martes, 29 de diciembre de 2015

MARACANÁ

 
No, no me estoy refiriendo a ese templo del fútbol brasileño donde en 1950, un endiablado Uruguay le pisó el poncho a los paisanos de Pelé, que lo tenían todo listo para celebrar el título del mundial que con diligencia de cirujano habían preparado para consagrarse como los mejores del planeta. El 2-1 a favor de los visitantes convirtió a Brasil en un verdadero cementerio. Contra todos los pronósticos, se había producido el histórico Maracanazo...
 
En mi barrio de Monserrate, el Maracaná era un espacio baldío, al pie de un brazo del río Rímac, en lo que oficialmente se conoce como la Rinconada de Pericotes, entre las cuadras 7 y 8 del jirón Callao, en pleno centro de Lima. En ese terral los peloteros de antaño se jugaban la vida en históricos partidos dominicales, pero también ahí los colegiales dirimían superioridades a combo y patada en peleas que literalmente se efectuaban hasta las últimas consecuencias. 
 
La Escuela Fiscal, La Milla, estaba a escasos metros de la Rinconada. Y en sus aulas empezaban siempre las riñas, pero bastaba que los contrincantes “se la cortasen para la salida” para que todo el mundo se preparara para el gran combate. La hora y el lugar estaban implícitos.
 
En el Maracaná, aprendí, en vivo y directo, lo que era un “combazo”, un “mitrazo” o un “chalacazo”, como se conocía entonces a los espectaculares golpes de puño, de cabeza o de pie, de la que hacían gala los más duchos en el arte de esas peleas barriales. A veces era suficiente uno de ellos para poner fin al encuentro. El KO llenaba de gloria al vencedor del combate.
 
Más tarde entendí que esos célebres encontronazos de adolescentes formaban parte de una de las asignaturas de lo que se conoce como la universidad de la vida. Debo confesar que nunca fui bueno en ella, aunque debe reconocer que en más de una oportunidad me ha servido por lo menos para el atarante.
 
Hace algunos meses caí por la celebre Rinconada. El Maracaná de mi adolescencia ya no existe, en su reemplazo hay un hermoso jardín, quizá para rendir homenaje a los gladiadores de mis tiempos primariosos.

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