jueves, 29 de marzo de 2018

QUE SE VAYAN TODOS




Carlos Olazo Sillau
 
La consigna ha calado hondo. De voz enfurecida de los desencantados, de grito nihilista con reminiscencias anarquistas de estudiantes, artistas o intelectuales sin mayor interés por el análisis de la problemática nacional, ha devenido en slogan que martillea la mente de amplios sectores de la población. No llega a ser multitudinaria, ni tiene la fuerza para convertirse en bandera de un levantamiento popular, cierto. Pero como percepción, como idea aceptada en el imaginario de las mayorías, tiene el arraigo que ninguna otra consigna ha logrado en los últimos tiempos.

“Que se vayan todos”, expresa el desencanto con una realidad  que la gran mayoría de peruanos conoce directa o indirectamente. Ya sea en comisarías, juzgados, fiscalía, municipios, gobernaciones, o en cuanta institución pública se haya tramitado o gestionado cualquier servicio,  la gente termina, por lo general y  en mayor o menor grado, toreando con la corrupción. A fuerza de impunidad perdurable, el político, la autoridad o gobernante corrupto, terminó formando parte del conjunto de males que el grueso de la población, resignada y fatalistamente, aceptó como inevitables. Sin embargo, el drenaje aluvional de pus precipitado por la reciente crisis política, ha remecido al conformismo. La resignación ha cedido su lugar al asco, la indiferencia a la indignación.

“Que se vayan todos” devino, entonces, revelación de un nuevo estado de ánimo.

Pero, “que se vayan todos”, como consigna política no cumple con los cometidos que debiera. Ni educando, ni orientando. Antes bien, al concentrar el golpe contra los actores políticos, vale decir, contra las personas, desvía la mirada de la causa de fondo: el sistema. Igualmente, la idea de que la lucha es contra los políticos corruptos, lleva implícita la idea de que todos los políticos son corruptos, o que van a ser reemplazados por otros corruptos, por tanto, que no hay remedio posible, o que la política no es cosa que deba interesar a las masas. Se cierra así el punto de partida nihilista y anarquizante de la consigna. Otra posible acepción es que bastaría con que se vayan todos los políticos actualmente en actividad, para que sus reemplazantes garanticen el fin de la pesadilla.

Como consigna de agitación “que se vayan todos”, no obstante las limitaciones anotadas, ha cumplido un importante papel en esta crisis política. Pero, no sólo la gran masa, sino los mismos que tomaron las calles contra la corrupción las últimas semanas, requieren de una mejor visión sobre las causas y las alternativas a uno de los mayores flagelos visibles del Perú de hoy. Nos proponemos, para ello, exponer nuestra visión al respecto, a manera de estimular su estudio y discusión.

Cuando hablamos de que la causa de la corrupción hay que buscarla en el “sistema”, nos referimos con ello a la sociedad peruana entendida como un conjunto de instituciones sociales, jurídico-administrativas, policíaco-militares y culturales que, sobre la base de la economía capitalista, interactúan para configurarla como formación social, la cual, a su vez, determina la condición humana portadora de una conducta y  visión del mundo determinadas.

La base, el cimiento de la sociedad actual, o sea la economía capitalista, surgió, se desarrolló y consolidó contraviniendo toda moral, reñida con la ética. La corrupción la recorre de cabo a rabo. El sistema socio-cultural erigido a partir de ella, no puede sino llevar tal sello. Justamente uno de los aportes de Marx consiste en haber demostrado que en la misma base de la producción capitalista campea la corrupción, expresada, entre otros,  en el proceso de acumulación basado en el despojo, violento o con argucias mil, de propiedades de terceros; actividades ilícitas como el pillaje (en el caso nuestro el narcotráfico y lavado de dinero);  sobrexplotando al trabajador; o, de manera más concreta, con la adulteración de las mercancías en el proceso productivo para disminuir los costos de producción, competir con ventaja e incrementar las ganancias. Es decir, tal como señaló Marx en “La lucha de clases en Francia”, a la burguesía le es insuficiente su “maníaca obsesión por enriquecerse no sólo con la producción, sino con el escamoteo de la riqueza ajena ya existente”, vale decir, con el robo, el saqueo, el timo, el fraude, la estafa. Por eso se afirma que las guerras imperialistas (por naturaleza de saqueo y rapiña), constituyen la más alta expresión de la inmoralidad y corrupción capitalistas.

Una de las características sustanciales del capitalismo es que reduce todo a mercancía, incluyendo, claro está, a las personas. La mercancía humana convertida en parte del circuito mercantil se  ve vaciada de moral, convertida en mero factor de reproducción económica. De allí que la máxima aspiración humana en el capitalismo es el tener dinero. El éxito en la vida se mide por la cantidad de dinero que se pueda tener y gastar, sin importar su procedencia. Como vemos, el sistema económico corrupto que se extiende a todos los ámbitos de la vida, moldea un mundo sin espíritu y sin moral.

El sistema capitalista exuda corrupción por todos sus poros. Más ahora cuando el neoliberalismo ha entrado en su fase de crisis y descomposición. En el Perú de hoy, donde las barreras morales y religiosas son poco consistentes, debido, entre otras razones, a la naturaleza igualmente corrupta de las iglesias imperantes y a la ausencia de conciencia política, la corrupción no sólo se expresa en los grandes negociados de las clases burguesas, sus gobiernos y altos funcionarios, sino en todo el entramado social: desde el vendedor al menudeo que roba con su balanza adulterada, el dirigente sindical que tranza bajo la mesa con la patronal, el rondero que pacta con la minera del lugar, etc. En fin, el joven delincuente o el sicario sin mayor motivación que obtener dinero para comprar ropa “de marca”, y el funcionario público que coimea a discreción para darse sus gustos “extras”, son creaciones a imagen y semejanza del sistema.

Ahora bien, la relación entre corrupción y política, tiene que ver directamente con la relación entre política y poder. Como es fácil entender, el poder en un sistema corrupto y en descomposición como es nuestro caso, brinda la inmejorable, la privilegiada oportunidad para depredar facinerosamente las arcas públicas. Aún más, en los distintos niveles de poder, desde el más modesto hasta el más elevado, se establece la relación autoridad-grupo de poder o clase dominante, entretejiéndose una complicidad basada en la compra-venta de favores. No es, entonces, sólo el saqueo, también están las prebendas, las coimas, las dádivas, el cohecho y un largo etcétera de modalidades de enriquecimiento ilícito, lo que torna tan apreciada y tentadora la carrera de político en el Perú. Desde luego que existen honrosas excepciones, pero son tan escasas que no vale la pena detenernos por ahora en ello.

Por todo lo hasta aquí expuesto sostenemos que es hasta cierto punto ingenuo levantar banderas moralizadoras enfilando únicamente contra los funcionarios o autoridades corruptas. La verdadera lucha contra la corrupción va de la mano con la lucha contra el sistema, contra el capitalismo. Es sencillamente imposible erradicar el efecto sin atacar y acabar con la causa. “Que se vayan todos”, está bien, pero echados por la marea revolucionaria con su sistema capitalista directo a la tumba.

Queremos advertir, finalmente, que estamos lejos de todo pesimismo, porque así como constatamos el avance impresionante de la corrupción, también comprobamos la existencia de una importante “reserva moral”. No se halla, por cierto, en la “izquierda” parlamentarista y electorera que innumerables muestras de corrupción ha dejado allí donde ha tenido la ocasión de ostentar cargos públicos. La encontramos en la gente sencilla, trabajadora, entre los obreros, la intelectualidad progresista,  la juventud estudiosa, en suma, en todas aquellas personas que ha hecho suya la consigna “que se vayan todos”. Con ellos tenemos la obligación de construir el Partido de la revolución socialista, el Partido de Mariátegui, así como la tarea de levantar un poderoso movimiento político de masas que haga suyas las ideas del Amauta, en particular las hacer del socialismo un modo de vida, una fuerza espiritual y material transformadora que acabe con el capitalismo, que conquiste el socialismo, sistema en el que impere la “moral de productores” que anticipó, dejando la actual pesadilla como cosa del pasado, de la pre-historia del Perú.

   
Trujillo, Marzo 2018

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