miércoles, 19 de julio de 2017

LA CASA DEL JABONERO


La derecha ha lanzado el grito al cielo por la visita de Kenji Fujimori al ex presidente Humala en su centro de reclusión. No cabe tampoco en su pellejo que el engreido del caco le haya llevado comida y abrigo al comandante.

Y no estaríamos descaminados si es que pensamos que ese encuentro tras las rejas haya precipitado la sanción de su partido al benjamín del fujimontesinismo.

Acostumbrados a la vida muelle de la democracia burguesa, a los privilegios y gollerías del parlamentarismo, de la burocracia estatatal y del poder mediático, esa derecha, siempre perseguidora pero nunca perseguida, no tiene ni la menor idea de lo que significa la vida en un penal.

Los propios apristas, cuyos líderes históricos vivieron años de años en las principales cárceles del país, incluyendo la tenebrosa isla penal de El Frontón, han olvidado las lecciones de sus maestros. El congresista Mulder, para referencia, dijo que Kenji "se la quiere dar de ecuménico y compasivo"

El desaparecido Armando Villanueva del Campo fue uno de esos líderes. Sea en la brigada criminal o en los penales donde fue recluido una y otra vez aprendió a valorar la solidaridad entre reclusos. Podían ser criminales, ladrones, políticos o militares. Lo importante era proteger la convivencia respetuosa y fraternal entre unos y otros.

De sus vivencias en el  Panóptico -vieja cárcel limeña que estaba ubicada donde hoy se levanta el hotel Sheraton- Villanueva escribió: "Fue una estupenda experiencia de vida colectiva, de comunidad". Lo mismo podría haber dicho su novia, Lucy -posteriormente su esposa- que habiendo sido encarcelada, también por razones políticas, recibió el apoyo de La Rayo, una famosa ladrona de los años 50, quien le cedió un colchón y le tejió una chompa para protegerla del siempre húmedo frío limeño.

De la trascendencia de esas relaciones humanas en un penal, para capear las mil y una necesidades materiales y espirituales, pueden también dar fe dirigentes de la izquierda, sañudamente perseguidos por las dictaduras o por las democraduras de todo color. 

Rolando Breña, Tany Valer o Chingolo Benavides, líderes de Patria Roja y caseritos de las cárceles de Lima y provincias, al igual que otros dirigentes de la izquierda que han pasado por algún penal, no dejan de valorar en sus recuerdos los vasos comunicantes que suelen establecerse entre los presos políticos y comunes.

"Yo les escribía sus cartas a los reclusos analfabetos, o fungía de maestro" dice Tany; mientras que Breña y Chingolo suelen destacar los códigos de respeto de los presos comunes hacia los políticos.

En los espacios estrictamente políticos no es un secreto, a pesar de las diferencias que los enfrentaban, las relaciones de buena vecindad desarrolladas entre los dirigentes del MRTA y Sendero, encerrados en la Base Navan del Callao; convivencia llevadera que se extendió a los vínculos entre Abimael Guzmán y quienes como Feliciano negaron su liderazgo.

El mismo Antauro, que también pisó esa Base Naval, ha reconocido por escrito que entre él, Abimael y Montesinos, llevaron la fiesta en paz, apoyándose mutuamente para sobrellevar el rigor del encierro y el aislamiento.

No debe por tanto llamar la atención que en la Diroes, ante un Ollanta totalmente desguarnecido en la inauguración de su encierro, Kenji y su propio padre le hayan lanzado un salvavidas. A patadas, pero la vida enseña. La cárcel, no lo olvidemos, es como la casa del jabonero, donde el que no cae resbala...

No hay comentarios:

Publicar un comentario