Esta foto, del chino Dominguez, registra un hecho trascendental en la
historia política del país. El Apra de Haya de la Torre, con sus
aurorales banderas antioligárquicas en el suelo, participa de un convite
con sus adversarios políticos: Odría, Beltrán, Ravinez, que en nombre
de esa oligarquía proimperialista, en alianza con militares y policías orquestaron durante largos años una campaña de
satanización y persecución contra el viejo partido.
¿Cuántos apristas
murieron en Trujillo en la insurrección del 32? ¿Cuántos apristas fueron
torturados, encarcelados, perseguidos o deportados en esas décadas? ¿El propio Haya no pasó largos años confinado en la embajada colombiana de Lima?
El almuerzo fue
sinónimo de olvido, de amnesia, de borrón y cuenta nueva. Los más
felices fueron los dueños del Perú, los oligarcas de todo pelaje, los
gamonales de horca y cuchillo que celebraron a rabiar el inicio de lo
que la historia política conoce como el periodo de la convivencia, que
años después, sumándose Acción Popular, el partido de Belaúnde Terry, se
convirtió en superconvivencia.
Todo en nombre de la democracia, del
progreso, de la estabilidad política para el desarrollo...palabras
bonitas, pero falsas, truchas, en boca de quienes las utilizaban para
esconder lo que realmente ocurría en el Perú de entonces: la mantención y apuntalamiento
del oprobioso régimen oligárquico, que se caía a pedazos, pero que
seguía siendo una mina de oro para los cogotudos de siempre.
En ese inalterable
estado de cosas, donde la confrontación social entre explotados y
explotadores marcaba el día a día, se incubaron las condiciones para la
insurgencia guerrillera de la mitad de los años 60 y más adelante la
emergencia de los militares reformistas del 68.
En vísperas del diálogo
PPK-Keiko, es bueno mirar hacia atrás, hacia la historia del movimiento de los grupos de poder y sus operadores para tomar nota de sus viejas tretas, celadas y amagues con las que suelen sembrar ilusiones para llevarnos de furgones de cola de sus intereses. El contexto será otro, los
protagonistas también, pero la voracidad y ambiciones del gran capital
que se mueve tras bambalinas, que hoy aplaude y promueve la cita, sigue siendo el
mismo.
El convite de los años 50 no le trajo nada nuevo al pueblo, solo
beneficios a las clases que lo auspiciaron, que limaron sus asperezas y desencuentros para de consuno seguir guillotinando las esperanzas de los pobres del Perú.
La cita del martes, no hay
que ser adivinos, correrá igual suerte; es un converse entre los
operadores de quienes parten el jamón en el país, deseosos de que acabe
lo que llaman "ruido político" para seguir metiéndole diente, esta vez
con más ganas, a las riquezas del país. Entre fujimontesinistas y
ppkausas no hay diferencias insalvables: tienen el mismo raciocinio
económico y sus tecnócratas, como lo indican los hechos, se sienten
cómodos en uno u otro lado. Por ende, entre sus prioridades no está
prestar oidos a las reivindicaciones más sentidas del pueblo.
Los
reclamos sin atender de los médicos, maestros, jóvenes, mujeres, pueblos
andinos y amazónicos, lo demuestra hasta la saciedad. Que los ideólogos
y publicistas de la derecha se muestren eufóricos por la realización de
"la cumbre", sobredimensionando sus probables efectos, se explica por lo dicho.
Al pueblo solo le queda una gran
tarea: desde una posición de plena independencia, sin tutorías ni manoseos, construir su propio camino, su propio programa con sus propios
objetivos, retomando una abandonada estrategia de poder. Jornadas como las de ayer, contra el indulto al caco de la
Diroes, fortalecen la confianza en esas propias fuerzas, y abren esperanzas fundadas de que es posible un nuevo amanecer para los siempre olvidados de la Patria.
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