Carlos Olazo Sillau
Con su triunfo en la primera vuelta electoral, la
derecha impuso la táctica imperialista y
gran burguesa de forzar a una definición entre sus dos representantes directos
de mayor confianza. Pero, a pesar lo abultado de las cifras y de su hegemonía
congresal de antemano asegurada, esta
victoria no implica una derrota en toda la línea para la izquierda, ni, lo que
es más importante, anula la tendencia hacia el incremento de las luchas
populares.
Este proceso electoral se inscribe
en el marco general de agotamiento del periodo político inaugurado tras la
caída de la dictadura fujimontesinista. El sistema de formal democracia
burguesa, un innegable avance conquistado por el movimiento popular
antifujimorista de entonces, se encuentra hoy sumido en una crisis de
proporciones sin precedentes, acicateada por los efectos de la crisis económica
internacional aún no resuelta, y por el agotamiento interno del modelo
capitalista neoliberal. Es evidente que no podrá salir de esta crisis con un
gobierno de cualquiera de los dos de sus más conspicuos representantes que
disputarán el control del Poder Ejecutivo en
la segunda vuelta electoral. Pero, haber conseguido que la mayoría de electores se identifique
con y apoye a sus verdugos, justamente cuando el descontento llegaba a sus
picos más elevados, es el más grande éxito político de la derecha. Aunque
ello no sea suficiente para impedir que las masas sigan
sintiendo los efectos de la crisis, ni para
que abandonen sus reclamos pendientes; la derecha, sin embargo, se ha
tomado un respiro.
La lucha de clases sigue su curso.
No se circunscribe a un calendario electoral, ni mucho menos se resuelve en las
urnas. La disyuntiva ante el agotamiento de este periodo político sigue siendo
el mismo, independientemente de los resultados electorales que nos depare el 05
de Junio. Lo que está en juego en el Perú de hoy es si la derecha representante
de la gran burguesía y el imperialismo logra remontar su crisis general y
consolidar su poder a costa de mayor represión, de mayor saqueo del país, mayor
opresión contra los pueblos y mayor agresión contra sus intereses; o, en su
defecto, se conservan y ensanchan las conquistas democráticas y políticas y se
consigue frenar la ofensiva imperialista, para avanzar hacia la transformación
revolucionaria del país. Con estas elecciones, la reacción ha ganado una
batalla importante. Pero la historia sigue caminando. La crisis seguirá
profundizándose y con ello la respuesta popular. El desenlace del periodo
político trasciende lo electoral. Se definirá principalmente en las calles, en
los campos, en la acción directa.
El apoyo de importantes sectores
populares a la derecha obedece tanto a la concientización reaccionaria
trabajada profusamente desde los aparatos ideológicos, políticos, educativos y
culturales manejados por el imperialismo y la burguesía nativa desde décadas
atrás, como también a la manifiesta debilidad de la izquierda marxista y
socialista. Sin contar con la organización suficiente , divorciada de las
organizaciones naturales de las masas y sin articular un mensaje claro con
alternativas integrales en todos y cada uno de los aspectos de la labor
cotidiana, la izquierda no ha estado
capacitada para contrarrestar la gigantesca ofensiva derechista en este
terreno.
Por ello se puede entender que las
dos organizaciones de izquierda partícipes de esta contienda, en particular el
mal llamado “Frente Amplio”, no tuvieran
mayor relevancia sino hasta que dos candidatos que sumaban más del 20% de la intención de voto fueron
puestos fuera de carrera. Sin desconocer que existen votantes por Fujimori,
Kuczynski, Barnechea u otros candidatos, que creen ver en ellos alternativas de
cambio, queda fuera de toda duda que el segmento de la población que se volcó
hacia Verónika Mendoza o Goyo Santos ante estas nuevas circunstancias
electorales, es el más interesado en un
cambio del actual estado de cosas. Prescindiendo del sector consciente, del
“voto duro” de la izquierda, este mayoritario segmento de electores apostó más
por el “rostro nuevo” que por alguna convicción política.
Nos interesa resaltar y valorar
este factor. Que las población exprese su descontento, que proteste de esta
manera, aún votando equivocadamente por representantes de la derecha con la
esperanza de acabar con sus padecimientos actuales, es nada más que un
indicador de nuestra debilidades y limitaciones. Que como resultado de un
caudal inesperado de votos se halla afirmado el “Frente Amplio” como opción de
izquierda socialdemócrata, o que se perfilen caudillismos electoreros sin
ninguna perspectiva estratégica verdaderamente revolucionaria, también es
resultado del nivel incipiente de la conciencia popular, que todavía no va más
allá de sus percepciones espontáneas más elementales. Pero el descontento
popular sigue allí, latente. No tardará en convertirse en acción, en protesta
callejera, dando en el traste a quienes dieron su voto y buscando nuevas
alternativas. Es aquí donde los revolucionarios debemos fijar nuestra atención
de cara al mediano y largo plazo, trabajando con más ahínco para educar,
organizar, movilizar, pero sobre todo llevar conciencia política
antimperialista y socialista a las masas.
Para los marxistas-leninistas y
mariateguistas, empeñados como estamos en alcanzar la reunificación de esta
izquierda y en potenciar un verdadero movimiento revolucionario de masas, no
nos puede ser indiferente lo que acontezca
en este corto estadio entre la primera y segunda vuelta electoral. Pues, si bien los dos candidatos que
disputarán la segunda vuelta obedecen a los mismos intereses, presentan más
similitudes que diferencias programáticas y están comprometidos hasta el
tuétano con la corrupción, lo que se juega en esta elección va más allá de
estos asuntos. El punto político cardinal que tomamos en cuenta, es la posibilidad real de la restauración del
fujimorismo. Pero no del fujimorismo
derrotado por las luchas populares a comienzos del siglo, sino de un
fujimorismo renovado, que se ha erigido en el partido mejor organizado de la reacción
con características fascistas inconfundibles, con aparato organizativo
insuflado de anti-comunismo, con militancia forjada en las más rancias
concepciones dictatoriales, anti sindicales y antigremiales en general, con un
sector de masas ideologizada en un “anti-terrorismo” que en realidad no es más
que una reedición del viejo fujimorismo que con este pretexto asesinó a
centenares de dirigentes populares, destruyó la organización sindical, despidió
a miles de trabajadores e instauró el gobierno de terror derechista más
escarnecido de nuestra historia, además del más corrupto.
Tampoco pasamos por alto que existe
un importante movimiento de masas espontáneo que con las banderas de “No a
Keiko” ha protagonizado las más impresionantes movilizaciones de los últimos
años, las mismas que seguirán realizándose en lo que queda de la campaña. Este
movimiento, si bien adolece de un norte político más allá del antifujimorismo,
entraña un profundo sentido democrático, un contenido ético imprescindible para
cualquier intento de trasformar el país, además de poseer una capacidad de movilización con los
métodos y recursos propios de las nuevas generaciones, verdaderamente
admirables. Para nosotros el reto es
fundirnos con este movimiento, como expresión importantisima del conjunto de
las luchas populares, y trabajar por darle un cauce revolucionario, para
elevarlo más allá de la mera protesta antidictatorial y orientarlo hacia la
alternativa de la lucha revolucionaria para construir una nueva sociedad y una
nueva democracia, la democracia socialista por la que han luchado José Carlos
Mariátegui y generaciones de luchadores
a quienes debemos todas las conquistas políticas y sociales de que ahora
disponemos.
Cerrar el paso a la restauración
fujimorista es, por ello, nuestra consigna. Esta alternativa, como es evidente,
no se circunscribe a lo electoral,
porque, como hemos afirmado, la lucha de clases no se limita a este
cronograma. Nuestro objetivo de cerrar el paso a la ascensión fujimorista al
Gobierno tiene que ver principalmente con impedirle el manejo absoluto del
poder y, por tanto, descartar su nueva entronización dictatorial, cuyos efectos
ahora podrían ser devastadores para el movimiento popular que con tanto
sacrificio viene gestándose en los últimos años. Cerrándole el paso al
fujimorismo estaremos en mejores condiciones para luchar contra el nuevo
gobierno y avanzar hacia una solución popular al fin de ciclo que se aproxima.
Perú, abril del 2016
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