martes, 18 de octubre de 2016

SE ACABÓ EL BAILE


Se acabó el baile. La sangre campesina derramada en Apurímac en salvaguarda del extractivismo minero  y la lepra de la corrupción, con llagas en el propio entorno presidencial, han terminado con la fanfarria de PPK y su pretendido como tibio reformismo liberal burgués. Los intereses del neoliberalismo, presentes en los proyectos extractivistas en cuyo altar se sacrifican vidas y medio ambiente, la podredumbre moral implícita en el  desarrollo de ese modelo, impuesto a sangre y fuego en el Perú de los 90 por quienes hoy, desde el congreso, quieren dar lecciones de decencia y rectitud, han desbaratado el proyecto del gringo más rápido de lo que se pensaba.

La renuncia de algunos de los implicados en las denuncias por corrupción, presionados por la prensa y la opinión pública o el plan anticorrupción anunciada a todo trapo por el propio PPK, no velan ni mucho menos resuelven los problemas de fondo que se hallan en el modelo mismo, que cubre todo el quehacer social, no solamente el económico; y que la derecha, en particular sus fracciones más cavernarias y vampirescas arropa ante los ojos de todo el mundo, con la anuencia incluso de quienes, en el papel, son ardorosos críticos, pero que a la hora de verdad, se allanan  abiertamente, o silban hacia otra parte.

PPK está haciendo lo mismo que el arquitecto Belaúnde, su maestro y guía. Éste, en 1963, luego de una promisoria campaña electoral llegó a palacio en olor de multitud. Sus principales banderas: reforma agraria y solución al problema del petróleo con la IPC, que encandilaron al populorum de entonces,  lo catapultaron al sillón de Pizarro,  pero desde que se instaló en él las flaquezas del reformismo  quedaron al aíre. 

Belaúnde y sus operadores,  no se atrevieron a chocar con el poder establecido y sus banderas fueron diluyéndose, al mismo tiempo que ensanchaban sus coincidencias con los representantes políticos de la vieja oligarquía, los terratenientes de horca y cuchillo  y el imperialismo de esos años, los principales beneficiarios de la inamovilidad del orden económico y social, y por ende de esa alianza ultraconservadora.

Si bien es cierto que los escenarios y los actores han cambiado, también es cierto que la referencia a los años del primer belaúndismo son inevitables, si acaso también se asume que la propuesta de Belaúnde era más atrevida que la de PPK. En el 2016, PPK no ha querido ni pasar la escoba por los establos de Augias en que se han convertido la economía y la sociedad peruana bajo el imperio del neoliberalismo.

Si se parte de los luctuosos sucesos de Apurímac,  por lo tanto si le metemos diente a los convenios entre el extractivismo minero y la policía, establecidos desde hace años y que convierte  a la policía peruana en la fuerza de choque de la burguesía minera, llegaremos a una conclusión. Que esos acuerdos, tratados como documentos secretos, en un contexto de criminalización de la protesta social- con los resultados de muertos y heridos que nos entrega cada admistración gubernamental- siguen siendo los instrumentos represivos que abren cancha a los baños de sangre. Pero están ahí, incólumes, a cerca de 100 días de haber inaugurado el presente régimen.

Con esos antecedentes, de hoy y del pasado, a las fuerzas del pueblo, a las izquierdas y sectores progresistas que siguen apostando por el cambio y la justicia social, sólo les queda el camino de la resistencia a las políticas gran burguesas y transnacionales, a la construcción de su propio camino,  independiente de los intereses burgueses. 

En este sentido, las izquierdas deben superar en los hechos la inacción que vuelve a cubrir su camino o las discusiones y acciones inútiles para ganar la unidad que se reclama. La experiencia señala que esa unidad se alcanza con mayor celeridad y firmeza en la lucha misma, en el enarbolamiento sin desmayo de las demandas más sentidas del pueblo, incluyendo su ruta al poder, de la que no pocos se han olvidado, antes que en las discusiones en las alturas.

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