lunes, 5 de junio de 2017

¡ABAJO LA REPRESIÓN!


En el Perú y en el mundo, ¡Abajo la represión! es una consigna de cajón para quienes en lucha contra el capital se atreven a ganar las calles en procura de sus reivindicaciones más sentidas. Lo sabían los petroleros de la Geophysical que con sus cuerpos enllagados por la leishmaniasis -prima hermana de la uta- decidieron salir de las selvas de Madre de Dios, para juntos con sus esposas e hijos, exigir a los militares de los 70 atención a sus reclamos. 

La empresa se había ensañado con ellos, al fondearlos en la jungla amazónica en la búsqueda de petróleo, sin las más elementales condiciones de trabajo. Madre de Dios y el Cusco, fueron las primeras ciudades que conocieron el grave problema, pero las autoridades, como siempre miraron hacia otro lado. La insensibilidad gubernamental los llevó a trazarse la gran meta: llegar a la mismísima Lima a exigir solución a sus reclamos.

La marcha de sacrificio fue un verdadero jalón histórico para el movimiento obrero y popular. No hubo ciudad del sur peruano, durante los largos días que duró el trayecto, que no se solidarizara con los petroleros. Las palabras de aliento, los volantes, los acompañamientos en la marcha, las ollas comunes se multiplicaron, en la sierra como en la costa, gracias justamente a esa generosidad de los pueblos que hicieron suya la pelea de los trabajadores enfermos, de sus esposas e hijos, que pese a todas las adversidades se habían puesto las botas de siete leguas para alcanzar los propósitos reivindicativos. 

Los niños fueron un capítulo aparte. Recibieron una enseñanza inusitada. Sus padres fueron sus maestros, aprendieron en la pelea a luchar por causas justas, a diferenciar amigos de enemigos, a desplazarse tácticamente de acuerdo a las circunstancias, y sus juegos en los improvisados campamentos reflejaban crudamente esas vivencias. En ese proceso, ante los repetidos embates policiales – la directiva era que no llegaran a Lima- la consigna ¡Abajo la represión! fue una de las más escuchadas, que los infantes la interiorizaron, la hicieron suya precozmente, como que la tenían a flor de labios cada vez que en el horizonte asomaba un efectivo policial. No había efectivo bueno, todos eran malos, perversos, siempre prestos al apaleo inmisericorde. Esa era su experiencia, asimilada en la larga lucha.

Por eso es que cuando los petroleros ya en Lima, en plena negociación con las autoridades, se desplazaban de un lugar a otro en busca de apoyo o de relaciones con sindicatos, federaciones, organizaciones populares o afines, se cuidaban de no ir con niños, porque se habían convertido en un peligro potencial. Más de una vez, los dirigentes habían tenido que bajarse raudamente de un micro o de un ómnibus porque ante la aparición sorpresiva de un policía, los niños en coro y con el puño en alto lanzaban sin miramientos su grito de combate, el que habían aprendido en la larga marcha: ¡Abajo la represión! Para ellos la lucha continuaba en todos los espacios, no entendían las sutilezas de una tregua, de un alto al fuego. En ese escenario, para evitarse problemas mayores, los dirigentes optaban por tomar las de Villadiego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario