Se lo decía hace algunos días a Augusto Malpartida, candidato del
Frente Amplio por Lima: Verónika no está explotando lo que los
economistas llamarían un valor agregado que tiene desde su infancia: el
quechua. Anoche, Aldo Mariátegui, gran peón de la derecha bruta y achorada, quiso
bajonearla desde el saque en el programa de televisión que conduce: la saludó en francés buscando que la
candidata le respondiera en el mismo idioma.
Si ella caía en el juego, puntos
para Aldito. Se hubiera pasado la noche encarándole lo que para sujetos
como el periodista resulta un pasivo: las raíces maternas francesas de
Verónika, obviando interesadamente que el propio progenitor de
Mariátegui, fue hijo de una dama italiana. Al responderle en quechua, la Vero
desarmó a Aldito, lo ridiculizó, lo hizo trizas, con sorna incluso,
demostrando además que está para mayores en el arte del debate, de la
polémica. Que vayan saliendo los contricantes.
Pero volviendo al quechua, una cosa es que al ciudadano quechuahablante
le hablen en español, el idioma ajeno, extraño a su cultura y a su
identidad, y otra cosa es que le hablen en su idioma materno. En este
último caso, el mensaje de Verónika no solamente le removerá la
conciencia, le llegará al corazón, al alma. El quechua tiene esta
particularidad. Por eso, cuando los quechuahablantes - obligados a
hablar el idioma dominante o a negar su lengua materna para evitar las
burlas - se encuentran entre si, lloran de alegría, cantan, bailan porque aunque sea momentáneamente se reencuentran con sus raíces.
Verónika tiene en sus manos la posibilidad, como nunca antes ha ocurrido con candidato presidencial alguno, de llegar al corazón de los ciudadanos de todo el país. Que así sea.
Verónika tiene en sus manos la posibilidad, como nunca antes ha ocurrido con candidato presidencial alguno, de llegar al corazón de los ciudadanos de todo el país. Que así sea.
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