Dejé de ver fútbol hace muchas lunas. Su mercantilización grosera, la
violencia, las mafias, el eclipsamiento del buen trato de pelota, entre
otras razones, me alejaron del mismo. A la casualidad obedeció que hace
algunas noches me ganase la perfomance y el gol de Cueva contra
Paraguay, lo confieso, me agradó sobremanera. Hacía tiempo que no veía
exquisiteses con el balón como las brindadas esa noche por el
mediocampista peruano, que reflejan la experiencia ganada en diferentes
canchas del mundo, pero asimismo las habilidades innatas de un muchacho
que hizo sus primeras armas futbolísticas en su tierra natal:
Huamachuco, la histórica ciudad de la sierra liberteña. A más de 3 mil
doscientos metros sobre el nivel del mar, dicha ciudad serrana - en la
ruta hacia Calemar, puerto de leyenda a orillas del Marañón, citado una y
otra vez por Ciro Alegría en La serpiente de oro, o Pataz, emporio
minero- muestra todavía la huella de su pasado prehispánico, como el
orgullo de haber sido la tierra natal de José Faustino Sánchez Carrión,
el mítico "Solitario de Sayán" o de Abelardo Gamarra, el padre de la
marinera; sin que obviemos la trascendencia histórica de sus espacios
en la guerra con Chile. Si quisiera, Cueva o Cuevita, como ahora lo
llaman, bien podría convertirse en el embajador de su terruño, de donde
un buen día, como en los cuentos de hadas, dio el salto hacia el fútbol
profesional. (Foto de Huamachuco de Elbita Vásquez Vargas).
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