Carlos Olazo Sillau
La consigna ha calado hondo. De voz
enfurecida de los desencantados, de grito nihilista con reminiscencias
anarquistas de estudiantes, artistas o intelectuales sin mayor interés por el
análisis de la problemática nacional, ha devenido en slogan que martillea la
mente de amplios sectores de la población. No llega a ser multitudinaria, ni
tiene la fuerza para convertirse en bandera de un levantamiento popular,
cierto. Pero como percepción, como idea aceptada en el imaginario de las mayorías,
tiene el arraigo que ninguna otra consigna ha logrado en los últimos tiempos.
“Que se vayan todos”, expresa el
desencanto con una realidad que la gran
mayoría de peruanos conoce directa o indirectamente. Ya sea en comisarías,
juzgados, fiscalía, municipios, gobernaciones, o en cuanta institución pública
se haya tramitado o gestionado cualquier servicio, la gente termina, por lo general y en mayor o menor grado, toreando con la
corrupción. A fuerza de impunidad perdurable, el político, la autoridad o
gobernante corrupto, terminó formando parte del conjunto de males que el grueso
de la población, resignada y fatalistamente, aceptó como inevitables. Sin
embargo, el drenaje aluvional de pus precipitado por la reciente crisis
política, ha remecido al conformismo. La resignación ha cedido su lugar al
asco, la indiferencia a la indignación.
“Que se vayan todos” devino, entonces,
revelación de un nuevo estado de ánimo.
Pero, “que se vayan todos”, como
consigna política no cumple con los cometidos que debiera. Ni educando, ni
orientando. Antes bien, al concentrar el golpe contra los actores políticos,
vale decir, contra las personas, desvía la mirada de la causa de fondo: el
sistema. Igualmente, la idea de que la lucha es contra los políticos corruptos,
lleva implícita la idea de que todos los políticos son corruptos, o que van a
ser reemplazados por otros corruptos, por tanto, que no hay remedio posible, o
que la política no es cosa que deba interesar a las masas. Se cierra así el
punto de partida nihilista y anarquizante de la consigna. Otra posible acepción
es que bastaría con que se vayan todos los políticos actualmente en actividad,
para que sus reemplazantes garanticen el fin de la pesadilla.
Como consigna de agitación “que se
vayan todos”, no obstante las limitaciones anotadas, ha cumplido un importante papel en
esta crisis política. Pero, no sólo la gran masa, sino los mismos que tomaron
las calles contra la corrupción las últimas semanas, requieren de una mejor
visión sobre las causas y las alternativas a uno de los mayores flagelos
visibles del Perú de hoy. Nos proponemos, para ello, exponer nuestra visión al
respecto, a manera de estimular su estudio y discusión.
Cuando hablamos de que la causa de la
corrupción hay que buscarla en el “sistema”, nos referimos con ello a la
sociedad peruana entendida como un conjunto de instituciones sociales,
jurídico-administrativas, policíaco-militares y culturales que, sobre la base
de la economía capitalista, interactúan para configurarla como formación social,
la cual, a su vez, determina la condición
humana portadora de una conducta y
visión del mundo determinadas.
La base, el cimiento de la sociedad
actual, o sea la economía capitalista, surgió, se desarrolló y consolidó
contraviniendo toda moral, reñida con la ética. La corrupción la recorre de
cabo a rabo. El sistema socio-cultural erigido a partir de ella, no puede sino
llevar tal sello. Justamente uno de los aportes de Marx consiste en haber
demostrado que en la misma base de la producción capitalista campea la
corrupción, expresada, entre otros, en
el proceso de acumulación basado en el despojo, violento o con argucias mil, de
propiedades de terceros; actividades ilícitas como el pillaje (en el caso
nuestro el narcotráfico y lavado de dinero);
sobrexplotando al trabajador; o, de manera más concreta, con la
adulteración de las mercancías en el proceso productivo para disminuir los
costos de producción, competir con ventaja e incrementar las ganancias. Es
decir, tal como señaló Marx en “La lucha de clases en Francia”, a la burguesía
le es insuficiente su “maníaca obsesión por enriquecerse no sólo con la
producción, sino con el escamoteo de la riqueza ajena ya existente”, vale
decir, con el robo, el saqueo, el timo, el fraude, la estafa. Por eso se afirma
que las guerras imperialistas (por naturaleza de saqueo y rapiña), constituyen
la más alta expresión de la inmoralidad y corrupción capitalistas.
Una de las características sustanciales
del capitalismo es que reduce todo a mercancía, incluyendo, claro está, a las
personas. La mercancía humana convertida en parte del circuito mercantil
se ve vaciada de moral, convertida en
mero factor de reproducción económica. De allí que la máxima aspiración humana
en el capitalismo es el tener dinero. El éxito en la vida se mide por la
cantidad de dinero que se pueda tener y gastar, sin importar su procedencia.
Como vemos, el sistema económico corrupto que se extiende a todos los ámbitos
de la vida, moldea un mundo sin espíritu y sin moral.
El sistema capitalista exuda corrupción
por todos sus poros. Más ahora cuando el neoliberalismo ha entrado en su fase
de crisis y descomposición. En el Perú de hoy, donde las barreras morales y
religiosas son poco consistentes, debido, entre otras razones, a la naturaleza
igualmente corrupta de las iglesias imperantes y a la ausencia de conciencia
política, la corrupción no sólo se expresa en los grandes negociados de las
clases burguesas, sus gobiernos y altos funcionarios, sino en todo el entramado
social: desde el vendedor al menudeo que roba con su balanza adulterada, el
dirigente sindical que tranza bajo la mesa con la patronal, el rondero que
pacta con la minera del lugar, etc. En fin, el joven delincuente o el sicario
sin mayor motivación que obtener dinero para comprar ropa “de marca”, y el
funcionario público que coimea a discreción para darse sus gustos “extras”, son
creaciones a imagen y semejanza del sistema.
Ahora bien, la relación entre
corrupción y política, tiene que ver directamente con la relación entre
política y poder. Como es fácil entender, el poder en un sistema corrupto y en
descomposición como es nuestro caso, brinda la inmejorable, la privilegiada
oportunidad para depredar facinerosamente las arcas públicas. Aún más, en los
distintos niveles de poder, desde el más modesto hasta el más elevado, se
establece la relación autoridad-grupo de poder o clase dominante,
entretejiéndose una complicidad basada en la compra-venta de favores. No es,
entonces, sólo el saqueo, también están las prebendas, las coimas, las dádivas,
el cohecho y un largo etcétera de modalidades de enriquecimiento ilícito, lo
que torna tan apreciada y tentadora la carrera de político en el Perú. Desde
luego que existen honrosas excepciones, pero son tan escasas que no vale la
pena detenernos por ahora en ello.
Por todo lo hasta aquí expuesto
sostenemos que es hasta cierto punto ingenuo levantar banderas moralizadoras
enfilando únicamente contra los funcionarios o autoridades corruptas. La
verdadera lucha contra la corrupción va de la mano con la lucha contra el
sistema, contra el capitalismo. Es sencillamente imposible erradicar el efecto
sin atacar y acabar con la causa. “Que se vayan todos”, está bien, pero echados
por la marea revolucionaria con su sistema capitalista directo a la tumba.
Queremos advertir, finalmente, que
estamos lejos de todo pesimismo, porque así como constatamos el avance
impresionante de la corrupción, también comprobamos la existencia de una
importante “reserva moral”. No se halla, por cierto, en la “izquierda”
parlamentarista y electorera que innumerables muestras de corrupción ha dejado
allí donde ha tenido la ocasión de ostentar cargos públicos. La encontramos en
la gente sencilla, trabajadora, entre los obreros, la intelectualidad
progresista, la juventud estudiosa, en
suma, en todas aquellas personas que ha hecho suya la consigna “que se vayan
todos”. Con ellos tenemos la obligación de construir el Partido de la
revolución socialista, el Partido de Mariátegui, así como la tarea de levantar
un poderoso movimiento político de masas que haga suyas las ideas del Amauta,
en particular las hacer del socialismo un modo de vida, una fuerza espiritual y
material transformadora que acabe con el capitalismo, que conquiste el
socialismo, sistema en el que impere la “moral de productores” que anticipó,
dejando la actual pesadilla como cosa del pasado, de la pre-historia del Perú.
Trujillo, Marzo 2018
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