domingo, 24 de junio de 2018

DON CALO ( A 4 años de su fuga)...


Como se sabe, don Carlos Patiño Aguirre, el famoso don Calo, otrora amo y señor de las crónicas policiales en el desaparecido diario Última Hora, ya no suena ni truena en este valle de lágrimas. Hace exactamente 4 años, un día como hoy, la parca, aquella señorona de negro, que la jugaba en pared con don Calo para alimentar sus notas y casos "de primera", decidió sacarle tarjeta roja y cargó con él sin mucho ruido ni alharaca. Tan silenciosa fue esa fuga que tuvieron que pasar 4 años para que un "contacto" en la Reniec le diera la infausta noticia a Justo Linares, el gran organizador de los almuerzos de reencuentro de las viejas plumas ultimahoreras. 

Don Calo fue mi maestro de periodismo. Con una paciencia de orfebre, hace cuchucientos años, fue moldeando mi vocación periodística, y fueron las noticias policiales los espacios donde fui agarrándole el gusto al oficio. Corrían los años 60, Lima todavía era una gran aldea, en la que era un exotismo hablar de libros en casas comunes y corrientes. Pero en dichas moradas si habían periódicos, siendo las notas policiales las que acaparaban la atención del populorum. Desde los años 50, la Crónica y Última Hora eran los diarios que competían en la oferta de las crónicas rojas, y ahí estaba don Calo, como uno de los grandes protagonistas de esa pelea.

El mismo Mario Vargas Llosa, quien  hizo sus primeras armas periodísticas en el diario La Crónica, en más de uno de sus trabajos ha dado cuenta de esa competencia; siendo un crimen pasional en el centro de Lima - lo señala Juan Gargurevich- una de sus primeras experiencias, que lo paralizaría "de susto y náusea". En La Crónica, en ese género, el Nobel tendría como maestros a Carlitos Ney, Luis Becerra, Juan Marcoz, entre otros, a los cuales, muchos años, después los convertiría en personajes de su célebre novela Conversación en La Catedral.

En Última Hora, en los tiempos de Vargas Llosa, el tigre del periodismo policiaco fue Norwin Sánchez, un nicaraguense que llevaba el oficio en la sangre y que se convirtó en un gran amigo del futuro Nobel. Así lo ha consignado. Y es en esa primera parte de los años 50 donde aparece don Calo, como el hombre que iba a recibir los trastos de Sánchez, cuando éste dejó el vespertino de Baquíjano para regresar a sus pagos centroamericanos.

Cuando llegué a este templo del periodismo limeño, Patiño era uno de los ejes de Última Hora. La violencia criminal no tenía la extensión de estos días, pero cada suceso, bien trabajadito, podía convertirse en un caso que conmoviera a los lectores en aumento. Así hubieron crímenes, pasionales o no, que se volvían en verdaderos culebrones; o actos delictivos cuyos autores se convirtieron en estrellas de los bajos fondos por la audacia o la repercusión de los hechos. El Guta, Tatán, Chalaquito, El invisible, El cubano, Chupete, la Rayo, La Gringa...alcanzaron un renombre inusitado.

Ahí estaba la mano de don Calo, peleándose la primicia, buscando a los "contactos" o al wing, tronando contra los "turroneros" del oficio, levantando la noticia, zampándose por los palos en los casos renombrados: El monstruo de Armendariz, el crimen del conde Sartorius, el pistolero fantasma, Pichuzo, el caso Luza...Todas las manyaba, siempre estaba "en el bolo", esperando el "yaraví", aguantando el cierre de edición para no dejar nada en el tintero, mientras la redacción hervía.

Y después de estos cierres tempestuosos, don Calo pasaba a otros de sus dominios: la noche y sus desafíos, donde también roncaba...

Un abrazo don Calo, esté donde usted esté...

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