Desde
que tengo uso de razón, los gobiernos que quieren hacer caja apelan
siempre al expediente fácil de clavarle más impuestos a los cigarrillos,
a las bebidas, a los combustibles...Para hacer ello no se necesita
haber pasado por las mejores facultades de economía del mundo, como
tampoco mostrar mucha imaginación. Al final, los de abajo son los que
pagan pato y los de arriba, los que parten el jamón, siguen gozando de
exoneraciones tributarias, devoluciones... y otros privilegios que les
otorga el hecho de ser los grandes dueños del capital. El que puede,
puede, sobre todo si los gobernantes, como ocurre en este caso, son sus
chocheras, a pesar de que se esmeren en decir lo contrario.
Para
pasar piola, en esta oportunidad, el señor Vizcarra y sus ministros nos
han sacado de la chistera un mensaje que creo no convencería ni a mi
abuela si acaso estuviese viva: la suba del Impuesto Selectivo al
Consumo (ISC) persigue disminuir los efectos de la obesidad, del consumo
de alcohol o del cigarrillo, plagas sociales de alto costo para el
Estado.
En principio, la obesidad y el sobrepeso que le prepara
la cama - lo dicen los especialistas- no obedecen únicamente a la
ingesta de aguas gaseosas, como se está presentando. De por medio está
el consumo de la comida chatarra, ultraprocesada, y de la falta de
actividad física. Hasta donde sabemos no hay campañas sistemáticas y
sostenibles - adecuadamente programadas- que nos lleven a quebrar esa
expansión en el consumo de chatarra y la vida muelle de chicos y
grandes.
Si para el tema del etiquetado de estos productos,
alertando sobre su peligrosidad, están dando un millón de vueltas por
los intereses en juego, imaginemos los callos que se tendrían que pisar
para implementar realmente una campaña contra la obesidad y el
sobrepeso.Y hasta donde vemos este gobierno no tiene la menor intención
de pisarlos.
En esa misma dirección, reducir el número de
seguidores de Baco, cuando se tiene más de un millón setecientos mil
adictos al alcohol - los datos son de Cedro- o, una enormidad de
muchachos que sin llegar a los 20 años ya han empinado el codo, ya sea
por haber ganado un partido de fútbol, en las fiestas patronales, o
simplemente para empilarse en sus arrestos amorosos, no es un asunto de
tributos más o menos.
En los últimos tiempos,en un mercado
abierto, el consumo de bebidas espirituosas se ha ampliado y
diversificado en todos los espacios sociales. No solamente se bebe la
tradicional cerveza - de la que dicho sea de paso hay de todas las
marcas y de diversas procedencias- sino que el pisco, el vino, el ron,
el wisky y el vodka, entre otras, son ahora bebestibles que están a tiro
de piedra. La competencia porque se amplíe las preferencias por tal o
cual trago está en el orden del día, y los abrevaderos, a todo nivel,
se han multiplicado en Lima y provincias. Y conste, además, que según
las cifras de Cedro, hombres y mujeres hoy beben parejo...
¿Esa
inclinación por empinar el codo, en franca expansión en el Perú, lo
resolveremos aumentando el impuesto al consumo de alcohol? Lo dudo. Si
sumamos todas las veces que los gobiernos han tenido como blanco
tributario las bebidas alcohólicas, Cedro no existiría, porque hace rato
que seríamos un país de abstemios. Y como sabemos, ello no es así.
Lima, 12 de mayo de 2018
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