La lucha contra la corrupción y el poder estatal a cuya sombra se
multiplica, tiene hoy alcances planetarios. El escándalo Odebrecht y sus
efectos devastadores en el quehacer político, como las reacciones
profilácticas que ha provocado en los diferentes países donde la
epidemia ha echado raíces, son un ejemplo de lo que afirmamos.
Ayer, en Guatemala, convocados por la Asamblea Ciudadana contra la
corrupción y la impunidad, miles de manifestantes volvieron a tomar las
calles y las plazas de las ciudades
principales de dicho país, para exigir la renuncia del presidente y la
depuración de los parlamentarios cogidos "con las manos en la masa",
como afirmaron los manifestantes.
En el Perú, la lucha contra la corrupción en todos los frentes de
batalla tiene sus altibajos. Las calles y las plazas lucen todavía
vacías, mientras el fujimontesinismo avanza en su estrategia golpista y
PPK, envuelto ya en el escándalo Odebrecht, no sabe como salir del
atolladero; en tanto que su cogollo tecnocrático vuelve a mostrar su
inutilidad política.
Es la hora de los pueblos. Una vez más, la democracia peruana que nació lastrada por la inexistencia de una burguesía verdaderamente democrática y revolucionaria, se jugará su futuro en esas calles y plazas, donde a lo largo de la historia republicana se ha decidido la suerte del país.
No es suficiente el batallar de los congresistas del pueblo en ese recinto que el fujimontesinismo ha convertido en una pocilga; tampoco debemos totalmente satisfechos con las declaraciones, proclamas y pronunciamientos de diferentes sectores sociales contra el golpismo naranja.
La piedra de toque en esta nueva batalla democrática y popular, vuelve a estar en esos espacios físicos donde en los 90 se derrotó al fujimontesinismo de la primera hora con la participación amplia de todos los sectores sociales antidictoriales.
Guatemala, en la hora presente, nos recuerda esas jornadas. La ciudadanía peruana tiene la palabra. Como decía Vallejo: ¡Pongámonos el alma! para desbaratar la embestida reaccionaria.
Es la hora de los pueblos. Una vez más, la democracia peruana que nació lastrada por la inexistencia de una burguesía verdaderamente democrática y revolucionaria, se jugará su futuro en esas calles y plazas, donde a lo largo de la historia republicana se ha decidido la suerte del país.
No es suficiente el batallar de los congresistas del pueblo en ese recinto que el fujimontesinismo ha convertido en una pocilga; tampoco debemos totalmente satisfechos con las declaraciones, proclamas y pronunciamientos de diferentes sectores sociales contra el golpismo naranja.
La piedra de toque en esta nueva batalla democrática y popular, vuelve a estar en esos espacios físicos donde en los 90 se derrotó al fujimontesinismo de la primera hora con la participación amplia de todos los sectores sociales antidictoriales.
Guatemala, en la hora presente, nos recuerda esas jornadas. La ciudadanía peruana tiene la palabra. Como decía Vallejo: ¡Pongámonos el alma! para desbaratar la embestida reaccionaria.
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