jueves, 18 de enero de 2018

EL CARRO DE LA HISTORIA


UNO 
En lo que podría ser el primer paso para darle un sustento de masas al indulto trucho de su padre, Kenji Fujimori logró congregar en el Campo de Marte de Lima algunos cientos - ¿o miles?- de adherentes. Según las informaciones, todos ellos bien remunerados -50 lucas no es poco de pavo para un desocupado- adecuadamente comidos, uniformados, y trasladados en cómodos ómnibus puestos a su disposición por los organizadores del evento. Los manifestantes, a diferencia de la marcha contra el indulto, realizada el día anterior, no tuvieron ningún contratiempo con la policía ni con el alumbrado público,  y hasta el mismísimo engreido -bien escoltado por cierto- tuvo oportunidad de arengar a sus huestes a nombre propio y del viejo Fujimori.

A ojo de buen cubero, entre esa movilización fujimontesinista y la histórica marcha nacional del jueves 11 contra la farsa del indulto y la impunidad de la quieren gozar sus patrocinadores, hay diferencias sustanciales.

No se trata solamente del número de asistentes o del ventajismo pecuniario del que gozaron los seguidores de Kenji, importantes sin duda. Se trata de marcar a fuego la naturaleza misma del movimiento, propio de las épocas primarias de la historia política peruana, que la dupla Fujimori-Montesinos reeditó en los años 90, en pleno auge de la dictadura, y que en el 2018, el caco y su hijo vuelven a recrear para darse un baño de masas, como lo hizo su hermana durante la campaña electoral.

Porque llevar a las masas a los mítines amparados en el alcohol y la butifarra, fue una práctica que caracterizó a la oligarquía peruana y a sus operadores en los años de auge del Perú oligárquico. Bastaba con cruzar el puente Trujillo - a espaldas del palacio de gobierno- zambullirse en algunos callejones rimenses, cantarse y bailarse algunos valses y marineras con el populorum para ganarse la simpatía de hombres y mujeres. El trago y la butifarra, a raudales, la promesa barata y logrera, el mismo día de los eventos, sellaba la "alianza" entre los caudillos y los flamantísimos adeptos.

Ninguna idea, ninguna propuesta, ninguna discusión sobre tema alguno, caracterizaban esos encuentros con los caudillos y lo que pasaba a constituir su clientela,  a la que posteriormente, desde el poder, se le seguía satisfaciendo su hambre "presupuestívoro". Era el caudillo, don fulano o don sutano los que dominaban la escena. Por eso, cuando estos caudillos fallaban en sus ofrecimientos, esa clientela, sin empacho alguno, pasaba a engrosar las filas del adversario.

Esa adhesión ventral, sanchopancesca, condenaba a las masas populares a ser siempre convidadas de piedra, agentes pasivos, útiles para satisfacer las ambiciones de los caudillos de turno y nada más. A lo largo del siglo XX, y de lo que va del siglo XXI, la derecha y sus operadores no han tenido otra forma de ganarse el apoyo de esas masas política e ideológica desarmadas. La consigna ¡hechos, no palabras!, que el odriismo levantó en los años 50, para cubrir su asistencialismo ramplón, se ha convertido ahora, en las nuevas condiciones de desarrollo del capitalismo y de la perversión de la política, en la expresión: "roba pero hace obras", a cuyo amparo se han expandido mafias de todo color, que hoy actúan incluso desde el seno del mismo aparato estatal, con sicarios, muertos y heridos de por medio, a la mexicana.


DOS

Las movilizaciones contra el indulto al viejo Fujimori, que se vienen produciendo desde fines del año pasado, tienen otro sentido. Para empezar, es una suma heterogénea de voluntades colectivas e individuales que en el Perú entero y en el extranjero se han levantado contra la ignominia de una decisión que ha humillado, de un lado a quienes directamente fueron víctimas de las fechorías del caco y asesino; pero de otro a una ciudadanía que respaldó la decisión de los jueces de condenar a Fujimori, de acuerdo a ley, a una pena que se ajustó a la naturaleza de sus crímenes y latrocinios. Juicio y sanción que solo el fujimontesinismo y la derecha recalcitrante ha objetado desde siempre.

El indulto, lo han dicho los especialistas, vulnera el Estado de derecho, como resquebraja la democracia burguesa imperante en el país. La ciudadanía peruana, indignada por la libertad del reo   -la derecha y su gobierno la han denominado "indulto humanitario"- han encontrado en la defensa de esa normatividad quebrada un importantísimo escenario de coincidencia; desde donde las vanguardias van tejiendo proyecciones políticas  impensadas antes del indulto, y que comienzan a expresarse y debatirse no sin cierto apasionamiento, pero que -como debe ser- no petardean las iniciativas unitarias que se han manifestado en las cuatro movilizaciones que se han desarrollado hasta el momento.

Es así como hombres y mujeres, jóvenes y adultos, trabajadores manuales e intelectuales, de distintas canteras sociales e ideológicas, han ganado las calles y la plazas para expresar su rechazo a la medida y a los artífices de la misma. Esta repulsa popular, en su evolución, ha ido más allá: ahora se pide la cabeza de PPK, se marca a fuego el gabinete Aráoz, mal llamado de la "reconciliación", se están pidiendo nuevas elecciones, una nueva constitución, la refundación de la política, mientras que la consigna ¡qué se vayan todos! repiquetea una y otra vez, aquí y allá, como expresión de un rechazo multitudinario a los gobernantes y sus claques, lo que ha puesto en guardia a la derecha, que ante esos arrestos ha comenzado a mostrar los colmillos de su insatisfacción.


TRES

Esa derecha está apostando al desgaste y a la represión; la propia visita del Papa, la está empleando como ansiolítico ideológico para las masas en pelea,  pero los hechos indican que no la tienen todas consigo. La crisis política detonada por el indulto al viejo Fujimori, evidencia problemas mayores en el ordenamiento económico social vigente. La democracia burguesa, delineada por el fujimontesinismo en la constitución del 93 para servir al montaje del neoliberalismo en el Perú, está haciendo agua. Y no se trata únicamente de las contradicciones entre el Ejecutivo o el Legislativo, de la dictadura de la mayoría en el congreso, o del intento del fujimontesinismo de copar otras instancias estatales vía el golpe blando, de por si graves para el orden imperante, como lo es el mismo indulto, que hace flecos la sacrosanta constitución del 93.

Ocurre que el Estado mismo, capturado por la gran burguesía, las transnacionales, la tecnocracia neoliberal y los operadores políticos de esa derecha,  -divorciado por tanto de los intereses de los pueblos y mayorías nacionales- está mostrando al mundo sus falencias estructurales, en tanto que a los desposeídos les asegura únicamente carnavales electorales y represión; mientras se acreciencia el orillaje económico y social con sus exclusiones y desigualdades, y la opresión política, que están en la base de la confrontación social, en costa, sierra y selva.

A casi 28 años de haberse establecido brutalmente ese orden, el accionar de las masas en procura de bienestar y desarrollo, o  contingencias naturales como las vividas en el norte y sur del país,  han sacado a luz ese oprobio. La presencia de Francisco en Madre de Dios, una de las regiones más golpeadas por el extractivismo y las mafias, que han hecho de los pueblos indígenas el blanco de sus siniestras actividades, demuestra la certeza de quienes en la actualidad están planteando abiertamente la revisión radical de dicha situación.

No estamos pues frente a una simple crisis. La reconciliación planteada por la dupla PPK- Aráoz se orienta en lo fundamental a poner orden en las filas de la derecha, sacudida por la fantochada del indulto. El gran capital y las transnacionales requieren con urgencia de esa estabilidad para seguir multiplicando y engordando sus faltriqueras, a las buenas o a las malas. Tienen sin embargo, ante si, un gran problema: las masas están en las calles, marcando la pauta de la confrontación social, limando democráticamente desencuentros, sumando reivindicaciones, afinando la puntería programática, catapultando liderazgos y lo que es más importante, sembrando organización para las grandes batallas del presente y del futuro. Porque eso es lo que está en juego, salvo que se quiere perder, por enésima vez, el  carro de la historia.







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