sábado, 20 de febrero de 2016

¿FIESTA DEMOCRÁTICA?



Se nos dice siempre que los procesos electorales, como el que estamos viviendo, son verdaderas fiestas democráticas. Los hechos, sin embargo, tan macizos como los cerros y roquedales que circundan Lima, nos van demostrando que tal aseveración no es sino la cobertura ideológica, la imagen falsa, de procesos donde las oligarquías en el poder son las que finalmente parten el jamón, disputándose ellas, con la participación incluso de vastos sectores populares despolitizados o emputecidos políticamente hablando, el supuesto derecho de ajustarnos el dogal en los próximos 5 años.

No hay necesidad de recurrir  a ningún teórico, ni de pasar por un curso acelerado dictado por algunos de los politólogos en boga para darnos cuenta del engaño. Con una Constitución como la de 1993 -madre de madres de la normatividad electoral vigente-  acuñada por el fujimontesinismo en sus mejores años para mantener incólumes - a todo nivel- los intereses de los dueños del capital a los que servía, cualquier cosa puede ocurrir. Recuérdese que apoyándose en dicha ley de leyes el fujimontesinismo quiso entronizarse en el poder incluso sin la presencia del caco y asesino.

En la hora actual, las disputas interburguesas, que constituyen el transfondo de la arremetida contra el bebesaurio Guzmán y el plagiario Acuña vuelven a mostrarnos la verdadera naturaleza de ese régimen gran burgués. Los órganos del poder, sus funcionarios a sueldo, los juristas que le otorgan legimitidad, la prensa concentrada y los partidos alineados en torno a ese capital, son los grandes artífices del zafarrancho que se ha armado con la casi defenestración de Guzmán y la posibilidad de que  Acuña siga el mismo camino. Los de siempre no quieren advenedizos, a pesar de que éstos se mueven bajo las mismas coordenadas; la diferencia está en el color que pinta el capital que los apuntala.

Adviértase que no se trata solamente de zancadillas, acusaciones que van y vienen, altisonancias, indigencias intelectuales y amenazas de todo tipo. Se trata de algo más: la constatación  de la descomposición de los partidos de la derecha, convertidos en simples conglomerados de compinches dispuestos a todo con tal de sacarse la lotería en abril próximo, bien aceitados por supuesto por los grupos de poder a los que defienden,  con recursos incluso de dudoso origen y cuyo drenaje se produce a vista y paciencia de todo el mundo.

No puede hablarse entonces de una fiesta democrática. Bajo el dominio de las oligarquías de viejo y nuevo tipo, el pueblo siempre ha sido un convidado de piedra, salvo en aquellos procesos como los de los 80 en los que las masas, alzadas a la pelea contra el yugo del capital, le pusieron su impronta a los procesos electorales de esos años. Ese flujo de masas no existe hoy, como tampoco existe ese mito de transformar ese orden de cosas bajo el imperio de los millones de olvidados e ignorados de siempre.  Con las manos libres, la derecha, la vieja y la nueva, la bruta y achorada como la tecnocratizada tiene candidatos para todos los gustos, dándose inclusive el lujo de armar broncas entre ellos so pretexto de la defensa de la democracia, de la legalidad, cuando son ellos - como lo estamos viendo-  los primeros en dinamitarla.

Pero bien se dice que no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que la contenga. Haciendo de tripas corazón la izquierda y las fuerzas progresistas y democráticas tienen una gran tarea por delante.


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