sin piedad la piel.

En los hombres y mujeres, en los chicos y grandes que acudieron al sepelio, afloraba la desgracia, las lágrimas eran de verdad, crudas, descarnadas, como el camposanto de Comas que hace algunos años emergió en medio de los cerros, de los roquedales, para acoger los despojos de la gente pobre, de los provincianos desarraigados, cuyos sueños e ilusiones, como los tenía Eyvi, no logran cruzar los extramuros de la gran ciudad.

A diferencia de los versos que entonaba Cheo, las flores, abundantes en el adios postrero, no eran de papel,  fueron naturales, y su fragancia se confundía con el perfume de las lágrima sentidas - lo decía Cheo-/que identificaban el sufrimiento de los deudos, su agonía ante la irreparable pérdida, ante la despedida del viaje sin retorno.

Eyvi vivió como viven los pobres, con dignidad, arropada en la nostalgia, resistiendo a pie firme los embates de la exclusión. Murió a manos de un sicario, de un asesino a sueldo de quienes se niegan a aceptar de que las mujeres valen tanto como los hombres. En su epitafio bien pudo escribirse: aquí yace Eyvi Ágreda, la falocracia la mató...

No hay comentarios:

Publicar un comentario