jueves, 20 de octubre de 2016

CUANDO LA VIDA NO VALE NADA


La pregunta, en las actuales circunstancias, es insoslayable.

¿Qué pueden tener de común los trágicos sucesos de Apurímac, donde un campesino, una vez más,  ha muerto abaleado por la policía,  con la pérdida de tres valiosas vidas de bomberos en Lima y, el asalto alevoso  y premeditado de una mafia a los recursos de salud destinados a los pobres, contando en este caso hasta con el concurso del más alto nivel de la curia peruana?

La respuesta, aunque duela, es una sola: en el Perú la vida importa un carajo, aquí la vida no vale nada...

Que no venga el ministro del interior a echarle la pelota a los subalternos que actuaron en Cotabambas. Todo el Perú sabe que el extractivismo minero, el gran burgués, el transnacional, sea cual sea su bandera de origen, tiene del cogote a la policía, a la que ha reducido al papel de guachimán de sus intereses, de pistoleros uniformados a su total servicio.

Los convenios entre esas empresas y la policía son secretos, nadie hasta ahora los ha mostrado, nadie tampoco se atreve a hacer cuestión de estado sobre el tema. Es el poder económico y político el que les ha metido candado y punto.

Según los informes periodísticos PPK ha derramado sus lágrimas ante los ataúdes de los bomberos, como los legisladores, ministros, autoridades, en una palabra, los de siempre, han mostrado sus rostros de circunstancias ante la desgracia. La hipocresía al más alto nivel. 

En un país donde el bienestar de las gentes, su salud, educación cultura, recreación y seguridad son los patitos feos de la historia, las lágrimas, las penas, el luto del Perú oficial, son para la foto, para el noticiero televisivo y nada más. 

Mañana o pasado,  todo habrá vuelto a la normalidad, a la rutina, al moho, a la nada para los desposeídos. Igual como ocurre después de cada terremoto, donde la diferencia la marca el monto de lo robado por las cogoteros de cuello y corbata.

Y volverán otros  Morenos vestidos quizá nuevamente  de blanco, con estetetoscopios o de repente hasta con cruces al cuello y biblias en la mano,  para desde el mismísimo palacio de gobierno - como lo hicieron en su momento Fujimori y Montesinos- llevarse las joyas de la abuela, el dinero destinado a salvaguardar la salud de los pobres entre los pobres, la ropa donada para ellos, porque finalmente ¿a la burguesía en el poder le interesa realmente la existencia miserable de esos pobres? Es más, ¿alguna vez ha mostrado interés real por  esas vidas?

Camino hacia el bicentenario de la independencia, hay que decirlo con todas sus letras: en el Perú,  para los poderosos, los pobres solamente interesan como carne de cañón, como cholo barato, como masa a ser explotada.

En los años 20 del siglo XX, Mariátegui afirmaba que "el error y el pecado de los profetas del progreso peruano...han residido siempre en su resistencia o ineptitud para entender la primacía...del factor humano".

Muchos años después, el gran Gabo, pensando quizá también en esos negreros peruanos, de horca y cuchillo, de cuello y corbata, escribió:  "el día que la mierda tenga algún valor,  los pobres nacerán sin culo".





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