Carlos Olazo Sillau
Contraviniendo la opinión de muchos analistas, Julio Guzmán es ya el “factor sorpresa” de estas elecciones. Cuando la mayoría de politólogos sostenían la ausencia de espacio para cualquier “outsider”, apareció la figura de este desconocido entre los electores, quien luego de un paciente trabajo en la redes virtuales, dio el salto a los medios masivos, foros y plazas, para desplazar, en tan solo un mes, a los “pesos pesados” de la política, incluyendo al de “raza distinta” quien, merced al derroche de recursos económicos inversamente proporcionales a su talento, aparecía como casi fijo para ocupar ese lugar. El ascenso vertiginoso de Julio Guzmán es, aunque como toda tendencia, pasible de alteraciones. Pero de sostener este mismo ritmo se perfilaría, inclusive, como un serio rival para Keiko Fujimori.
Sobre este tema, recurrente en las elecciones
peruanas, se ha escrito y hablado bastante en los últimos días. Si bien los
juicios emitidos desde perspectivas diferentes dan en el clavo, aunque muchos
de ellos repitiendo los argumentos sobre procesos anteriores, existe un
elemento que es importantísimo someter al análisis: qué motiva al elector a
volcar sus esperanzas en Julio Guzmán.
En el balance de los últimos procesos
electorales, analistas progresistas y de izquierda consideraron la existencia
de un electorado, (próximo al 30%), ávido de cambio. Tomando en cuenta que este
electorado votó por candidatos con propuestas provenientes de canteras
izquierdistas, se concluía que este segmento no sólo buscaba un cambio de
sistema, sino que era potencialmente de izquierda. El ascenso de Ollanta Humala
en las elecciones anteriores, quien pasó a la segunda vuelta remontando un
modesto cuarto lugar con 10% de intención de voto en enero del 2011
prometiendo, justamente, la “gran transformación”, pareció la mejor
confirmación de este enfoque.
Sin embargo ya desde entonces este encuadre
cojeaba. No sólo porque la izquierda de carne y hueso no obtenía votos ni para
el té (recordemos la votación del 2006 y veamos la intención de voto de estos
días), sino porque ninguno de los candidatos ganadores se reivindicó de
izquierda. Ni siquiera Humala quien, al contrario, proclamó en calles y plazas
que no era de izquierda, sino “de abajo”.
El argumento usualmente esgrimido para explicar
la escasa votación de la izquierda, ha sido la división. Sin embargo esta
explicación más parece un pretexto. Salvo la elección de Susana Villarán quien,
recordemos, sólo pudo remontar la intención de voto del 9% cuando Kouri fue
descalificado como candidato, imponiéndose a una Lourdes Flores, cargada de
errores, con votos de los segmentos A-B (difícilmente identificables como de
izquierda), los demás candidatos izquierdistas al congreso o municipios,
salvando una que otra extraordinaria excepción, obtuvieron siempre magros
resultados.
Los sectores populares desde varias décadas atrás no orientan sus votos a la izquierda. La división de hecho influye, pero no es el factor decisivo. La causa, antes bien, radica en la carencia de líderes confiables, en la poca sintonía con la nueva problemática de los sectores populares de las grandes urbes y del campo, en el divorcio con las organizaciones de base, en la falta de articulación del discurso económico-reivindicativo con propuestas políticas generales de país y de gobierno, entre otros. La unidad de la izquierda, siempre necesaria por cierto, no tendría en el Perú actual, la misma trascendencia del decenio 1980 cuando aquella no adolecía de tantas limitaciones como hoy, particularmente en cuanto a que su votación reflejaba su capacidad de organización y movilización de masas.
Los sectores populares desde varias décadas atrás no orientan sus votos a la izquierda. La división de hecho influye, pero no es el factor decisivo. La causa, antes bien, radica en la carencia de líderes confiables, en la poca sintonía con la nueva problemática de los sectores populares de las grandes urbes y del campo, en el divorcio con las organizaciones de base, en la falta de articulación del discurso económico-reivindicativo con propuestas políticas generales de país y de gobierno, entre otros. La unidad de la izquierda, siempre necesaria por cierto, no tendría en el Perú actual, la misma trascendencia del decenio 1980 cuando aquella no adolecía de tantas limitaciones como hoy, particularmente en cuanto a que su votación reflejaba su capacidad de organización y movilización de masas.
Julio Guzmán, para quienes han encasillado el
análisis en el esquema de un electorado potencialmente de izquierda y por el
cambio, representaría esta tendencia. Pero este enfoque pierde consistencia
cuando constatamos que el discurso de Guzmán, a diferencia del de Humala, por
ejemplo, no recoge ninguna bandera de izquierda. Antes bien reivindica, con
tenues matices, el mismo discurso de PPK y demás dinosaurios que dice contrastar. Incluso
el “discurso” (¿?) que le valió a Acuña su posicionamiento expectante, tampoco
incluye ninguna critica ni propuesta alternativa al actual modelo económico o
al sistema imperante, en ninguna de sus aristas, ni siquiera en las más
irrelevantes y superficiales. La idealización de un Julio Guzmán que captura la
voluntad de cambio de un importante segmento del electorado no tiene, pues,
consistencia.
Hasta el momento lo único que distingue a
Julio Guzmán de los demás candidatos derechistas es su rostro. Sus propuestas
tecnocráticas para administrar mejor al actual Estado, a la economía
capitalista neoliberal y al saqueo de los recursos nacionales por las
transnacionales, bien pueden ser banderas de Keiko Fujimori, PPK, Alan García,
Toledo o Acuña.
Salvo las tímidas propuestas de una Verónika
Mendoza encorsetada por los grandes medios y las presiones derechistas (¿o por
su propias convicciones?), el discurso izquierdista está ausente del debate
electoral. Podemos decir que la derecha acapara ideológica, política y programáticamente
el proceso. En este escenario, personajes grises y anodinos, aunque
desconocidos para el grueso del electorado, como Guzmán o Acuña, no necesitan
disfrazarse de izquierdistas para “hacer su agosto”.
Julio Guzmán, es la antítesis del cambio.
Todos Por el Perú (TPP) su partido desconocido, le fue cedido como vientre de alquiler por un grupo de
empresarios fracasados en la política; DELOITEE, subsidiaria peruana de la
transnacional del mismo nombre lo tiene entre sus socios; MACROCONSULT, es
otra empresa ligada al gran capital y los grandes negocios que él integra;
Israel, país cuya política sionista e imperialista defiende sin mucho disimulo;
todos ellos son elementos que lo colocan en las antípodas de los intereses
nacionales y populares.
Sin embargo, el electorado que en las últimas
décadas apostó por los Toledo, Alan o
Humala de discursos transformadores, hoy vuelca sus miradas a un candidato que
no ofrece más que un reemplazo generacional. Que este electorado busca un
rostro nuevo en reemplazo de líderes y partidos tradicionales carcomidos por el
desgaste, la incapacidad y la
corrupción, es evidente e incuestionable. Pero prefiere a uno identificado con
la derecha, mientras desestima a Vero Mendoza o Goyo Santos, ubicados a la
izquierda del espectro. La conclusión es que, salvando al reducido “voto duro”
de la izquierda, el electorado descontento prefiere esta vez tan sólo una cara
nueva. La ilusión de un 30% del electorado de izquierda, no es más que eso:
ilusión. Hacer realidad un espacio político para la izquierda es todavía una
tarea pendiente. Y ella requiere más, mucho más, que una coalición de nuestras
menguadas fuerzas de hoy, la que, lo afirmo sin ninguna duda, seguirá siendo
esquiva y en el mejor de los casos,
intrascendente, mientras no representemos a verdaderos movimientos de masas.
Trujillo, 03 de febrero del 2016
Interesante análisis. El país quiere ver caras nuevas en la política, los actuales partidos políticos no han renovado sus cuadros, esto evidencia que no hay democracia dentro de sus partidos. La edad de los candidatos tampoco atrae. No hay renovación y no se han dado cuenta que el País tiene población joven que desea más oportunidades y así proyecta sus expectativas.
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