martes, 23 de agosto de 2016

NO ES UNA SIMPLE BECERRILADA


UNO 

Primero fue El Frontón, que de ser refugio de piratas y corsarios en los tiempos coloniales, se transformó en los años 10 del siglo XX en un penal para los llamados presos de "máxima peligrosidad".  Realmente, bajo el bastón de mando de la derecha en el poder,  se convertiría en la isla donde anclaron los presos políticos de todos los colores, aunque principalmente apristas aurorales y comunistas. 

Un ejemplo: en la vista, al extremo izquierdo, está el poeta Leoncio Bueno, que a sus 96 años recuerda perfectamente los largos días,  semanas y meses que al lado de otros líderes de la izquierda peruana pasó en dicho penal, considerado "prisión terrible", por las infrahumanas condiciones de vida y el clima de violencia que sistemáticamente se descargaba sobre ellos.

DOS

Pero faltaríamos a la verdad si obviáramos que Pedro Beltrán Espantoso, otrora cabeza de la derecha agroexportadora también fue a dar con sus huesos a la isla. Corría la mitad de los años 50 cuando el generalote Odría cogió a Beltrán y a una decena de periodistas de los diarios La Prensa y Última Hora y los confinó en El Frontón, por el único delito de exigirle ¡democracia! al militar que en 1948, con el apoyo del propio Beltrán, hizo trizas el estado de derecho, expectorando del poder al presidente José Luis Bustamante y Rivero, elegido democráticamente en 1945.

El arquitecto Fernando Belaúnde Terry, dos veces presidente de la república, también pasó una temporada en la isla. Su radicalismo reformista, antes de llegar al palacio de Pizarro, no fue del agrado de la derecha y lo recluyeron en el penal pese a la protesta de la ciudadanía.

El Frontón pasó a la historia a mitad de los años 80. Un amotinamiento senderista fue debelado a bombazos por la Marina de Guerra y sumaron más de 100 los presos que encontraron brutalmente la muerte. Corrían los años de gloria del presidente García y su inefable ministro Mantilla.

TRES

El otro penal, que supuestamente serviría para ponerle atajo a la criminalidad en el país, fue El Sepa, enclavado en medio de lo que se consideraba inexpugnable selva peruana. Funcionó desde los primeros años de los 50, sin embargo,a fines de los 80 prácticamente se extinguió, mientras los niveles delincuenciales se acrecentaban en todas partes. Al igual que El Frontón, finalmente sirvió de reclusorio para los presos políticos de izquierda. Por ahí pasaron intelectuales de la talla del filósofo César Guardia Mayorga, como los profesores del SUTEP, que liderados por el legendario Horacio Zevallos Gámez osaron levantarse, en los 70, contra la dictadura militar velasquista. La respuesta, como siempre, fue a lo bestia: los mandaron al Sepa.

Como la derecha no la achuntó en el mar, tampoco en la selva, dirigió entonces la mirada hacia las áreas altoandinas del país. En su cerebrito caló la idea de que en las agrestes punas estaba la salida a problemas que tienen raíces económicas y sociales y que en ninguna parte del mundo ha sido resuelto salvajemente: con balas, cárceles o aplastantes penas.  Challapalca y Yanamayo, en las alturas de Tacna y Puno constituyen hoy el mejor ejemplo de que tampoco ese era el camino. 

Un informe especial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, suscrito en octubre de 2003, es fulminante: ni la altura ni la agresividad del clima, menos la distancia o la falta de caminos, son factores que contribuyan a la readaptación de los reclusos. Al contrario atentan contra ella. En pleno siglo XXI, los ladrones y criminales también deben gozar de los derechos humanos.


CUATRO

Con estos antecedentes, la iniciativa "cárceles 4000", que el congresista Becerril  está promovieno a nombre de la bancada fujimontesinista, supuestamente para combatir frontalmente la delincuencia, no es sino una nueva demostración de la incapacidad de la derecha para entender un problema social. Lo que se pretende en construir 5 nuevas cárceles en los páramos andinos - a más de 4000 m.s.n.m.- al estilo de Challapalca y Yanamayo. "Ahí funcionan mejor los bloqueadores de llamadas y se aleja la delincuencia  de las urbes" ha dicho el siempre altisonante parlamentario, a quien por lo visto poco importan  las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

"Que se inhabiliten los establecimientos penales de Challapalca y Yanamayo" concluye el informe.¿ Razones? Su existencia y funcionamiento, como la propia infraestructura y el régimen carcelario impuesto no se ajustaban a la normatividad internacional que debe encuadrar todo centro de reclusión. En ambos casos, además, se repitió la historia:  los presos políticos constituían el segmento poblacional más importante.

No hay que ser adivino para concluir que lo que busca el fujimontesinismo, fiel a su naturaleza violentista y reaccionaria, es hacerle guiños a aquellos sectores sociales que piensan, muy erroneamente por cierto, que es indispensable una "mano dura" para remontar los problemas de inseguridad ciudadana en el país. 

Para esos segmentos, en sus extremos, los comandos de aniquilación de delincuentes,  la tortura, las penas de por vida, los jueces sin rostro y la cárcel en los ambientes más agresivos, deberían formar de un solo paquete represivo con los que podríamos ver la luz al final del túnel. Es decir, entre la civilización y la barbarie para tratar ese tema, deberíamos optar por lo último.

Es decir, no estamos frente a una simple becerrilada, lo que confrontamos es un raciocinio violentista y represivo, con el cual, los hechos así lo demuestran, no resolveríamos absolutamente nada.





 


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