La interpelación de ayer al ministro Saavedra, bien podría resumirse en
tres palabras: fue una becerrilada, un monumento a la ignorancia, a la
grosería, a lo grotesco. Nunca se ha visto una mayoría congresal tan
caballuna, no hay un solo representante que marque la diferencia. La
consigna era aplastar al ministro de educación, vapulearlo, patearlo,
mentarle la madre, meterle la mano. Y vaya que lo hicieron. Todo estaba
montado, no había un solo fujimontesinista
que no tuviera su papelito, que hasta lo leían a falta de retención.
Fue un show, en el que el lamentablemente el propio ministro puso lo
suyo. El hombre domina su tema, es capaz profesionalmente, sabe, como
todo el mundo en sus cabales, que la corrupción no puede salpicarlo,
pero políticamente es un cero a la izquierda. Una interpelación, menos
ante una fauna como la que controla el congreso, no puede ser entendida
como una clase magistral en la Católica o en la del Pacífico. Con los
materiales que posee bien pudo llevar a a esa mayoría a su juego para
enterrarla entre lecciones teóricas y prácticas, giros verbales, citas
históricas, sarcasmos, señalamiento de ambigüedades, etcétera, empleando
el tiempo que quisiese. El populorum hubiera sido el gran ganador. Ya
Lezcano, el representante de Acción Popular, había recordando en su
intervención que en alguna oportunidad Javier Alva Orlandini, en 36
horas maratónicas, se había llevado por delante a toda la oposición
congresal de su tiempo. Pero al desangelado Saavedra, como a sus colegas
de gabinete, le falta lo que ponen las gallinas. No tienen agallas,
garra, coraje, están hecho para recibir, no para dar, porque como lo
hemos dicho en varios lugares, no disparan ni en defensa propia. Ayer,
Saavedra fue con su cabeza bajo el brazo, a aguantar el aluvión de
falsedades e inmundicias que sus adversarios estaban dispuestos a
arrojarle. ¿Y su bancada? Estaba con la moral en el suelo. Su vocero,
Bruce, había metido la pata hasta la ingle al haber pretendido -
abusando de su cargo congresal- llevarse a la policía de Lima a cuidar a
sus invitados en la inauguración de su restaurante en la Costa Verde.
Hizo bien en no ir a la sesión, pero igualito, sus colegas tuvieron que
cargar con vergüenzas ajenas. Pero el show de Becerrii y sus muchachos
no ha pasado inadvertido. Hasta la propia derecha, la liberal se
entiende, ha marcado distancia. Pero eso nunca podrán entenderlo...
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