jueves, 8 de diciembre de 2016

UNA BECERRILADA


La interpelación de ayer al ministro Saavedra, bien podría resumirse en tres palabras: fue una becerrilada, un monumento a la ignorancia, a la grosería, a lo grotesco. Nunca se ha visto una mayoría congresal tan caballuna, no hay un solo representante que marque la diferencia. La consigna era aplastar al ministro de educación, vapulearlo, patearlo, mentarle la madre, meterle la mano. Y vaya que lo hicieron. Todo estaba montado, no había un solo fujimontesinista que no tuviera su papelito, que hasta lo leían a falta de retención. Fue un show, en el que el lamentablemente el propio ministro puso lo suyo. El hombre domina su tema, es capaz profesionalmente, sabe, como todo el mundo en sus cabales, que la corrupción no puede salpicarlo, pero políticamente es un cero a la izquierda. Una interpelación, menos ante una fauna como la que controla el congreso, no puede ser entendida como una clase magistral en la Católica o en la del Pacífico. Con los materiales que posee bien pudo llevar a a esa mayoría a su juego para enterrarla entre lecciones teóricas y prácticas, giros verbales, citas históricas, sarcasmos, señalamiento de ambigüedades, etcétera, empleando el tiempo que quisiese. El populorum hubiera sido el gran ganador. Ya Lezcano, el representante de Acción Popular, había recordando en su intervención que en alguna oportunidad Javier Alva Orlandini, en 36 horas maratónicas, se había llevado por delante a toda la oposición congresal de su tiempo. Pero al desangelado Saavedra, como a sus colegas de gabinete, le falta lo que ponen las gallinas. No tienen agallas, garra, coraje, están hecho para recibir, no para dar, porque como lo hemos dicho en varios lugares, no disparan ni en defensa propia. Ayer, Saavedra fue con su cabeza bajo el brazo, a aguantar el aluvión de falsedades e inmundicias que sus adversarios estaban dispuestos a arrojarle. ¿Y su bancada? Estaba con la moral en el suelo. Su vocero, Bruce, había metido la pata hasta la ingle al haber pretendido - abusando de su cargo congresal- llevarse a la policía de Lima a cuidar a sus invitados en la inauguración de su restaurante en la Costa Verde. Hizo bien en no ir a la sesión, pero igualito, sus colegas tuvieron que cargar con vergüenzas ajenas. Pero el show de Becerrii y sus muchachos no ha pasado inadvertido. Hasta la propia derecha, la liberal se entiende, ha marcado distancia. Pero eso nunca podrán entenderlo...

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