Ganándome los frejoles fui a parar un tiempo, junto al legendario
Ramoncito Aranda de los Ríos, por las alturas de Junín, en ruta hacia la
selva de Satipo. Nos encargaron la orientación de las prácticas de un
grupo de alumnas sanmarquinas. Por esos andurriales, se afirmaba, habían
caminado los guerrilleros del MIR en su levantamiento de los años 60.
Todo iba viento en popa hasta que un día nos percatamos de un hecho no
previsto en la planificación del viaje: las travesuras de
Cupido. Un profesor de la zona había hecho click con un alumna y el
romance no hubiera pasado de ser una anécdota del viaje de no haber
sido por el lacerante despecho de una dama del lugar, que se sintió
postergada por el novísimo amorío. No hubo escándalo, ni cuadradas ni
rasguños. Lo que nos ganamos fue el lamento desgarrador de la señora,
que noche a noche, a través de unas trovas cantaba su dolor al mundo.
Recuerdo una de esas letras: Son las doce la noche/en mi reloj
desgraciado/ ayayay suerte maldita/ayayay soy desgraciada/
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