jueves, 17 de noviembre de 2016

LA ANTIDEMOCRACIA


No la pasa bien el fujimontesinismo. La salida de la jefa con el pie en alto, - luego de su encierro de más de 100 días- golpeando a diestra y siniestra, le ha valido críticas de todo calibre desde los diferentes sectores sociales, incluyendo a la derecha liberal. Días más tarde, el maltrato verbal - se chupó como hijo una gritada de padre y señor mío- al ministro de educación por parte de la congresista Chacón, ha merecido también otra hemorragia de censuras de la opinión pública, habida cuenta que el titular de educación, desde la perspectiva burguesa, es uno de los funcionarios de mayor reconocimiento, no por algo es el único sobreviviente de la administración del comandante Humala.

Pero los críticos, en la mayoría de los casos, ven solo pésimos modales, mala educación e incluso ignorancia - particularmente en el caso de la Chacón-, por parte de ambas señoras. Hay eso sin duda. Pero lo fundamental no está ahí. Lo que hay que sacar al sol, en ambas situaciones, es el raciocinio y la correspondiente práctica de quienes, desde un encuadramiento fundamentalista se computan los dueños de la verdad o los defensores a ultranza de una democracia cuyas fronteras están delimitadas por ese raciocinio excluyente de por sí.

El fujimontesinismo, desde los jefes hasta el portero,  se consideran los únicos dueños de la verdad, rayando en el fanatismo  desbocado a la hora de defender sus ideas. Desde esta trinchera ideológica, la jefa no ha perdido las elecciones, las ha ganado, la aplastante mayoría congresal lo demuestra y en nombre de esa votación está autorizada -recordar el mensaje de doña Keiko el mismo día del mensaje presidencial- a hacer y deshacer - aquí, la palabra gobernar está fuera de contexto- con el poder obtenido. Por esto es que a PPK y sus tetelemeques les imponen los funcionarios que les da la gana, estén o habilitados para ello, o zamaquean y patean a los ministros o funcionarios que tienen la desdicha de pasar por alguna de las comisiones controladas por la intolerancia fujkimontesinista.

En su concepción de la democracia sólo vale el número, la votación, las manos que se alzan o que apretan el botón a favor o en contra. El debate, la discusión sana y alturada -política o técnica-el consenso y los derechos de las minorías, no cuentan. Hemos ganado las elecciones dicen, tenemos el poder que nos dan los votos, repiten una y otra vez para justificar sus desvaríos. Por esto es que en el caso del Defensor del Pueblo o de los directores para el BCR - para citar dos ejemplos- les interesó un rábano la exposición  de los pareceres de los candidatos, sus ideas, sus propuestas. Desde el fundamentalismo eso está demás. De la misma manera actuaban sus mentores ideológicos y políticos, hoy en la cárcel.

No obstante,  debe quedar también en claro que lo ante el gran público aparece como fortaleza - autoritarismo, soberbia, arrogancia, etcétera- en el fondo oculta una gran debilidad: su alejamiento de la verdad, de los hechos, de la realidad tal y como ésta existe. Su propia concepción de democracia, llena de huecos, no resiste un análisis serio. Y es aquí donde donde hay que trabajar si es que realmente se busca derrotar esa opción que a través de algunos de los hijos de la dinastía Fujimori siguen aspirando a volver por la puerta grande al palacio de gobierno.

De los pepekausas poco o nada podemos esperar, al haber elegido el concubinato político, que se sostiene en la identificación de ambas tendencias con el neoliberalismo y los intereses de los grupos de poder que desde los 90 cabalgan y se enriquecen en base a su promoción y aplicación. Como crudamente lo dijo Hildebrandt en sus trece: el gringo y su gente hace rato que se bajaron los pantalones.






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