viernes, 11 de marzo de 2016

LA DEMOCRACIA HACE AGUA


La democracia peruana, vertebrada al amparo de la constitución fujimontesinista de 1993, está haciendo agua. La crisis electoral a la que estamos asistiendo, con candidatos defenestrados a un mes del día de las elecciones, y con otros cuestionados por las mismas razones que originaron la expectoración de los primeros, no obedece a una simple irregularidad administrativa, como algunos la presentan. Esa crisis evidencia que ese manejo desigual, arbitrario y abusivo, económico y político, garantizado por dicha Constitución, ha tocado fondo.

La Constitución de 1993, recordemos, se trabajó a sangre y fuego luego del golpe fujimontesinista de 1992. Fue la salida formal para la crisis, que le posibilitó al fujimontesinismo - versión criolla del neoliberalismo- la entronización de los intereses del gran capital y las transnacionales que durante el proceso electoral de 1990 apoyaron a Vargas Llosa, pero que luego de su revés, hicieron de la dupla Fujimori-Montesinos y los militares en que se sostenían, sus operadores políticos.

Esa Constitución fue trabajada para garantizar al infinito ese dominio del gran capital. Montesinos no tenía ningún rubor para decírselo a sus contertulios: empresarios, militares, ministros, parlamentarios, jueces, periodistas, etcétera con los que solía reunirse en el SIN.  Para que el país "salga del estado de postración esto no se puede hacer en cinco, diez ni quince años" (video 1792) era  el mensaje cotidiano que transmitía a unos y otros, con el beneplácito de los mismos.

Desde el 93 hasta el presente, las fracciones extractivistas y financieras del gran capital nativo, actuando a la sombra de dicha ley de leyes, han estado en su garbanzal. Contando para sí con regímenes políticos que no se atrevieron a tocar las bases fujimontesinistas de la economía y la política, se preocuparon únicamente  de bloquear y desnaturalizar el desarrollo de la conciencia  política de las masas populares. ¡Que importe que robe si hace obra! es la expresión que grafica ese envilecimiento ideológico, que explica el llamado voto duro de la primera dama de la dictadura como también la adhesión al señor Acuña, hechura redonda de los mugrienmtos tiempos que vivimos.

Lo que el capital extractivista y  financiero no calibró fue que desde el propio seno de la gran burguesía se potenciaran fracciones que ante las elecciones del presente año consideraron oportuno disputarle la hegemonía, en el manejo del poder, a las sectores dominantes. Como también desde el interior de las burguesías regionales emergieran sectores contestatarios - como los expresados por Acuña-  que se atrevieran a disputarle el poder a los padres de la criatura, azuzando la idea del cambio, pero del formal, del epidérmico, que mirado por donde quiera mirársele no pone en cuestión el sustento ni de la economía ni del sistema impuesto por el fujimontesinismo y recreado una y otra vez por los sucesivos gobiernos que han pasado por el palacio de Pizarro.

Tampoco calibró el gran capital y sus operadores políticos de siempre que desde la misma evolución económica y social surgieran sectores sociales que a pesar de la crisis de la izquierda comenzaran a desarrollar, muchos de ellos casi espontáneamente, rebeldías y levantamientos contra la explotación y la opresión del gran capital en Costa, Sierra y Amazonía, muy especialmente en las áreas tomadas por el extractivismo agresor de la vida de los pueblos, de sus territorios y de sus ambientes naturales. En esos espacios, diferenciados netamente del espítiritu que anima al gran capital y a las transnacionales, han surgido alternativas electorales como la de la congresista Verónika Mendoza, que palmo a palmo, en medio de un mar de dificultades y limitaciones ha ido conquistando las simpatías del soberano.  Ignorada, ninguneada y satanizada, ha logrado sin embargo posicionarse en la pelea y hoy por hoy es ya una amenaza electoral para los que parten la jamonada en el país, ahondando la crisis de control y dominio en la que éstos se debaten.

En otras palabras, desde la misma derecha y desde la izquierda,  la democracia fujimontesinista, en los hechos, ha sido puesta en cuestión. A estas alturas del partido nadie sabe que puede pasar en el plano electoral. Los candidatos del fujimontesinismo y del Apra,  largamente beneficiados en estos años con esa democracia, están seriamente cuestionados. En el papel su expectoración es una posibilidad, como también no hay que descartar salidas a la bruta que púeden estar cocinándose tras bambalinas. Sea cual sea  finalmente el desenlace, no soslayemos la gran tarea de pelear por un nuevo orden, por un nuevo país, por una nueva democracia, que exprese los ideales y la voluntad de cambio real que anima a las avanzadas populares. Hay que ponerles banderillas al modelo económico, pero también hay que ponérselas al orden social y cultural vigentes. 

El neoliberalismo - ha escrito Daniel Bell- "es una ideología coherente, que además de rechazar la intervención reguladora del Estado en el libre mercado contiene una valoración ética sobre la sociedad, el hombre y la historia". En otras palabras, hay que construir un nuevo país, no nos quedemos cortos en nuestros ideales de transformación.


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