miércoles, 29 de junio de 2016

DE INGAS Y MANDINGAS


Es la de nunca acabar: hombres o mujeres denunciados en el Perú por considerarse racial y culturamente por encima de otros, llegándose incluso a la agresión, como acaba de ocurrir en un exclusivo centro comercial limeño. Lo observamos también en el campo de la política. Son los serranos del sur y del centro, los  de "color puerta" o los que habitan "al otro lado de la luna" - como se les llama peyorativamente- los que habrían inclinado la balanza a favor de PPK. Los más extremistas han llegado incluso a sostener que esos sectores, en rechazo a sus preferencias electorales, no deberían ser atendidos en sus reclamos reivindicativos. Es decir, hay que darles su vuelto.

Contra ese racismo, abierto o encubierto - se ha expresado también a gritos en los campos de fútbol- existe una normatividad  que se ignora o se cumple a medias. Hace algunos meses el poder judicial mandó a la cárcel a una mujer por  hacer escarnio de una compañera de trabajo por el color de su piel. "Negra cocodrilo", le dijeron a la afectada, quien ni corta ni perezosa denunció la agresión ante los organismos competentes. No todos, sin embargo, reaccionan de la misma manera. La mayoría prefiere el llanto o el aislamiento.

Existe, sin embargo, un antídoto que desde las raíces neutralizaría esa vocación segregacionista existente en el país. Está en el campo de la educación y la cultura, empezando por poner a disposición de todos los peruanos, desde la escuela, los avances científicos que se traen abajo las falacias racistas y etnocentristas que abundan en el país, en todos los campos.

En esa línea una buena enseñanza de la historia del Perú podría convertirse en una verdadera barrera contra esa epidemia ideológica. Lo escribió alguna vez  el ex rector de San Marcos, Manuel Burga: una de las razones por la que se debe enseñar obligatoriamente  la historia peruana es para acabar con los prejuicios existentes, que como vemos complotan contra la idea-fuerza de una identidad nacional que sume, que reuna,  todas nuestras diversidades.

Si se adoptara con seriedad ese criterio, llegaríamos a la conclusión, de que aquella expresión clásica de que en el Perú "el que tiene de inga tiene de mandinga" - que ilustró los ascendientes indios y negros de la población peruana- resulta  corta para indicar la diversidad de nuestros orígenes prehispánicos y su enriquecimiento a lo largo del curso seguido por nuestra sociedad. No es gratuito que el Perú, por lo menos en el papel, sea considerado como un país multiétnico, multilingüistico y multireligioso, diversidades vigentes en pleno siglo XXI, por la capacidad de resistencia de los pueblos que habitan este territorio.

En este contexto, no hay peruano que por sus venas no corra sangre india, sea moche, lupaca, huanca, lucana, collagua, asháninka...o en su defecto, que no tenga raíces africanas en todos los matices, como producto de las múltiples mezclas que dieron vida a los zambos, mulatos, cuarterones...sin obviar los cruces con los europeos y asiáticos que fueron poblando nuestros espacios después de la llegada de los españoles.

El desafío del presente y del futuro, sentadas las premisas educativas y culturales señaladas, es arribar al entendimiento de que cualquier proyecto sostenible de país, pasa por hacer de esa diversidad una fortaleza para alcanzar el anhelado desarrollo de todas las sangres, donde ya no existan los raciocinios racistas y etnocéntricos que hoy, aun no nos guste reconocerlo, siguen teniendo la sartén por el mango en múltiples ambientes.




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