miércoles, 17 de mayo de 2017

NO ES UN TÉ DE TÍAS


Un parlamento, aquí o en cualquier parte del mundo no es un té de tías. Es un lugar de exposición y confrontación de ideas, de choque de pareceres, proyectos y propuestas programáticas entre los miembros de esa instancia de poder; expuestas con el vigor, el calor, la fuerza, de los juicios que se sustentan. Qué esas exposiciones se redondeen o embellezcan con adjetivos o ditirambos que se ajusten a la exposición, depende de las capacidades oratorias del parlamentario.Así ha sido siempre, y en el congreso de la República, desde la derecha o la izquierda, han habido congresistas que han dado lustre a ese poder del Estado burgués por la fuerza de sus raciocinios. Las actas congresales dan fe de ello.

Con el fujimontesinismo, que convirtió al congreso en una simple sonaja del ejecutivo, y a los congresistas oficialistas en sicarios políticos de la dupla Fujimori-Montesinos, el parlamento perdió esa fuerza ideológica que lo caracterizaba. Como nunca se mostró como un establo más, con la hediondez propias de estas pocilgas. 

Por eso es que la bronca de ayer en la Comisión de Constitución, entre un Lescano que reclamaba respeto a sus fueros de congresista y una Alcorta que cotidianamente reedita la patanería del fujimontesinismo clásico, puede ser vista como un fogonazo que anuncia vientos promisorios de confrontación ideológica y política, que permitan desenmascarar ante el país la verdadera naturaleza de la fuerza que hoy controla el establo burgués.

El fujimontesinismo apuesta a su número aplastante de congresistas, pero su verso sigue siendo el mismo, peor todavía si su representación mononeuronal no da para más. La oposición popular debe jugársela a la calidad de su argumentación, a la fuerza de sus ideas, de su interpretación de los fenómenos económicos y sociales, a su enganche con las más caras aspiraciones de los desposeídos del país.

El número de congresistas de la oposición puede ser reducido, pero ello es secundario. No son santos de mi devoción, pero la práctica de los parlamentarios apristas es de hecho un referente. Dos o tres de ellos, batiéndose como leones, han hecho retroceder más de una vez a sus antagonistas. A esa práctica debe sumársele una voz de orden: nada de conciliaciones. El camino del pueblo es uno, el de sus opresores es otro.

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