Un partido político de izquierda, sus
dirigentes, cuadros y militantes no pueden estar al margen de los
latidos de las masas, de sus inquietudes, sus reivindicaciones,
aspiraciones y sueños. Hace bien por ello Verónika Mendoza, como otros
líderes de los conglomerados izquierdistas, en fundirse con los
trabajadores de la ciudad y el campo, pueblos amazónicos, desempleados,
mujeres, jóvenes, estudiantes... llevando el mensaje de esperanza, las
ideas de cambio y renovación, de
transformación del país, de deslinde con los planes y proyectos de la
derecha extractivista y antipopular; recogiendo al mismo tiempo las
experiencias fecundas de esos pueblos, sus denuncias, iniciativas y propuestas. A las ideas oscurantistas, conservadoras y reaccionarias de la derecha y su desenfreno mediático, hay que contraponerles las ideas del progreso, del desarrollo real e integral, sustentadas en los avances de las ciencias y las humanidades y desde la perspectiva de los verdaderos intereses de los pueblos. Esa gran batalla ideológica y política está por darse, en todos los frentes, en todos los espacios, y sobre todo desde el interior mismo de las masas populares. No obviemos lo siguiente: una de las experiencias más
importantes de la izquierda, que la catapultó como protagonista de la
historia, fue justamente ese anclaje popular. No puede haber nada más
dañino para el potenciamiento de un partido que lucha por el poder, que
la burocratización, el aburguesamiento, y la postración de facto ante los mimos y arrumacos de la burguesía.
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