miércoles, 30 de diciembre de 2015

MACHADO

 
Febrero no es un mes bueno, por las lluvias, para aventurarse por la sierra peruana, menos por sus punas. Recién tomé nota de ello cuando en 1967, por primera vez, atravesé la cordillera sur del país, rumbo hacia La Paz, en ruta hacia Buenos Aíres, la europeizada ciudad que nos quitaba el sueño.
 
Como ustedes podrán imaginar el trajín fue por tierra. Los chivilines no daban para más y existiendo una empresa de transportes como lo fue Morales-Moralitos que llegaba a la capital altiplánica, ésta fue la ruta seleccionada. Sabíamos que desde aquí, en tren, atravesando todo el altiplano boliviano y argentino podríamos llegar en pocos días a la tierra del inmortal Gardel. 
 
Desde el saque fue un viaje inolvidable. Y aquí vienen lo de las lluvias. Arequipa fue la primera estación del Morales-Moralitos, para luego, al atardecer enrumbar hacia Puno. Todo iba bien hasta que se desató una lluvia torrencial que hizo puré la carretera afirmada. Estábamos atravesando las punas arequipeñas cuando comenzamos a sufrir una serie de plantones por el enfangamiento del vehículo. La salida estuvo, en todos los casos, en la fuerza del colectivo. ¡Hombres abajo! era el grito de guerra del chofer y como por arte de magia todos los varones ya estábamos cargando el ómnibus para sacarlo del fango. 
 
Nunca como en ese momento me parecía más lúcido Machado: caminante, no hay camino, se hace camino al andar. El ómnibus seguía en ruta porque en esa noche helada y superlluviosa el camino lo afirmábamos los pasajeros.
 
Hasta que todo pareció volver a la normalidad: aunque dando tumbos el Morales-Moralitos agarró nuevamente pista más o menos afirmada. Faltaba, sin embargo, la cereza. Estábamos agarrando sueño cuando un fuerte como desagradable olor que no parecía de cristiano invadió el carro. No me hice paltas. En mi deambular reporteril por los basurales de Lima mi olfato se había acostumbrado a todo tipo de hedores. Pero mis compañeros de ruta y el propio chofer no pensaban lo mismo. Súbitamente el ómnibus se detuvo y pude ver al chofer provisto de una linterna de mano repasando los asientos. Primera, segunda, tercera...en la quinta fila se armó el despelote. 
 
Todo el mundo escuchó un ultimatum en medio de interjecciones de todo calibre: ¡O te pones los zapatos o te bajas de inmediato!
 
Nadie se bajó. El Morales-Moralitos reemprendió su marcha hacia Puno...

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